El
grupo se llama Teatro de Arte del Fondo. Presenta, en la sala
Delmira del Solís, cuatro funciones de una performance que lleva el título
Un artista de la muerte. El
personaje es y no es el actor que lo representa, porque todo indica que el
performer está decidido a jugar en el límite de lo real y la ficción, en una
propuesta meta-teatral que tiene el presente como desafío, como
territorio de la acción. Hay un nombre que oficia de consigna, todo un símbolo. Se llama Emilio García Wehbi (en la
vida real artista, argentino, entre otras cosas fundador del grupo
Periférico de Objetos). Pero para saber de su resbaladiza biografía
hay que acercarse a la escena. Y para intentar saber un poco más, se vuelve más
que necesario conocer la palabra de los autores y directores Federico
Puig y Diego Devincenzi, dos jóvenes teatreros que hace algún
tiempo vienen haciendo ruido -en el under montevideano- con el grupo
Teatro de Arte del Fondo. ¿Qué es lo que los lleva a construir un
espectáculo con Emilio García como símbolo, con la muerte como
materia explícita? Todo empezó, según parece, por la lectura de un
cuento de Franz Kafka...
Acto
1: Un artista de la muerte
Diego
Devincenzi: La muerte fue lo
primero que apareció. En el año 2013, investigando y buscando
textos que sirvieran de inspiración para otra obra, me encontré con
el cuento Un artista del
hambre,
de Kafka. La verdad es que me maravilló. Me fue inevitable no trazar
inmediatamente un paralelismo entre este personaje del cuento con sus
circunstancias y las de muchos artistas cercanos, incluso las de
nosotros mismos. La muerte entonces surge como metáfora, como forma
de resumir lo que a muchos creadores nos pasa cuando vemos nuestro
trabajo frustrado de una u otra manera. Creo que los artistas nos
involucramos muy personalmente con nuestra obra, y creo que es porque
en ella plasmamos nuestra sensibilidad al máximo, y es este aspecto
tan íntimo el que está en juego. Muchas veces nos cansamos de
morir; lo bueno que tiene esto es que cada comienzo es un renacer, y
así mil veces.
¿Quién
es Emilio García Wehbi?
Federico
Puig: Emilio García
Wehbi es un nombre, una marca, un artista increíble, un símbolo, un
conjunto de obras artísticas, una corriente, una moda, un talento
que permanecerá en el tiempo.
DD:
Claramente nosotros no somos Emilio García Wehbi, y cuando lo
aclaramos, dejamos de serlo casi que completamente. Eso trajo algunas
reacciones no muy felices y otras que nos llenaron de satisfacción.
Hubo quien entendió el juego y jugó, y también estuvo quien se
sintió estafado y escupió.
Habría
que aclarar que Un Artista de la Muerte se
empezó a construir, como hecho performático, en la
instalación que realizaron ustedes, el año pasado, en el CCE...
DD:
El juego empezó cuando hicimos En
el marco de un artista de la muerte; Emilio García Wehbi,
Montevideo. Convocamos
a un evento sin ninguna aclaración ni información, con solo un
nombre y una biografía que fueron variando a lo largo de los días,
y el público que asistió lo hizo motivado solo por un nombre, nada
más, porque no había nada más. Ese fue el punto de partida de
esto, que quizás no termine ahora, porque seguimos abiertos a seguir
ampliando el proyecto con nuevas apuestas. En este caso, el límite
entre lo performativo y lo representacional es bastante difuso, más
teniendo en cuenta que quien teóricamente ejecutó la performance
fue el personaje de la obra. Eso sí, siempre la acción se sitúa en
“el aquí y el ahora”, en un formato presente en el que comienza,
se desarrolla y termina el juego. Cuando vayan a ver la obra en la
sala Delmira Agustini, tal o cual día, y a tal o cual hora, siempre
estarán ahí, en esa sala, en ese día y a esa hora. No los
llevaremos a ningún otro lugar.
FP:
Todo lo mencionado
anteriormente sobre el personaje nos pareció tentador, y resultó
nada menos que el símbolo indicado para trabajar aquello que
queríamos trabajar. Tengo que mencionar también que Emilio se trata
de un tipo lo suficientemente abierto y comprometido con el arte como
para comprender la propuesta que le hicimos respecto a lo que
efectivamente hicimos con su figura, por lo que hemos quedado
tremendamente agradecidos y en excelentes términos con él.
DD:
Lo único que personalmente lamento fueron las agresiones y amenazas
que recibimos, tanto nosotros como Emilio. Estas provocaciones fueron
puntuales, pero de verdad lo lamento, y no lo lamento por lo que
pudiera o no pasar -por suerte no pasó nada grave-, lo lamento
porque hubo gente que no entendió nada y se lo tomó como algo
personal, siendo completamente incapaz de reflexionar o cuestionarse
mínimamente que es lo que estaba pasando. De todas formas fueron los
menos; la verdad es que esta experiencia nos ha enseñado muchas
cosas y nos está llenando de satisfacción.
***
Acto
2: Más acá de la ficción
La serie de
performances del grupo TAF podría definirse como una investigación escénica en el difuso límite entre lo real y la ficción. La propuesta
parece ser la de construir ficciones a través de biografías que
derivan. Puig y Devincenzi, con la complicidad del actor Fernando
Hernández, tienen muy claro el juego meta-teatral que quieren jugar.
De hecho, lo vienen jugando desde el año 2012, cuando se propusieron
armar el grupo mientras cursaban segundo año en una escuela de
actuación.
***
FP:
El juego en el borde de lo ficticio resulta esencial para esta obra,
debido a que en gran medida se cuestiona la identidad misma del arte.
También se ponen en entredicho algunas particularidades reales y
propias de la creación en el Uruguay. Es entonces que el juego
constante entre la ficción y la realidad nos permitió explorar
contenidos que, en sí mismos, también se encuentran situados en el
mundo real, en un limbo que oscila entre lo inventado y lo sucedido.
Al fin y al cabo, si la historia y los contenidos culturales que
hemos heredado son meras construcciones, ¿por qué no jugar,
precisamente en el teatro –donde el juego es esencial-, a
deconstruirlos con el ánimo de criticarlos?
DD:
De hecho, muchas cosas
que decimos en la obra, realmente las queremos decir, y las queremos
decir nosotros... De todas formas creo importante aclarar que no
hacemos esto levantando ningún estandarte; nos reímos criticando
muchas cosas, y nos reímos incluso de nosotros mismos y de nuestras
contradicciones.
FP:
En otras palabras, tratar este tipo de cuestiones implica embarrarse
y ponerse en cuestionamiento a uno mismo. De otra manera, se estaría
siendo un tonto. El juego que proponemos resultó ser la mejor manera
de involucrarnos y mofarnos también de nosotros mismos.
¿Qué
destacarían como seña de identidad del grupo TAF?
DD:
Creo que lo que nos ha ayudado a definir nuestra identidad es la
libertad con la que hemos trabajado durante estos años. Siempre
hicimos lo que teníamos ganas de hacer, permitiéndonos equivocarnos
y sin extrañas pretensiones. Así hemos forjado nuestro camino
propio, nuestro lenguaje, poética, o como quieran llamarle, y pese a
que quizás de una obra a otra cambiamos sustancialmente el enfoque e
incluso la metodología de trabajo, hay algo que se mantiene y que
las une entre sí. No sé bien que es, no me animo a decirlo.
FP:
Hemos reflexionado acerca de esto en más de una ocasión, y las
únicas respuestas que encontramos confluyen en la idea de que
trabajamos siempre juntos, como equipo, aunque sosteniendo miradas
muy distintas acerca de la escena. Sin embargo, precisamente con Un
artista de la muerte, pienso que nuestra propia percepción
acerca de nosotros mismos cambió radicalmente. Este espectáculo
significó, sin pretenderlo, una suerte de síntesis clara de muchos
de los mecanismos utilizados en obras anteriores, ya no solo en
términos de recursos escénicos sino también respecto a temáticas
abordadas: la reflexión en torno al arte -en un sentido amplio-, el
meta-teatro, la perspectiva del público, e incluso la irreverencia
constante ante lo políticamente esperable. Todas esas son marcas
identitarias inconfundibles de Teatro de Arte del Fondo. Se podría
decir perfectamente que Un
artista de la muerte refleja de forma muy clara qué es
esta compañía y cuál es su identidad al día de hoy.
Acto
3: La construcción y la muerte
Ambos
creadores coinciden que el proceso de creación fue atípico.
Durante casi ocho meses, los ensayos se basaron en discutir y
reflexionar lo que querían poner en escena, lo que querían decir y
cómo. Definen al proceso de trabajo -entre ellos y con el actor
Fernando Hernández- como horizontal.
***
¿Qué
es lo que el espectador va a ver en la sala Delmira Agustini?
DD:
Lo que se va a ver en la Delmira Agustini es un vómito, el fruto
de muchas cosas que quisimos decir y que decidimos que el mejor lugar
para hacerlo era en este espectáculo. Es una propuesta interactiva y
dinámica, que pese a que en ningún momento busca incomodar al
espectador, propone, fomenta y provoca un intercambio. Lo que podemos
decir, es que este tipo está realmente vivo, y durante cada función
vive como nunca, llevando a flor de piel las contradicciones que
solamente la vida puede tener.
¿Por
qué piensan que todo fue derivando a la muerte?
FP:
La muerte resultó ser, en principio, un punto de partida y no una
derivación, aunque sospecho que a su vez se ha erigido también como
un punto final hacia donde se dirigieron muchos de los caminos de la
obra. El cuento Un artista del hambre, de Franz Kafka, como
dijo antes Diego, nos dio muchísimo material para preguntarnos en
torno a la muerte como un espectáculo -en el sentido de
espectacularidad-, y sobre qué puede llegar a significar la muerte
de un artista, y eventualmente del arte, como un hecho artístico
propio. En muchos aspectos, hay demasiado arte “muerto” en
nuestro circuito teatral actual,
por lo que inmediatamente la reflexión acerca del teatro nacional se
erigió como una nueva dimensión de la muerte. Otra derivación-motor
relacionada con la muerte fue la conciencia que las artes
escénicas poseen acerca de si mismas respecto a su propia
mortalidad, por lo que, de forma un tanto pretenciosa, podríamos
llamar a este conjunto de disciplinas “las más humanas de todas
las artes”. En lugar de luchar con la propia mortalidad de la obra
se intentó jugar con ella, y pienso que en muchísimos aspectos esto
queda absolutamente claro, tanto en la construcción, como en el
eventual diseño final de la pieza. La muerte está siempre presente
en el teatro; nosotros hemos decidido tomarla como arcilla y
moldearla hacia todos los sitios que hemos podido.
¿Cuáles son los desafíos que sienten tener, desde las acciones del grupo TAF, como nueva
generación de creadores?
DD: Creo que el mayor desafío siempre es ante uno mismo. Me refiero a poder superarse y crecer constantemente. También creo que es un deber el riesgo. Enfrentarse ante nuevos lenguajes, poder explorarlos, experimentarlos y también probarlos en escena. Pienso que es fundamental escapar a la comodidad de crear a partir de lo que uno ya conoce y también de lo que podrían ser las tendencias de la escena actual, tanto local como internacional. Eso es muy peligroso. Como creador me aburre trabajar sobre más de lo mismo, necesito algo que me motive, que me sirva como motor para descubrir nuevos lugares. Preciso de la inestabilidad de no saber bien para donde arrancar. Cuando logro romperme a mí mismo, es ahí donde le empiezo a encontrar el gustito a la cosa.
FP:
Recuerdo una entrevista en la que le hicieron esa misma pregunta a
Gabriel Calderón, y él, un tanto escéptico, afirmaba que no cree
que exista tal cosa como “aspectos comunes de una misma generación
de autores”; dudaba incluso del propio término “generación de
creadores”. A pesar de que creo que él está equivocado -uno lo
puede observar muy bien cuándo se encuentra con semejanzas
generacionales de creadores en otros países-, sí entiendo que hay
una verdad oculta en lo que dice: no son los propios creadores de una
generación quienes deben y pueden reflexionar acerca
de ellos mismos. Dicho esto, y abierto entonces el paraguas, doy mi
opinión... Somos herederos de una generación muy cercana de
creadores teatrales muy talentosos e igualmente exitosos, y no creo
que cueste mucho imaginar los nombres en los que estoy pensando... Pienso que a
pesar de que se han abierto muchos caminos, en términos de
accesibilidad, a la creación de teatro para los jóvenes, sí resulta
cierto que existe un peso importante perpetuado por aquellos que
precisamente abrieron algunas puertas. Esto evidentemente no es
deliberado ni mucho menos administrado por los propios creadores,
sino que se erige más bien como una característica del sistema
teatral uruguayo, donde es muy difícil entrar a algunos círculos, y
donde los nombres son fácilmente puestos en un altar de difícil
recambio. Algunas de estas características nos han servido
precisamente como punto de partida para algunos puntos álgidos de Un artista de la muerte, por lo que parece evidente pensar que
uno de los desafíos inmediatos de nuestra generación parece ser la
búsqueda de un lugar en el teatro nacional en donde ser escuchados.
Por otra parte, y habiendo seguido atentamente el trabajo de no pocos
compañeros generacionales, sí entiendo que aún no existe una voz
común, o al menos un conjunto de características comunes, que se
puedan considerar como una especie de identidad generacional. Vengo
precisamente de un encuentro de dramaturgia emergente internacional
en la Sala Beckett, en Barcelona, y estos
principios de divergencia de voces y de desencuentros estéticos
parecen marcar la agenda generacional, ya no solo aquí, sino en
distintos lugares. Sin embargo, también resulta cierto que la
inmensa mayoría de los creadores jóvenes de la generación de la
que me considero parte, somos realmente muy jóvenes -en torno a los
veinticinco años-, por lo que claramente sobran las ganas y la
energía; el resto es cuestión de tiempo.
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