Las
conexiones entre tres libros leídos en un espacio breve de tiempo,
en una semana, por ejemplo, suelen llevar a miradas comparadas que
exceden las habituales lecturas extemporáneas, más frías, en las
que se suele buscar una imposible objetividad. Apenas se termina de
leer Los animales de Montevideo,
escrita por la pluma trastornada de Felipe Polleri, no se puede
evitar relacionarla con un gran cuento del viejo Charles Bukowski,
"Animales hasta en la sopa", en el que se cuenta la
historia de amor entre Gordon (uno de los tantos perdedores del
volumen La máquina de follar)
y Carol (una mujer que convive con monos, linces, zorros y todo un
zoo doméstico). Lo que se cuenta en el libro de Polleri no difiere
del nivel de trastorno que padece Carol, mientras los límites entre
lo humano y lo animalesco dejan de tener sentido y se vuelve todo tan
intenso como sombrío. Me debo, desde hace unos cuantos años, retomar una adaptación teatral de ese cuento, en homenaje a la gran bukowskiana Ana Blankleider.
Pero la gran sorpresa vino de dos lecturas anteriores, muy pero muy cercanas, de un par de libros tan breves como potentes. A
los animales de Polleri, que también conviven con el protagonista
-más exacto sería decir "en" el que escribe los textos,
que por cierto no está muy bien de la cabeza-, se le suman los
animales de Silva Olazábal, en una serie de situaciones no muy
sensatas que ocurren en una pensión entre hombres y mujeres que
gritan y otros tantos animales tampoco muy cuerdos. A esta galería
de personajes también se le suma, en la novela de Trías, un animal no muy
querido, una rata, aunque en este caso refiere a la forma con la que
la protagonista de La ciudad invencible decide
nombrar al culpable de sus desvaríos existenciales -más exacto
sería decir terrenales, porque ella es víctima de violencia
machista, una serie de animaladas que la convierten en una fugitiva
decidida a contar su historia.
Hay
más conexiones entre las tres novelas. Hay una que llama la atención
de inmediato: los tres autores son levrerianos, lo que los hace
dueños de un implacable oficio en las observaciones, para ser
minuciosos y al mismo tiempo elocuentes en dar cuenta de situaciones
enrarecidas. Así sucede con la fugitiva de La ciudad
invencible, con los distintos
puntos de vista de la pelea doméstica en la escalera de Pensión
de animales y con la neurosis
obsesiva y los sucesivos brotes psicóticos del escritor de Los
animales de Montevideo. Hay otra
conexión acaso más subterránea, que tiene que ver con la ciudad,
territorio más que levreriano en su exceso de signo. La fugitiva de
Trías busca encontrar un refugio en una ciudad que no le es propia.
Busca un espacio, una casa. Cada vez que lo consigue, debe irse. La
pensión de Silva Olazábal se parece a ese mundo de migrantes que
roza la novela de Trías y no tiene aparente puerta de salida. Sí la
hay, pero hacia una ciudad áspera y violenta, en los territorios en
los que se mueve el protagonista de la novela de Polleri y sus
múltiples pliegues, invenciones, personajes, animales y freaks de
todo tipo.
Son,
en definitiva, tres muy buenas novelas, de autores uruguayos, que
ofrecen miradas contemporáneas y perturbadas sobre la ciudad y que
comparten un potente pulso levreriano, bordes autoficcionales y la
necesidad de contar cosas que no suelen contarse.
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