Foto: Javier Narváez |
El mismo día que salió
de una imprenta montevideana la edición treinta aniversario de El tigre
y la nieve, se conoció la
sentencia de la llamada "megacausa", en la ciudad argentina
de Córdoba, que condenó a cadena perpetua a Menéndez, Vergez,
Barreiro y otros militares por delitos de lesa humanidad, en su
mayoría ocurridos en el centro de detención La Perla. El libro
escrito y firmado por Fernando Butazzoni tiene un cambio sustancial,
no menor. El capitán Barreiro aparece con su verdadero apellido. Ya
no se leerá Ferreiro, como en las ediciones anteriores. La novela
testimonial pasa a ser novela real. La memoria literaria sacude de
esta manera una de las tantas historias ocurridas en el infierno de
La Perla, la de una sobreviviente exiliada en Suecia que le contó
todo a Butazzoni, con todo lo que implica contarlo todo.
"La
coincidencia del juicio sobre La Perla y el libro, es espeluznante",
dice Butazzoni. "Ese juicio tuvo mil chicanas. Barreiro incluso
me amagó con un juicio... Y el día que le dan perpetua sale la
edición conmemorativa. Es una prueba contundente de la existencia de
Dios. ¿O no?". No hay lugar para la ironía. Lo hay para otras
coincidencias que se fueron sumando en los últimos años. Porque la
relectura de El tigre y la nieve
viene a potenciar una obra literaria que Butazzoni, al borde del
testimonio y de la autoficción, complementa con Las
cenizas del Cóndor y La
vida y los papeles, dos libros
acaso recientes pero con la misma voluntad de contar lo que no debe
ser contado.
Una reedición
siempre, de una u otra forma, remueve. ¿Qué sentís al volver a
poner en librerías El tigre y la nieve, a treinta años de su
primera publicación?
Lo que más me remueve
son las coincidencias. La semana pasada me llamaron de la editorial
para avisarme que tenían el libro impreso, recién salido de la
imprenta. Ese mismo día, a esa misma hora, se conocía el fallo
definitivo sobre el juicio de La Perla, el campo de exterminio que yo
describo en El tigre y la nieve. Lo sentí como una
reivindicación de aquella historia, que durante años se tomó por
exagerada o falsa. Pese a que la novela fue bien recibida por el
público, y que ya lleva como quince ediciones, la crítica aquí no
le dio pelota hasta hace unos pocos años. Después Carina Blixen
publicó una nota muy elogiosa en El País Cultural, y eso me
reconfortó; le estoy muy agradecido a ella y a la revista. Pero
además, tuvieron que pasar treinta años para que al “Nabo”
Barreiro le dieran perpetua, en ese mismo juicio. Esta es la primera
vez que en la novela aparece su apellido verdadero. Antes no podía
ponerlo, así que en lugar de Barreiro decía "Nabo"
Ferreiro. Ahora dice su apellido correcto. El “Nabo” Barreiro, el
protagonista de la novela, ese capitán que según algunos no
existía, pues ahí está, no solo existe sino que acaban de
condenarlo a cadena perpetua por hacer las cosas que yo describí en
El tigre y la nieve. Sí, la aparición del libro me mueve y
me remueve. Creo que la decencia al final, y siempre, se impone.
¿Qué cosas
cambiaron entre aquel tiempo y el actual? Sobre todo en lo
imprescindible de hacer público el testimonio de Julia Flores, en un
momento que todavía no se conocía la verdad de lo sucedido en
Córdoba...
La verdad de lo
sucedido en Córdoba la conocían sus protagonistas, algunos
familiares, los sobrevivientes -que eran un puñadito- y yo. Todo ha
cambiado, pero no tanto como pensamos. En la Argentina de hoy, al
igual que en el Uruguay de hoy, hay toneladas de olvido frente a unos
gramos de memoria. Así que la tarea, en mi caso, considero que debe
seguir siendo esa: aportar pequeños retazos de memoria al pasado. La
redención de Julia Flores, su dimensión humana verdadera, supera lo
que yo pude escribir en el libro, pero el juicio de La Perla también
le habla a una cierta izquierda dogmática que nunca admitió lo
verdadero, y que prefirió quedarse con lo real, con esa realidad
engañosa que lo cubre todo. Y eso pasó y pasa, en Argentina y
también en Uruguay.
¿De qué manera El
tigre y la nieve dialoga con Las cenizas del Cóndor, con
todo lo que tiene este libro más reciente de investigación personal
y a fondo sobre las dictaduras del Cono Sur?
Para mi sorpresa, las
historias tienen, tangencialmente, puntos de contacto. Es natural,
porque las bestias eran las mismas. Pero creo que básicamente el
diálogo consiste en trabajar la ficción para buscar la verdad.
Muchas veces, cuando escribo, debo dejar fuera historias que son
verdaderas pero que le restan verosimilitud a la trama. O sea: son
hechos pero parecen inventos. En otras ocasiones, hay inventos que
parecen hechos. Esa es la ficción, un campo infinito lleno de flores
y de espinas. Con El tigre y la nieve no tenía manera de
probar la verdad de mi historia, así que debí esperar a que actuara
la justicia argentina, que se demoró treinta años clavados en
dictar sentencia. Con Las cenizas del Cóndor, por fortuna,
varios de los protagonistas están vivos y refrendan esos hechos.
En los últimos años
fuiste abriendo otros caminos, como escritor, más cercanos a la
autoficción, a ese estilo abierto por el francés Carrere, por
ejemplo. De hecho, tu último libro -Los papeles y la vida- va
explícitamente en ese camino y sos vos el que da testimonio
de cosas que viviste en diferentes momentos...
Es curioso, pero
Carrere y yo -y algunos otros- coincidimos en un punto esencial: la
escritura siempre es ficción, aunque adquiera o se la maquille de
otras formas, que es lo que él hace y lo que yo hago. La autoficción
es ficción. La novela sin ficción, es ficción. Hasta las actas
notariales son ficción: “en fe de ello declaro que bla bla bla”.
¿En fe de ello? Pero hay que aclarar que son ficciones verdaderas.
En mi caso, creo que El tigre y la nieve, Las cenizas del
Cóndor y La vida y los papeles, que es mi libro más
reciente, admiten plenamente esa fusión. En algunos idiomas, entre
ellos el español, realidad y verdad son sinónimos. Yo creo que no
deberían serlo. Eso es una herencia aristotélica, pero después
vino entre otros el loco Nietzsche, con aquello de que “no hay
hecho, sino interpretaciones”. La verdad, a veces, queda escondida
detrás de la realidad. Mis libros tratan de atravesar la realidad
para llegar a la verdad. Carrere, en El reino, por ejemplo,
hace una operación bastante similar. Él tuvo su fe, sus apóstoles,
su trabajo de guionista. A mí me pasó lo mismo, y en la misma
época. Sólo que mis apóstoles eran contemporáneos míos, mi fe
era otra, mi guion era distinto. A propósito: admiro a Emanuel
Carrere, y lo envidio bastante.
***
En carpeta
"Estoy investigando una
historia. Año 1970. No puedo decir más, porque no sé por dónde
van los tiros. Hace años que quiero desarrollar esa historia, pero
me faltaba mucha documentación. Por fortuna ahora me he encontrado
con materiales buenos, fiables, algunos entrañables. Así que estoy
en eso. También acabo de terminar el guion de la película Las
cenizas del Cóndor, que fue como un proceso de automutilación:
cortar, cortar, eliminar, desechar… Pero el cine es así. Y el año
que viene estrenaré una obra de teatro, pero de eso no quiero hablar
porque no tendría gracia. Así que debutaré como dramaturgo, aunque
el título me queda grande, lo sé". (F.B.)
No comments:
Post a Comment