La semana pasada llegó de visita a
Montevideo uno de mis mejores amigos. Las vueltas de la vida
y del corazón lo llevaron a vivir a Zaragoza, ciudad con la que mantengo
desde hace bastantes años una intensa empatía. Fabián trajo esta vez algunos regalos, entre ellos dos libros: "Guía de Mongolia"
(que se lo encargué por recomendación efusiva de Adrián Dárgelos,
quien dijo textualmente "es uno de los libros más increíbles
que leí") y "Los idiotas prefieren la montaña"
(envío especial de Ruben, el de Zona de Obras, mi gran amigo
argento-zaragozano).
Empecé por la "Guía de
Mongolia". Lo devoré. Es exactamente como dice Dárgelos.
Pero el otro libro, publicado por
Xórdica y con la firma de una tal Aloma Rodríguez, me produjo algo
más que sorpresa.
Como ya dije, el libro se llama "Los
idiotas prefieren la montaña".
También lo devoré.
Tiene un asunto con la muerte, con la
muerte más o menos joven de dos tipos a los que no conocí pero que
de una u otra manera les sigo y les seguiré el rastro, aunque sean
en apariencia vidas lejanas.
Aloma, la escribidora, se lo toma en
plan autoficción. Como no podía ser de otra manera. Como enseña el
maestro Carrere. Es un libro especial, de esos que se vuelven
imprescindibles, de los que hay que escribir porque intentan burlar a
la muerte, porque evidencian un asunto de necesidad física. Como
este mismo texto, que escribo casi sin pensar y con la certeza de que
esa lectura que acabo de terminar es apenas un episodio más de
búsquedas que exceden lo literario y se entremezclan con rutas
personales, con signos que dejan más desasosiego que certezas.
Escucho ahora mismo una canción:
"Hazte camarera", de La Costa Brava.
Aloma, la escribidora, fue camarera del
Bar Bacharach, un pub que queda frente por frente a La Casa
Magnética, en el casco antiguo de Zaragoza y desde el que se puede
ver una parte de la silueta de la Basílica del Pilar. Uno de los
dueños del Bacharach, también escribidor -de hecho, el padre de
Aloma le publicó uno de sus primeros poemarios en una editorial
independiente-, se llamaba Sergio Algora y puso su voz en tres bandas
claves del indie español: El Niño Gusano, Muy Poca Gente y La Costa
Brava.
Sergio tenía problemas del corazón.
Lo sabían sus exnovias, su enamorada Maribel, su familia, sus amigos
y las camareras Aloma y Almudena. Lo saben también los que escuchan
las canciones de La Costa Brava o de sus grupos anteriores. Una
noche, el corazón de Sergio dejó de funcionar. Tenía 39 años. Fue
en el año 2008.
Ahí, en ese preciso momento, comienza
el relato de Aloma. Lo que decide contar en "Los idiotas
prefieren la montaña", frase que sale de uno de los tantos
versos irónicos de Algora, uno muy especial con el que irritó a más
de un aragonés amante del Cierzo y de los Pirineos.
Aloma es la camarera del Bacharach, uno
de sus primeros trabajos reales después de licenciarse en Filología
y terminaba de escribir su primera novela "París 3".
La aprendiz de escritora se tropezó
con esa muerte, con la de su amigo Sergio. Y escribe fragmentos de
cosas que pasaron, o que le contaron, o que relee en libros y
canciones. Recupera de la memoria pequeñas situaciones. Lo hace muy
bien. Arma una novela casi imposible, en tono novela real, en ese
borde de acercarse y rondar la vida, que es lo mismo que coquetear
con la muerte. Y lo sabe.
Pero la muerte la sorprende nuevamente,
a ella, a Aloma, una segunda vez. Fue en su casa de Madrid. Año
2011. En el piso que comparte con su novio Barreiros, se queda a
dormir otro de sus maestros, Félix Romeo, el escritor, también
amigo de Sergio y testigo de las andanzas de El Niño Gusano en los
años noventa. Félix nunca despertó. Otro zaragozano que muere
joven, en su caso a los cuarenta y tres.
Aloma sabe que debe terminar el libro
sobre Sergio, antes de que sigan sucediendo otras fallas del corazón.
Lo hace. Lo publica en Xordica, la misma editorial que publicó
algunos de los buenos libros de Sergio y de Félix.
Lo tituló "Los idiotas prefieren
las montañas".
***
Tengo una foto sacada en la puerta del
Bacharach. Es del 2006. Esa misma noche habían tocado, en el Centro
de Historia de Zaragoza, los locales de La Costa Brava y los
uruguayos Max Capote y Dani Umpi. Esa misma noche fue la que me crucé
por primera vez en mi vida con Esteban Hirschfeld, el teclista de Los
Mockers, que se fue hasta Zaragoza para ver a Max Capote y terminamos
haciéndonos grandes amigos. En el camerino, presencié el llanto
emocionado de Leroy, el menor de los Machado, guitarrista de Capote,
cuando le presentamos a Esteban que quería felicitarlo por su
excelencia en el manejo del instrumento. Esteban era uno de sus
héroes del garage-rock y se lo venía a encontrar en el culo del
mundo, en un local del casco antiguo de Zaragoza.
Esa noche fuimos todos al Bacharach. A
celebrar. También cruzamos a La Casa Magnética. Por allí deberían
andar Aloma y Almudena. Por allí seguro que andaba Sergio. También
Félix, a quien no pude entrevistar en esos días de 2006, aunque Ruben me insistió que era "la persona que tenés que conocer en Zaragoza".
Años después, ambienté una escena de
mi novela "Los ojos de una ciudad china" en el Bacharach.
La protagonizan una camarera y el amigo
aragonés de un tal Igor, que sigue la pista de Ziggy Stardust por
diferentes ciudades. Meten en el maletero de un auto a un uruguayo
insoportable que conocen esa noche, un ex guerrillero tupamaro que no
para de hablar. Se lo llevan a Belchite. Un secuestro inesperado, por
una noche. Lo llevan a una fiesta electrónica en el pueblo
abandonado.
Esa es otra historia.
Casi ficción.
Es otra historia, lo sé, pero
transcurre muy cerca de este libro de puta madre que acabo de leer y
que escribió Aloma y me dan ganas de darme una vueltita por el
Bacharach y tener la conversación que nunca tuve con Sergio, y
también con Félix, y escuchar de unas cuantas historias que se me
hace debo conocer y que seguro la única que las conoce es la camarera-escritora.
***
Hace un rato empecé otro libro
inesperado, otro que no estaba en mis planes: "Discotheque",
de Félix Romeo. Lo conseguí fácil. Un par de sus libros están publicados en Anagrama y
quedan algunas copias en Montevideo.
Sigo algunos rastros. No sé qué voy a
encontrar. Sé que le voy a escribir a Aloma en busca de sus otros
libros publicados por Xordica. Sé que esto no tiene fin, como las
reescuchas de los discos de La Costa Brava, como tropezarme con los
libros de Algora que no tengo, esperar alguna nueva novela de Ismael
Grasa o de Miguel Serrano.
En breve se publica mi novela "Los
ojos de una ciudad china". Se respiran en ellas muchas ciudades.
Le pienso mandar algunos ejemplares a mi amigo Fabián. Que él se
encargue de encontrar buenos lectores. Me tienta la posibilidad, además, que un día sea editada en un sello independiente de Zaragoza.
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