Fui testigo, hace un
par de meses, de una de esas conversaciones mágicas. A la mesa de
Café Negro, programa en el que acompañé como productor, durante dos temporadas, al
escritor Mario Delgado Aparaín, se apareció Amanecer Dotta, todo un
personaje, entrañable escritor y dramaturgo montevideano. La primera
parte de la entrevista se centró en la amistad que
mantuvieron Dotta y Zitarrosa siendo adolescentes, en el barrio de
la Unión, cuando jugaban a escribir una novela a cuatro manos y
todavía no habían aparecido las guitarras ni las canciones en la vida de Alfredo
Zitarrosa.
Amanecer, sabés que
siempre me quedó la incógnita de tu nombre. ¿Eran anarquistas tus
viejos?
Amanecer Dotta:
Los viejos, no, porque mi madre murió cuando yo nací. Entonces,
sería por el viejo, que es un viejo a medias, porque recién lo vine
a conocer a los quince años. Un día, entré al conventillo donde yo
vivía, en la calle Joanicó, y él estaba sentado, en un sillón, y
obviamente tuve que reconocer que era mi padre. Me acuerdo que
salimos a caminar, y lo primero que me tiró fue con la política. Yo
trabajaba, en aquella época, en Cristalerías del Uruguay, allá por
la calle Comercio. Era peón de cristalería y tenía una mano que
estaba vendada, pero porque Germán D'Elía, el diputado socialista,
me la había dado, y me la había estrechado. ¡Yo era un pibe!
Fijate que en la fábrica escuchamos el campeonato de Maracaná, con
la radio, así que yo tenía trece años en ese momento, y tendría
quince años cuando conocí a mi viejo. Pero al viejo no le gustó
nada la teoría del socialismo de Germán D'Elía. En ese tiempo, yo
estaba en el sindicato, iba a la casa del Partido Socialista. Estaba
Sendic, estaba Galeano, que le decíamos Hughes y dibujaba de
maravilla, pero conocer al padre me llevó para otras tiendas.
¿Qué se siente de
conocer el padre a los quince años?
AD: Y... es una
curiosidad muy grande, vichando a ver qué hay de vos en el espejo. Y
sobre todo, lo que te gusta y lo que no te gusta.
¿Pudiste dilucidar
eso?
AD: Sí, en
parte sí. El viejo era muy tramposo, y siempre decía "tengo un
verso de Terencio, que quiero que vos". Y allá se mandaba uno.
Y yo empezaba a dudar de que ese estilo pudiera ser de Terencio y que
mi viejo hubiera leído alguna vez a Terencio. Y así nos juntaba, en
los tiempos de la calle Ejido, a Bécquer Puig, al Flaco Zitarrosa, a
Mirta Díaz, que era una escritora que gustaba en aquella época, a
Pepe Vázquez, a mí, y aquello se llovía por todos lados. Te voy a
decir más: había una pizza en el medio, que se mojaba toda y la
teníamos que secar con el primus. Y siempre llegaba el momento,
inevitable, de la poesía. El viejo se ponía muy duro con los malos
poemas. Los de él eran buenos. Ahora, él los escribía en las tapas
de las cajas de ravioles, en los bordes de los diarios. Y yo, en uno
de mis múltiples exilios, en Buenos Aires, dejé toda la obra de él.
Pero cuando pasé a recogerla, años después, no existía más.
¿Cómo se llamaba
él?
AD: Arístides
Dotta.
Te preguntaba por lo
del nombre, por la asociación de ideas que hice con los anarcos,
porque más o menos de esa época estaba la costumbre de bautizar con
nombres como Idea, Poema, Circe, Amanecer...
AD: Esos
nombres... Amanecer. Lo sobrellevé, te digo, con bastante dignidad,
durante la escuela. Al final, me acostumbré. Pero a mis hijos les
puse Pablo y Blas. Aunque tengo otro litigio, que es que mi mujer, mi
querida Primavera... Llevo más de cincuenta y pico de años casado
con ella.
El Amanecer con la
Primavera...
AD: Sobre todo,
el problema era en muchas oficinas públicas, cuando tenés que dar
los nombres. Amanecer y Primavera. Pero no le erro casi nunca, que ya
se ponen a hacer un comentario y a veces hasta me facilita el trámite
un poquito.
Esa adolescencia
tuya, maravillosa, de principios de los años 50, fue una
adolescencia muy rica, vinculado a la música, al teatro, a la poesía
y a la literatura. En particular, a mí me siempre me sorprendió tu
amistad con Alfredo Zitarrosa, a quien yo también quería muchísimo.
¿Cómo era eso? ¿Cómo era ese mundo? Estoy hablando de los
adolescentes Amanecer y Alfredo.
AD:
Éramos la barra de la Unión. Siempre sentados en el cordón de
la vereda. Y un día, llega al barrio, un muchachito, con un blazer
azul, de esos con botoncitos marineros, peinado a la glostora.
Y entra a la casa de la mitad de la cuadra, casa por medio donde
vivía yo, en la calle Fray Bentos casi Larravide. Era el nuevo
habitante, el nuevo vecino que teníamos. Y ahí estuvimos
ronceándolo una semana, viendo cuando salía...
¿Qué edad tenía
él?
AD:
Si yo tenía quince, él tendría unos diecisiete.
¿Cón quién
estaba? ¿Con su madre?
AD:
No. Esa es una historia entreverada, que nos unió mucho. Toda la
historia de las madres, de mi madre muerta y de su madre
desaparecida. La verdadera historia, no por dolorosa es menos
intensa; ni el amor es menor. Blanca Iribarne, así se llamaba la
madre de Alfredo, era de estas muchachas, del Consejo del Niño, que
iban a trabajar a las casas a cambio de la manutención. Así que
para contestar a tu pregunta, primero tengo que arrancar por Alfredo
Durán, el Pocho Durán. Los Durán eran los dueños de la casa donde
trabajaba la madre cuando Alfredo era niño, y él los trataba como
papá y mamá, a veces como tío. En un momento dado, Blanca decidió
irse a Buenos Aires, pero no llevó a Alfredo, porque trabajaba en un
lugar donde no lo podía tener, porque molestaba a los patrones, o
como fuera. Y entonces, ese día que lo vimos venir a Alfredo, fue
cuando volvió a Montevideo, que se separó por varios años de la
madre, que después estuvo casada un tiempo con un tal Zitarrosa. Así
que si pasamos, por el Pocho Durán, primero, que le dio un primer
apellido, luego viene que Blanca y su esposo por Montevideo, quien le
cede el apellido, y recién ahí Alfredo pasa a llamarse Alfredo
Zitarrosa.
Una historia de
novela...
AD: Son esas
cosas... Y cuando se habla de Durán, se lo menciona, pero no se sabe
mucho de él. Yo lo conocí. El viejo Durán era milico, de la
policía. Era un hombre de una ternura increíble. Tenía varios
trabajos. Trabajaba también en una draga, en el río Santa Lucía,
en Santiago Vázquez, y nosotros nos tomábamos...
De Santiago Vázquez
era el "loco" Antonio...
AD: Exactamente.
De ahí conocimos al Loco Antonio, que vivía en la calle Yuquerí. Y
nosotros, como te decía, nos tomábamos el tranvía E, aquel tranvía
de doble trolley, y era una excursión. Era como ir a la Patagonia. Y
nos quedábamos el fin de semana: viernes, sábado y domingo. Y, lo
primero que hacíamos, era subirnos a una chalana para ir hasta la
draga. Éramos los grandes marineros. Y un día, Milton, otro del
barrio que solía acoplarse, se cayó al agua, y recuerdo que entre
Alfredo y yo lo cazamos de los pantalones y lo trajimos mojado otra
vez a la draga. Y de ahí, de ese tiempo, surgió una novela. Porque
una vez que el Flaco estaba en cama, con gripe, que estábamos
aburridos, dijo de escribir una novela. Le pregunté de qué podría
ser. Ya habíamos hecho teatro, pero nunca novela. Habíamos hecho,
ensayando en el patio de mi casa, una obra sobre el niño que quiso
ser perro. Y el perro era él. Entonces practicaba, ahí, en la
casilla que había, los ladridos del perro. Queríamos hablar con
Adela Reta, para ver si nos daba el Sodre. Porque nosotros éramos
así.
¿Y qué les dijo
Adela Reta?
AD: ¿Qué dijo?
No, ni nos atendió. No, los fracasos eran muchos. El único que no
fue fracaso fue el de una revistita de la Asociación Cristiana, que
se llamaba El Mencu, donde Alfredo escribía algunas cosas, cuando
decidimos hacerle una entrevista a Juana de Ibarbourou, que vivía en
la calle 8 de Octubre y Jaime Cibils. Y ella nos atendió. Qué mujer
más linda. Qué mujer más tierna. A mí se me caía la baba, y yo
creía que era mi mamá, y me le arrimaba. Y el Flaco escribía y
tomaba notas.
¿Y publicaron la
entrevista?
AD: Eso no.
Porque no fuimos capaces de llevársela a corregir. Pero te decía
que estábamos empeñados en escribir una novela. Bueno, y por dónde
empezamos, nos preguntamos. Y como Alfredo tenía un atlas, porque
otra cosa que me ligó toda la vida a Alfredo fueron los libros...
Bueno, Alfredo trajo el atlas, lo abrimos con los ojos cerrados,
pusimos un dedo y cayó en el Sahara. La novela transcurre en el
Sahara. Bueno, y cómo se llaman los personajes, fue la siguiente
pregunta. Proponé vos uno, me dijo. Zahir, dije. Bueno, Kazar, se
llama el otro, dijo Alfredo. Y nos pusimos a escribir. Llegaron a ser
publicados, dos capítulos, en la revista El Mencu, que era donde
Alfredo tenía banca.
¿Qué año fue eso?
AD: El año no
te lo digo, porque no sé calcular, pero tendríamos diecisiete años
en la época de la novela. Él escribía: "el día que Kazar se
enfrentó al desierto, el miedo de la soledad", y como ahí
terminaba el renglón, tenía que seguir yo, práctica que hoy muchos
jóvenes hacen, que es escribir a dúo, digamos, como los pianistas a
cuatro manos.
Los llamados
cadáveres exquisitos...
AD: Claro.
Bueno, de eso se han publicado dos capítulos. Y otra anécdota
graciosa, es que yo entré en la vida de la familia Iralde porque
Alfredo tenía una foto de una persona, Alma Iralde, una mujer de la
cual estaba muy enamorado. Alfredo era alumno, en Santiago Vázquez,
de una hermana de Alma, Esmeralda. A él le gustaba bailar flamenco,
recitar. Tenía todas las habilidades para el arte y para la
sensibilidad. Y me mostró una foto en la que aparecía otra hermana
de Alma y Esmeralda, que era Primavera, mi querida Primavera, a la
que años después llegué a conocer, por una carta que me mandó
Alfredo desde Humahuaca, donde había ido a dar, en busca de aliviar
su soledad. Y me decía que cuidara a Primavera. Y ahí fui, y toqué
el timbre. Me acuerdo que yo tenía un puesto de libros, y cuando
llovía tenía la fortuna de que no podía sacar los libros a la
calle y me iba por ahí. En uno de esos días fue la que la conocí.
Y después, Alfredo volvió. En ese tiempo, todavía no cantaba.
Estamos hablando de una persona que ni tocaba la guitarra ni cantaba.
Era locutor en El Espectador. Y escribía cosas que le mostraba a
Vicente Basso Maglio, gran maestro de los maestros. Y don Vicente lo
corregía, lo aconsejaba, le decía que esto sí, que esto no, y el
Flaco ganó el Premio Municipal de Poesía, con aquel libro que aún
hoy en alguna librería lo he visto, Sonríe muerte.
Un
libro que fue reeditado hace algunos años...
AD: Muy duro el libro.
Muy
duro, sí...
AD: Hay otro Flaco que es ese, el duro. El vivía entonces en
una pensión, en Colonia y Médanos, en una de esas pensiones que
tienen dos o tres pisos. Alquiló una habitación. Y en esa
habitación obtuvo un grado de libertad muy grande. Logró salir con
las suyas y se hizo colocar una cosa que en aquella época era una
novedad, que eran los andamios. Hizo uno adentro de la pieza, que era
de esas piezas antiguas, de alto, de tal manera que tenía la cama
arriba y tenía dos habitaciones dentro de una. Y en los fierros del
andamio él hacía ejercicio, porque el gran tema de Alfredo era la
flacura, los bracitos flacos. Ahí sí, en esa época, empieza la
relación más fuerte con Bécquer Puig, con Capagorry, con Américo
Spósito, el pintor. Y nos castigábamos duro con los poemas, y a
veces íbamos a lo de Arístides, a las famosas lluvias que mojaban
la pizza... Y esas curiosidades que tiene la vida, Arístides, mi
padre, se enamoró de la madre de Alfredo. Se había ido a vivir a la
pensión, porque la madre de Alfredo, después que se separó de
Zitarrosa, y andá a saber cómo fue la partición de bienes, con una
plata se compró una casa, que está hoy y es monumento, enfrente de
la plaza que se llama Zitarrosa, la que está enfrente al cementerio
Central. Exactamente en la mitad de la cuadra, si te fijás, hay una
ventanita, que algunos van a mirar. En esa ventanita vivía Alfredo.
Y en una habitación alquilada, arriba, vivía mi padre, que no tenía
suerte con Blanca... Eran grandes amigos, entre ellos. Más que eso
no pasó. Y ahí también estaba Blanquita, que era la hermana de
Alfredo, que ahora está en Buenos Aires y tiene un movimiento por
Alfredo allá en Buenos Aires. Y bueno, ahí fue que aparecieron las
guitarras. Primero fueron los libros y después las guitarras. Había
un cantor con una voz muy interesante, Nelson Rodríguez, que
trabajaba en El Espectador, como informativista, y que tenía el
folklore en el alma. Cantaba y ahí se prendían todos. Y Alfredo
también. Yo no, porque soy un gaznápiro para esas cosas...
Y ahí se adentraron
por los caminos del folklore...
AD: Sí, y
Alfredo cantaba, pero la delantera la llevaba Nelson. No te puedo
decir. Alfredo tenía linda voz, pero no era nada del otro mundo.
Hasta que vaya a saber qué celos o qué cosa de adentro fue llevando
a Alfredo a independizarse y a ir tocando solo y armar esas
canciones. Y a sacar esa voz que fue única.
((fragmento de
entrevista de Mario Delgado Aparaín con Amanecer Dotta en el
programa de televisión "Café negro", emitido por Tevé
Ciudad en diciembre de 2015))
1 comment:
Excelente blog ! saludos!
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