Foto: Fernanda Montoro |
Autora
de La azotea, una de
esas novelas que se vuelven mojones de una generación, Fernanda
Trías demoró más de una década en publicar un segundo libro. Se
llama La ciudad invencible y
es uno de las gratas sorpresas de esta temporada literaria. El
escenario es Buenos Aires, una de las tantas ciudades donde residió
la escritora.
Hay
una persona, una mujer joven, que no termina de salir de una
experiencia fuerte, de una historia que sigue abriendo heridas.
Escribe. Escribe de sus días en una ciudad, que no es la suya, una
ciudad que deja de ser literaria apenas empieza a escribir sobre
ella. Son historias sobre ella misma, en esa misma ciudad, que se
llama Buenos Aires, pero que muestra asfixia, sopor, humedad, algunos
pocos amigos, vidas precarias de emigrantes y mucha paranoia. Todo
duele. Todo está sucediendo. Salen las palabras. Al principio no hay
ficción. Lo sabe. Así funcionan los espirales que va narrando
Fernanda Trías en La ciudad invencible,
relato que se vuelve una ficción peligrosa, en un borde
autoficcional que revela un aprendizaje sentimental o, posiblemente,
la construcción de una identidad, que es -también- la invención de
un territorio, una ciudad. Y eso lo sabe más que nadie alguien que
ha vivido en varias ciudades: Montevideo, Berlín, Buenos Aires,
Nueva York, Valparaíso.
"Ahora
estoy viviendo en Bogotá", dice Fernanda Trías. "No sé
qué tiempo verbal debería usar: voy quedándome, tal vez, porque a
cada momento tomo la decisión de quedarme, y por ahora me sigo
quedando. Casi siempre en la ecuación entran los amigos, la
capacidad de la ciudad para despertar los sentidos, remover, renovar
—y hasta destruir— los materiales desde los que escribo, y las
posibilidades laborales. Pero últimamente he sentido que da lo
mismo, que estoy en un lugar porque da lo mismo estar ahí que en
otra parte: de todas maneras me llevo a mí misma. De eso sí que no
he logrado deshacerme".
Originalmente,
el texto iba a ser una crónica sobre la ciudad de Buenos Aires que
me había encargado la escritora chilena Lina Meruane para su
editorial, Brutas Editoras. Yo acepté, pero cuando me senté a
escribir la primera escena, de inmediato me di cuenta de que estaba
cambiando “hechos”, que adulteraba cosas, y supe que luchar
contra la ficción iba a ser inútil. Así que fue al revés: no me
dispuse a escribir una novela y me salió “mi vida”, sino que me
dispuse a escribir sobre la ciudad y me salió una novela. De todas
maneras, a medida que avanzaba me fui interesando cada más en esa
mezcla, quise exagerar la confusión entre vida y ficción, porque de
todos modos ninguna de esas categorías tiene nada que ver con la
realidad, son sólo palabras, o conceptos, al igual que “realidad”.
Exagerar ese hecho también significaba hacer un llamado a
reflexionar sobre estas categorías y sobre el proceso de edición
que hacemos del pasado y de la memoria.
¿Sentís
que es un punto tan peligroso -o no- el de la autoficción?
El
punto es peligroso para quien le importe la opinión de los demás,
en este caso, de los lectores. Yo tuve que atravesar una época de
mucha exposición, mientras vivía en Buenos Aires, donde se dijeron
cosas deshonestas y feas sobre mi persona, en público y en las
redes, así que tuve que aprender a deshacerme de la piel sensible y
a generar otra más impermeable para seguir adelante con el mínimo
de dolor y de indignación posibles. No fue un aprendizaje fácil, y
la novela también trata de eso, del miedo, el dolor y la
construcción de una identidad. Ahí entendí lo que significa ser
una “persona pública” y empecé, muy de a poco, a desinteresarme
por completo de lo que se dijera de mí. Eso limpió el terreno para
que esta novela fuera posible. Como dicen, la valentía no es ser
inmune al miedo, sino atravesarlo.
¿Qué
fue lo que te llevó -como se cuenta en el libro- a no irte de la
ciudad, a no dejarte vencer?
Buenos
Aires es una ciudad estimulante, caótica y fascinante en todo
sentido. Cuando me fui, con la beca de New York University, siempre
pensé que volvería. Y tal vez vuelva… sólo que la vida -o el
azar- se interpuso y me llevó a Bogotá, donde vivo actualmente.
Pero nunca quise irme de Buenos Aires, y una parte de mí sigue
queriendo volver. Los mecanismos de idas y vueltas son misteriosos e
imprevisibles, y esos tres adjetivos: estimulante, caótica y
fascinante, también se ajustan a Bogotá.
Me
sorprendió que en La
ciudad invencible se
mencionara al legendario poema "Cadáveres", de Néstor
Perlongher...
Escuchar
a Perlongher me reconcilia con la existencia. Me permite recuperar
por un momento la sensación de que no todo es ruindad o, al menos,
de que en la ruindad también puede surgir algo emocionante y con la
fuerza vital de Perlongher. Al final, la muerte no puede contra esa
fuerza, y el mal tampoco. Claro que no es el único artista que tiene
ese efecto en mí, pero es difícil que me ocurra con un novelista,
porque la poesía tiene la inmediatez de la música.
¿Se
pueden cerrar círculos? ¿Y cerrar espirales? ¿Se puede volver al
mismo lugar?
Hay
cosas que se digieren y se dejan atrás. Hay cosas que se comprenden
y se ven bajo otra luz. Pero no hay un círculo que se cierre, porque
de ese proceso de elaboración no se sale indemne, y sobre todo,
jamás se sale en el mismo lugar. De ahí la idea de la espiral.
Puede ser que “casi” lleguemos a cerrar algo, pero siempre
estaremos un poco más arriba o un poco más abajo, con algún grado
de desfasaje. Y en realidad, eso me parece bueno.
((entrevista publicada en la revista CarasyCaretas, 12/12))
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