Una
canción puede ser entendida como un edificio, como una construcción
que sigue determinadas pautas y parámetros. Para la mayoría de los
músicos y productores artísticos, sobre todo en el terreno del pop,
parece bastar con no alejarse de la norma y mostrar satisfaccción al
lograr líneas armónicas que exhiban solidez y una buena
terminación. Pero qué es lo que sucede cuando el que diseña una
nueva canción decide prescindir de planos y estructuras
preconcebidas y parte de un mínimo groove de bajo, se lanza a jugar
con las repeticiones y arma las melodías con voces que percuten, que
se meten en el silencio, para que las baterías y guitarras y
teclados aparezcan en sutiles brochazos que suben o bajan la
velocidad, o la tensión, que viene a ser más o menos lo mismo. Más
que un edificio, el resultado puede llegar a ser una escultura de esas que no se
puede dejar de mirar por su elegancia al desafiar la gravedad.
Hay
que tener mucho talento y una buena dosis de confianza para meterse
en esta forma jazzera/experimental de entender el pop. Hay que
conocer los intersticios de la electrónica y al mismo tiempo tener
una ductilidad técnica en los sonidos que se le pueden sacar a
instrumentos orgánicos. Hay que manejar la voz como un instrumento
único, que dialogue, que se pasee por la melodía sin romper el
misterio. Hay que dejarse llevar y tal vez -como hace Alfonsina en
Pactos- deshacerse del
formato canción para que la construcción pueda desequilibrarse, con
elegancia y refinamiento, para devenir piezas o partes complejas que
narren sonidos, que deriven, que se vuelvan una poética pop
experimental, con momentos paradójicos en que el groove se torna
denso blues o ligereza new wave.
Alfonsina
hace en Pactos un
disco que se disfruta plenamente y que está absolutamente despegado
de la producción musical uruguaya cercana al rock, al pop y a la
electrónica. Juega con fuego. Juega en otra división. Y, sobre
todo, explicita el gran salto que ha querido dar como artista,
dejando atrás un muy buen debut -el disco El bien traerá
el bien y el mal traerá canciones- para
arriesgar fuerte y transitar caminos menos explorados. Es un disco
minimalista en la decisión de estar construido con los elementos
indispensables, pero es al mismo tiempo complejo en alejarse del
confort de la estructura de la canción.
Tuvo
Alfonsina un aliado de lujo, en su pareja, el batero Diego Bartaburu,
pieza clave en el diálogo bajo-batería que es una de las fortalezas
del disco Pactos. Tuvo también muy claro un concepto que
aprendió de su padrino musical Tricky, el gurú inglés del triphop,
para quien componer es pintar con sonidos. Tuvo, y esto tal vez sea
lo más importante, la necesidad de hacer un disco a su entero gusto.
Ella no lo oculta. Lo dice, con claridad, en sus palabras: "La
necesidad que sentí fue la de tener el poder de decisión sobre cada
nota tocada, expresar con más texturas, para que las dinámicas del
álbum estuvieran de acuerdo conmigo". Y agrega: "No siento
que haya tomado un camino que sea otro, sino que recién logré
materializar el camino que es mío".
***
¿Cuántas
de las estrategias de
creación fueron buscadas o las fuiste encontrando en
el camino de definir la esencia del disco Pactos?
Alfonsina:
A mí me gustan las limitaciones y exprimir el cerebro, así que me
propuse el ejercicio de hacer el disco con lo que tenía cerca y no
fantasear con mundos lejanos. Tengo un bajo, tengo una telecaster,
una batería electrónica, un microKorg, una voz y un cerebro. Lo
principal fue eso, fue la idea de refinar lo cercano. Por otro lado,
me frustra escuchar tantas baterías similares en la música uruguaya
de ahora. Tum pá, tum tum pá. Quería poner en un disco algo
diferente, porque también me frustra lo mismo de los bajos, que
pasan desapercibidos. Entonces es un disco en el que bajo y batería
hablan por sí mismos; no son acompañantes para la voz y no tocan
para "resolver" una música sino que son paisajes en sí
mismos. Me dediqué a hacer patterns de bajo, bata, guitarras, voz y
teclados que fueran lo suficientemente buenos para poder repetirse y
resignificarse en cada repetición. Que abrieran espacios, no que los
cerraran como a veces me parece con otras formas de hacer canciones
¿Cuál
fue tu necesidad personal, como artista?
A:
Mi necesidad fue de aporte. Quise aportar algo, no sólo hacer otro
disco. Comencé con algunas premisas, pero luego el proceso fue de ir
haciendo y encontrando, también perdiéndome y dudando,
obsesionándome. En lo relativo a las voces, quise que fueran una
textura más del conjunto. Que no se impusiera ni su impronta ni su
narrativa sobre el resto.
¿Cómo
se van enhebrando los textos con tu decir, y luego con lo
estrictamente musical?
A:
Mi forma de escribir letras es siempre a través de la improvisación.
Puede que luego me quede colgada de una letra y la resuelva en el
correr de los días, pero en un momento se detiene ese flujo y ya no
puedo modificarla. Ya no hay más, y no hay menos. Confío en eso.
Mis maestros van desde Mateo a Pessoa.
Hay
dos canciones que destacan en el disco. Las dos refieren al fuego...
¿Qué podés contar sobre ellas?
A:
Cada vez me cuesta más hablar de las canciones. Siento que están
dichas. Pero, bueno, acerca de "Fuego", puedo contar que la
escribí hace mucho tiempo, antes incluso de terminar el primer
disco. "La ciudad es un segundo/ si te tengo que encontrar",
dice una parte de la letra, y siento que ahí relativizo tiempo y
espacio; como que no hay tiempo ni espacio que separe lo que va
junto. El recitado que hay al final es del año 2009, en mi cuarto,
con un micrófono de computadora, un texto en el que voy
reflexionando acerca del lugar en la historia que nos toca vivir. Sin
racionalizar, sino poetizando y encontrando conceptos a medida que
hablo. Juntar esos dos tiempos en la canción (2009-2017), tiene
total sentido para mí. No entiendo el tiempo, pero me interesa mucho
cuán conectados están presente-pasado-futuro. Podría ordenarlos de
cualquier manera y sería lo mismo. No sé si me estoy haciendo
entender. Siento que la canción es un embudo y a través de la
repetición de una cosa "soy lo que doy y soy un nudo tenso
cuando sobrepienso", deja que suceda algo más importante. En el
caso de "Juego con fuego", trata del diálogo de un ser
dividido. Originalmente tenía otro bajo, pero me sonaba boludo. Hice
el bajo nuevo y como había tomado un par de clases con Nacho Mateu,
lo invité a que lo grabe él con todo su peso. Él tenía un bajo
que me gustaba y que me parecía ideal por el sonido. La melodia de
la guitarra no sé de dónde me salió, pero la grabé en casa y me
puse a bailar, así que supe que era esa o esa. No la regrabé. No
pude resolver el final del tema. Un conflicto serio. Fabrizio Rossi
-que se encargó de la paciente mezcla de Pactos- me ayudó con ese momento de locura explícito.
¿Cómo
te sentiste en el proceso, mientras creabas y grababas el disco?
A:
He sido siempre muy abstracta en mi forma de procesar la vida y el
arte. Justamente en este álbum lo que hago es aterrizar. Es muy
concreto: la línea de bajo groovea o no groovea. La batería está
cantando o está al pedo. La guitarra, si la toco más, sobra. El
teclado es una textura. Estoy pintando y encontrando un equilibrio
muy concreto. Grabo y escucho. Miro. El disco se planteó en mi casa,
con Diego Bartaburu como baterista, y luego se llevó al estudio para
conseguir mejor calidad. Éramos nosotros y el mundo.
((artículo publicado originalmente en revista CarasyCaretas, 10/2017))
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