A unas pocas cuadras
de Urquiza, para más datos de la calle Urquiza entre Larrañaga y
Mariano Moreno, en otro de los bordes de La Blanqueada, más hacia el
ex Parque de los Aliados, se encuentran otras calles literarias, o
mejor dicho las calles de las crónicas mágicas de Mauricio
Rosencof, las de El barrio era una fiesta y La segunda
muerte del Negro Varela. El Ruso sigue desempolvando, libro tras
libro, un material que apela a la emoción, a un pintoresquismo que
funciona entre personajes entrañables y una pluma que tiene el pulso
de lo vivido y desmemoriado.
Las historias de
Urquiza, escritas por Carolina Bello, se plantean otros
desafíos, otras necesidades emocionales, pero el viaje es similar al
del Ruso, aunque en su caso con la ayuda de un intermediario: recogen
relatos familiares a través de la memoria del padre de la autora.
Son crónicas, secas en el estilo, afinadas en el tempo, que
cautivan al lector en un borde inapresable y acaso mágico, punto en
el que dialogan y se entienden con las de Rosencof (no podía ser de
otra manera, siendo barrios tan cercanos en tiempo y espacio). No hay
en Urquiza cuerpo de novela, ni relato que siga una historia
central: Urquiza se compone, en su ágil estructura, de 11
relatos que comparten geografía y algunos personajes que acaban
dándole una unidad potente y que el lector disfruta, con el agregado
de llenar los huecos de lo no dicho, lo no contado.
Hay otros dos
aciertos editoriales que complementan el recorrido y suman a la
lectura del libro de Bello: un mapa donde se reconstruye el “barrio”,
donde se señalan lugares y momentos: la casa de los Manaquer, la de
Hilda, la de la niña Lagrimita, el bar La Vía, el patrullero que se
lleva a la loca Yolanda, y un índice de personajes y sus relaciones.
Hay mucha, y buena vida, en las páginas de Urquiza, lo que
implica que haya alegrías, accidentes, absurdos varios, muertes y
algunas historias laterales que se escapan a la geografía y que
derivan a territorios rurales e incluso a parajes más lejanos, en el
mismísimo Brasil. Pero todo confluye en esas tres o cuatro calles,
en una serie de episodios que terminan fundando un pequeño y potente
universo.
La herramienta de la
crónica, sumada a un buen pulso literario, le permiten a Bello algo
más que la reconstrucción de relatos de barrio desmemoriados, y ese
algo más tiene que ver con el acercamiento a la vida cotidiana de
montevideanos de clase media de hace medio siglo. No es poco.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 12/2016))
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