la trampa


Hace mucho tiempo que Amélie Nothomb dejó de ser una dulce novedad literaria, un producto francés de sorpresivo glamour, aunque debe aclararse que su exotismo de belga nacida en Japón le ha rendido bastante más en sus tramas autoficcionales que si fuera una simple parisina. La ingeniosa idea de publicar retratos suyos en las portadas de sus novelas acompaña este paso de novedad juvenil a una madurez que acompaña con riguroso negro en la vestimenta y una excesiva capa de maquillaje. Y la mirada, sí, sobre todo la mirada, porque en todas esas fotos de las portadas de sus libros siempre aparece mirando al lector a los ojos. No se esconde. Mira. Lo que equivale, en literatura, a mostrar verdad.
Es probable que los lectores de sus primeras novelas -emocionantes lecturas como lo fueron Cosmética del enemigo, El sabotaje amoroso y Metafísica de los tubos, con títulos que podrían ser de ensayos de Jean Baudrillard- no se encuentren cómodos con el desarrollo de una carrera literaria que optó por producir uno tras otro libros cortos y de historias sin mayores complicaciones ni riesgos. Pero, al mismo tiempo, Nothomb ha ganado en la habilidad de convertirse en un personaje muy pintoresco, en novelas rápidas de un oficio literario impecable e implacable. Se mueve en el territorio de la autoficción, pero sin abusar del morbo y facturando divertimentos más que necesarios para complementar otras lecturas.
Pétronille es una novela en la que expone de manera solapada todos estos puntos y se interpela como escritora, a través de una historia de amistad con una autora joven, proletaria, de familia comunista, más o menos extraviada, con la que se sacude su juventud perdida y lo que no pudo ser. Nothomb encuentra en Pétronille Fanto (por más datos, el personaje está tomado de su amiga escritora Stéphanie Hochet) una compañera ideal para beber champagne y para cuestionar la propia creación literaria y su personaje.
El resultado es una novela brumosa, con una honesta reivindicación del consumo de alcohol en tiempos de corrección política y una lúcida crítica al sistema editorial (su estoica amiga parisina no gana dinero con la literatura pese a escribir excelentes novelas y sobrevive testeando pastillas de prueba para laboratorios médicos). Nothomb sigue siendo una gran observadora y logra ir colocando a su personaje lejos de la adrenalina de sus primeros libros y más cerca de una madurez tan refinada como decadente, que le permite comprender que la literatura –al fin y al cabo– es un ejercicio riesgoso que la hace caer siempre en la misma glamorosa trampa. ¿De qué trampa se trata? Lo bueno es que la respuesta a esa pregunta el lector la tendrá en la última página, después de devorarse una novela altamente etílica, en varios pasajes al borde del delirio: son inolvidables los pasajes en que Pétronille y Amélie viajan a esquiar, o la cena de fin de año en casa de los padres de la amiga. Es, y eso tantas veces importa, una novela que se deja leer de un tirón.

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 09/2016))

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