La
dramaturgia del chileno Guillermo Calderón es una de las más
poderosas y lúcidas del teatro iberoamericano contemporáneo. Neva,
Diciembre y
Villa+Discurso, todas
estrenadas en Montevideo por sus elencos originales, en montajes
firmados por su propio autor, desarrollan ficciones políticas
signadas por una fuerte artillería verbal, que ponen en fuego
cruzado argumentaciones y una dialéctica dramática admirable.
La
poética de sus obras, explícitamente política y centrada en la
palabra, en el discurso, tiende puentes entre la lógica argumental
de autores de mitad del siglo pasado, como los casos de Brecht y
Sartre, con la incorrección y fragmentación del lenguaje escénico
contemporáneo. Cada una de sus obras es un milimétrico juego
teatral con altas dosis de humor, irreverencia y sarcasmo, y que
encuentra algo que no es nada sencillo en el teatro de ideas: la
emoción, en su caso una dosis de emoción política que se vuelve
imprescindible en tiempos vaciados de todo significado crítico.
Clase,
de manera similar a varias de sus obras, transcurre en un lugar
cerrado, con cierta claustrofobia, entre personajes que se ven
llevados a conversar, interpelarse y discutir hasta las últimas
consecuencias. Si en Neva,
por ejemplo, tres
actores ensayan una pieza de Chejov mientras las calles de San
Petersburgo se sugieren convulsionadas por la revolución rusa, el
afuera del profesor-alumna de Clase es
una marcha estudiantil durante la revuelta de 2006 en Santiago. Es el
mismo tipo de escena estática y austera en el que se representa el
debate sobre la memoria de las tres chicas de Villa,
situación ideal para que todo quede en manos de la palabra y la
actuación, con una intensidad dramatúrgica que lleva a un teatro de
ideas capaz de desplazar -en el caso del contexto chileno- a los
montajes de gran predominio visual que hegemonizaron los montajes de
los años noventa y de principios de siglo.
La
clase uruguaya
Laura
Pouso, productora artística del montaje uruguayo de Clase,
sigue muy de cerca la trayectoria de Guillermo Calderón y tuvo
oportunidad de presenciar, en el Teatro Mori de Santiago, la puesta
en escena original de la obra: "Tuve la sensación de estar
frente a un texto mayor y frente a un autor de teatro en sentido
cabal, con todo lo que eso implica y significa. La función de Clase,
aquella noche, en aquel teatro, interpelaba no solo la creación
teatral en sí misma como hecho artístico, como acto de resistencia,
sino que nos decía algo de manera furiosa y urgente sobre nosotros
mismos".
No
pasó mucho tiempo para que Pouso le planteara a Alberto Rivero el
proyecto de poner la obra de Calderón en escena.
La
leyó y no dudó en encargarse de la dirección. "Tuve
una fuerte atracción con el texto", cuenta Rivero. "Con lo
que dice, con las cuestiones sobre las que se interroga, sobre las
tensiones continuas que propone la obra... La versión dirigida por
Calderón no la vi. Y lo más interesante es que he tenido miradas
encontradas. Ese me ha gustado más aún".
Clase enfrenta a dos personajes, un profesor (Rogelio Gracia) y una alumna (Camila Vives), encerrados en un salón donde debaten sus posturas políticas mientras afuera se lleva a cabo una manifestación estudiantil. La obra refiere concretamente al Chile de las protestas estudiantiles de 2006 y ellos dos personifican, de alguna manera, el choque entre generaciones, entre el pasado y el futuro. Esa idea es la que refuerza la comunicación de la obra, pero es precisamente un concepto del que Rivero prefiere desmarcarse: "No creo que esta obra sea dual en ningún aspecto. No habla de problemas generacionales, ni de problemas profesor-estudiante. Ese no es su centro. Es cierto que Calderón los pone como excusa, pero Clase habla de territorios más bien complejos".
Clase enfrenta a dos personajes, un profesor (Rogelio Gracia) y una alumna (Camila Vives), encerrados en un salón donde debaten sus posturas políticas mientras afuera se lleva a cabo una manifestación estudiantil. La obra refiere concretamente al Chile de las protestas estudiantiles de 2006 y ellos dos personifican, de alguna manera, el choque entre generaciones, entre el pasado y el futuro. Esa idea es la que refuerza la comunicación de la obra, pero es precisamente un concepto del que Rivero prefiere desmarcarse: "No creo que esta obra sea dual en ningún aspecto. No habla de problemas generacionales, ni de problemas profesor-estudiante. Ese no es su centro. Es cierto que Calderón los pone como excusa, pero Clase habla de territorios más bien complejos".
¿Cuáles
serían los territorios temáticos que transita la obra y que te
llevaron a dirigirla en Montevideo?
Alberto
Rivero: La obra, como te dije
antes, es fuertemente compleja... Fue la idea fuerza de seguirnos
preguntando lo que me llevó a querer hacerla. Y cuando digo
seguirnos preguntando es porque hablo de todos. Y me refiero no solo
a preguntarse sobre cuestiones de la educación. Esa es solo una
parte de esta obra. Preguntarnos sobre nuestra historia, sobre
nuestro lugar en el devenir histórico. Qué hacemos y qué hemos
hecho. Es una obra que nos interpela individual y colectivamente.
Interpela nuestro lugar. A fuerza de pura interrogante y dudas.
¿Qué decisiones tomaste como director a la hora de trabajar el espacio y la dirección de actores?
¿Qué decisiones tomaste como director a la hora de trabajar el espacio y la dirección de actores?
La
decisión fundamental fue que el conflicto estuviera ahí, presente.
Sin la explosión que genera el conflicto, no hay obra. No hay
interés. Se transforma en un evento formal y sin sentido. Esa fue la
decisión fundamental. Descubrir el conflicto con uno mismo y con el
otro.
¿Cómo sienten que los interpela a ustedes, desde la actuación, los personajes y los temas tratados por Calderón?
¿Cómo sienten que los interpela a ustedes, desde la actuación, los personajes y los temas tratados por Calderón?
Camila Vives:
A mí me parece que poner sobre la mesa un tema tan significativo y
complejo como lo es la educación, implica generar una reflexión que
nos involucra e interpela a todos. Más aún cuando las diferencias
entre la educación pública y la privada se vienen acentuando
notoriamente y terminan por reproducir un sistema de clases sociales
cada vez más cerrado. En este sentido, es imposible no encontrarse
tocado por el conflicto. Siento que es un gran desafío llevar a
escena un texto tan político sobre un tema tan actual.
Rogelio
Gracia: En
el caso de mi personaje, siento que el fracaso es el
gran tema. Y es también el tema de la obra, porque hablando en
términos políticos sería el fracaso de un sueño. El de un tipo
que se crió en dictadura y que creyó en un futuro, y que, al
terminar esa dictadura y luego de treinta años, tiene que
conformarse con lo que es, con todo lo que no pasó en esos treinta
años, y lo que no le pasó tampoco a él. No solo en la educación.
Y las consecuencias que eso le trajo a nivel personal, y qué hacer
con eso. ¿Qué hacer cuando fracasan los sueños? ¿Qué hacer con
ese descreimiento sobre la política? ¿Qué hacer con esa
frustración? La crisis en la educación, la diferencia entre clases
sociales, que cada vez parecen ser más marcadas, están muy
fuertemente planteadas en esta obra, además de esa fuerte diferencia
de visiones entre las dos generaciones, la del profesor y el alumno.
Y esos temas nos atraviesan a todos, estemos donde estemos parados en
esta sociedad.
¿Cuáles
dirías que son los puntos fuertes de la dramaturgia de Calderón?
A.R.:
Las interrogantes son su punto más fuerte. Cuando los personajes se
preguntan y no encuentran respuestas. Ahí es maravillosa e intensa.
Para este tiempo de tanta certeza disfrazada de duda me parece
contundente su dramaturgia. Por fuera de lo políticamente correcto.
Eso hace esencial a su dramaturgia ya que va a la esencia.
((artículo publicado por revista CarasyCaretas, 08/2016))
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