Sergio
Altesor hizo y rehizo su vida varias veces. Vivió una lejana
infancia y adolescencia en Montevideo, luego vinieron varios años de
cárcel durante la dictadura, la deportación a Estocolmo, un breve
pasaje por la selva nicaragüense, nuevamente Estocolmo, un regreso a
Montevideo a fines de los años noventa, un nuevo exilio en Malmö,
hacia el año 2001, y una vuelta posiblemente definitiva a Uruguay
para afincarse en la Ciudad de la Costa. Ha publicado varios libros
de poesía, el último de ellos en 2012 con el significativo título El sur y el norte, ganador del Premio Nacional de
Literatura que otorga el MEC, y desarrolló una intensa carrera como
artista visual, sobre todo en los años ochenta en Estocolmo.
Escribe, además, narrativa. Taxi es
su segunda novela, publicada dieciséis años después que la
primera, Río Escondido.
Taxi
es una novela protagonizada por
un hombre que hizo y rehízo su vida varias veces, un sudamericano
llamado Pedro Fontana que vuelve a Estocolmo con el propósito de
manejar un taxi una pequeña temporada, durante los meses de
invierno, y así ajustar cuentas con su memoria personal a través de
recorridos que van enlazando momentos de ficción, de autobiografía
y una sugerente capa documental en la que se registran algunos de los
viajes que el propio Sergio Altesor realizó, en Estocolmo, en una
pequeña temporada que trabajó de taxista para recopilar material
para una novela a la que llamaría Taxi.
La novela se encadena en la forma de un diario personal, entre el 28
de noviembre y el 31 de diciembre del mismo año. Es un juego
perfecto, tanto para el escritor como para el lector. Una estructura
simple que permite al lector deslizarse con extrema comodidad, con la
curiosidad de quien espía un diario de viaje, confesional, en el que
se alternan relatos autónomos de una gran densidad narrativa y
emocional: historias de amor y desamor, la pesada carga del exilio
político y las marcas de la cárcel, contrapuntos entre distintos
tiempos de las sucesivas 'patrias' o territorios emocionales que
habita.
Pero,
y lo más significativo, es que Taxi aparece
como una construcción literaria ideal para que Altesor desarrolle un
homenaje a Estocolmo, la ciudad que lo recibió en el año 1976 como
refugiado político. Lo hace en la figura de un taxista veterano,
conocedor de una ciudad diferente a la que conoció y vivió entre
los años setenta y noventa. Porque muchas cosas han cambiado. Y no
solamente en asuntos relativos al paisaje urbano, también en la
evidencia de una fuerte crítica a una sociedad que abandonó hace
rato la utopía del socialismo democrático por un neoliberalismo
feroz.
El taxista conserva la mirada del otro, del que ya no tiene una
patria a la que volver, lo que le permite observar y ser minucioso en
detalles que suelen pasar desapercibidos y que un conductor atento es
capaz de notar en cada uno de sus viajes. Esa mirada, en definitiva
la de Sergio Altesor a través del protagonista Pedro Fontana, es el
gran punto fuerte de la novela. Es el extranjero que mira, que
escucha, que experimenta el presente con la circunstancia de no ser
parte, punto de vista que engarza con precisión con el tono paralelo
del exiliado, el que vive varias vidas y es capaz de yuxtaponerlas en
los recorridos de un taxi, a los que se suman los menos azarosos
recorridos por la memoria. En el relato se encadenan numerosos
personajes, entre ellos algunos colegas, como el veterano que le
detalla con una buena dosis de resignación la traición de
dirigentes políticos y sindicales de la vieja izquierda sueca. Se
suman numerosos clientes, sobre todo los que no pasan desapercibidos
por sus buenas o malas maneras, o bien por monólogos neuróticos o
derivaciones del viaje que resultan muy atractivas para el relato.
El
gran personaje de Taxi es
-y de ello no hay duda- Estocolmo, extendida como una selva urbana
que reordena el caos de la memoria y que de alguna manera se encadena
con la selva de Río Escondido,
la primera novela de Altesor, aunque aquella se le haya vuelto
inapresable al personaje Fontana, a la hora de pretender describirla
en imágenes o palabras: "En la selva (...) no existía ningún
horizonte, ningún frente ni fondo, ninguna perspectiva, nada. Sólo
caos y movimiento. Pero decir que en ella no había estructura y
definirla como un caos era sin duda demasiado simple y era todavía
parte de la esclavitud que Fontana tenía hacia la lógica. Porque a
pesar de todo se podía adivinar allí la existencia de un orden, si
bien se trataba de un orden irracional y nuevo; o mejor dicho, de un
orden muy viejo que contenía la dinámica y la fuerza de un tiempo
anterior al hombre y a su sentido del orden".
Por todo ello es muy interesante el recurso del diario y muy
especialmente la inclusión de una cámara dentro del taxi que
registra las conversaciones, herramienta que Altesor trae -sin
mayores explicaciones- de la práctica, o bien de su imaginario, como
artista visual. Este plano documental le agrega otra capa a la
novela, que más allá de servirle al narrador para encontrar un
orden en un presente que se le escabulle entre viaje y viaje, se
complementa con la inclusión de una serie de fotografías que el
autor decide publicar en algunos pasajes de la novela. Las
fotografías de Estocolmo, de lugares por los que la novela transita,
le permiten al lector diluir aún más la frontera entre ficción y
autobiografía, llevando el registro a un borde de agradable
complicidad con lo que se está leyendo y amortigua la sensación de
fragmentos dispersos propia de un diario.
Sergio
Altesor integra un posible grupo de uruguayos que vivieron el exilio
político en Suecia y desarrollan una intensa carrera en el mundo de
las letras. Roberto Mascaró, Hebert Abimorad y el propio Altesor, se
mueven sobre todo en el campo de la poesía. Pero hay una
particularidad en la más reciente narrativa de Carlos Liscano y en
la de Fernando Butazzoni, otros dos "uruguayos-suecos", que
se imbrica con esta poderosa novela Taxi,
de Altesor, y tiene que ver con el carácter fuertemente
autobiográfico y con la necesidad de escribir sobre la
memoria personal y emocional de sus respectivas peripecias como
presos políticos y luego exiliados. En el caso de Altesor, como ya
lo hiciera en Río escondido,
desde una escritura más aluvional y abigarrada que la transparencia
y sobriedad que maneja en Taxi,
se distingue una mirada exenta de los extrañamientos del exiliado,
lo que lleva a definirlo como un relator más cercano a la sentencia
del teólogo Hugo de San Víctor sobre la condición del viajero: "El
hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno
principiante; aquel para quien cada suelo es como el suyo propio ya
es fuerte; pero solo alcanza la plenitud aquel para quien el mundo
entero es como un país extranjero".
Lunes
15 de diciembre
"Esta
tarde subo hasta Mosebacke, en la cima de la colina Katarina, y
recorro la placita cubierta de nieve en donde Strindberg ambientó el
comienzo de La habitación roja. (...)
Durante un año viví en un edificio de la calle Bondegatan habitado
por una tribu bastante ruidosa de drogadictos y de alcohólicos. Allí
era frecuente que alguien golpeara a mi puerta para pedirme ua
cerveza, un trago de vino, cigarrillos, huevos, sal, o un poco de
avena, algo que hubiera hecho parar los pelos de punta a cualquier
sueco en cualquier otra parte de la ciudad". (pag. 162)
Viernes
21 de noviembre
"Estaciono en la cola que se forma frente a los cafés y
restaurantes de Kornhamnstorg, al sur de Gamla Stan, la pequeña isla
en donde está el casco antiguo de la ciudad. En la jerga de los
taxistas al sitio le llaman "Engelen" por el nombre de uno
de los cafés que queda sobre la plazoleta. Según Dragan, hasta la
medianoche es un lugar estratégico para agarrar clientes que salen
de los locales del interior de la ciudad vieja. A veces hay que
esperar mucho, pero los viajes son seguros. Y a pesar de que la cola
no es legal, rara vez la policía nos molesta". (pág 87)
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