La apuesta no es
nada sencilla, en lo que se refiere a los códigos de representación.
El Grupo Teatral Los Heridos representa a un grupo de pacientes
psiquiátricos, durante una terapia de actuación con psiquiatra y
público, en la que juegan a ser actores y adoptar diferentes roles
para ficcionar la historia de uno de ellos llamado Guillermo. Los
pacientes-actores buscan, en la escena duplicada, lo traumático, lo
que no se quiere recordar, lo que llevó al personaje a padecer una
crisis psiquiátrica con fuertes componentes trágicos, precedidos
por ambición y buenas dosis de intrigas que permiten
intertextualidades varias que refieren a la shakespereana MacBeth.
El entrar y salir de
la representación, el ser y no ser manifestándose en varias capas,
exige al máximo para no perder la verdad escénica en ningún
momento. El actor debe trabajar la representación desde la
distorsión de la "locura", de lo patológico. Debe llegar
a una duplicación, transitando un borde frágil y peligroso, y
evitar caer en el estereotipo, aunque a veces sí, porque la
dirección de Fontán exige una tercera posible capa, de
autoconciencia de dicha situación, potenciada por el hecho de que
ellos, los actores reales, realizaron la investigación de sus
personajes y de la dramaturgia, hecha en colectivo, bajo los
lineamientos de la directora.
Es
complejo explicarlo, pero la acción es natural, es clara, queda
limpia de todo equívoco. Eso sí, el espectador, también duplicado,
duda en reir o no, en los momentos en que debería hacerlo, incluso a
carcajadas, pero no puede, tal vez por pudor, porque lo que está en
juego es divertido y al mismo tiempo perturbador. Todo eso es posible
por el gran trabajo de Fontán y su grupo, con actuaciones
superlativas, por ejemplo, en el caso de Fernando Amaral y en algunas
participaciones de Maite Bigi.
A
quien tuvo oportunidad de ver, en alguna oportunidad, el trabajo
escénico de un grupo de pacientes psiquiátricos, le llamará la
atención la alta capacidad del elenco para llegar al estado de cada
uno de sus personajes, en lo físico, en lo gestual, en lo
discursivo. No es nada fácil lograrlo, pero el grupo de actores Los
Heridos -en una tensión escénica similar a la que este cronista
recuerda haber visto, hace más de veinte años, en la compañía La
Azotea, de pacientes del Vilardebó- encuentra esa verdad y hace un
magnífico trabajo, dejando expuesta -de manera transparente- una
trama, la de Guillermo y sus culpas y el accidente fatal de su
pequeña hija, que emerge como una historia que encontró una forma
muy elegante para ser contada, o sea representada. Para aplaudir de
pie.
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