Hay un libro. Se
llama Nadie entiende nada y
viene a ser, dada la circunstancia de haberse publicado por Planeta
poco después de la muerte del autor, Julio César Castro, una suerte
de legado literario. Es un libro raro, porque no tiene lo habitual,
lo que se esperaba, lo que cada tanto Juceca gustaba sacar del cajón
y publicar. No incluye historias del boliche El Resorte, no aparece
Don Verídico. Incluye cartas, textos, fragmentos de un diario
íntimo, columnas y varios relatos inéditos.
Nadie entiende
nada es, sin embargo, un libro
esencial, revelador del talento de Juceca para manejarse entre la
ficción y la realidad, y también como observador de lo cotidiano,
siempre filtrado por esa mirada surrealista que es a esta altura una
marca de estilo de un escritor finísimo y con una producción
esencial en la tradición del humor uruguayo. Ese libro lo leyó,
sería más exacto decir que lo devoró, el actor Diego Bello. Se le
convirtió en una obsesión: quería llevarlo al teatro, a la escena.
Le comentó del proyecto al director Alberto Rivero, también a
Pinocho Routín, y se pusieron a intercambiar ideas, personajes,
amigos actores a convocar. Al primero que llamaron fue a Christian
Ibarzábal, que se encargó de la adaptación dramatúrgica.
Hubo
un ensayo de una futura obra de teatro, por el mes de agosto del año
pasado, en el espacio del INAE. Rivero, Bello, Routín y un tercer
actor: Jorge Esmoris. Era el germen de la versión escénica de Nadie
entiende nada, todavía en
proceso de investigación de personajes, del texto, del juego
teatral, como parte del ciclo Bitácoras. Estaba
todo por crear, pero se advertía la capacidad creativa de tres
actores dispuestos a recorrer el surrealismo y la imaginería de
Juceca, de dejarse llevar y, lo más importante, aportarle dimensión
física y energética a textos de una alta densidad, reflexivos y al
mismo tiempo cotidianos. Ya estaba resuelto, eso sí, lo esencial: un
globo aerostático, definido como un espacio de luz, punto de partida
de la aventura de volar, literal en el texto y también literal en la
búsqueda de los actores por interpretar de la mejor manera a Juceca.
Nadie entiende
nada, la obra teatral, que
cuenta y desarrolla la historia de tres amigos que deciden subirse a
un globo para despedir a un amigo que ya no está, se presentó al
público, por primera vez, el 4 de marzo, en el Politeama de
Canelones. Largaron esa noche una gira por distintos teatros del
país, con la idea de llegar al Solís, este fin de semana, para
hacer dos funciones en las noches del sábado 16 y domingo 17.
"Después del Solís vamos a continuar con la gira", contó
el director Rivero a CarasyCaretas. "Tenemos funciones previstas
en Minas, Treinta y Tres, Durazno, Libertad, San José y Paysandú, y
en junio volvemos a recalar en Montevideo. Ya hay posibilidades de
llevarla fuera del país. O sea que todo es una fiesta para “la
banda del globo”, como me gusta llamarla. Ha llevado mucho tiempo
parir este sueño. Ojalá también lo podamos disfrutar mucho
tiempo".
***
¿Cómo se dio el
encuentro con el texto de Juceca y de qué manera se fue armando el
equipo con Bello, Pinocho y Esmoris?
Hace tres años,
Diego Bello, con quien estábamos caminando otros caminos artísticos,
nos propone a Pinocho y a mí la posibilidad de llevar a la escena
textos de Juceca. Su enorme respeto y admiración por Juceca se
posaba en un libro editado luego de su muerte: Nadie entiende
nada. Un material bastante diferente al que yo conocía, alejado
de las texturas del Resorte y de los Guapos. Rápidamente dijimos que
sí. Hubo que masticar el texto, alejarse, volver a masticarlo como
rumiantes, repetir el proceso, invitar a Christhian Ibarzábal para
que aparecieran los cuentos, pero no en forma de cuentos, sino
encontrar una excusa para que apareciera la obra de teatro. La acción
y el conflicto de la escena. A esa altura, ya estaban Tissoras en el
vestuario y Eder Fructos en el mundo sonoro de la obra. Y apareció
también la anécdota y el globo aerostático, y empezar a volar. Los
nombres de los personajes y después de la primera lectura de la
obra, nos dimos cuenta que faltaba Castro. Y despacio, entre charla y
charla, aparece el nombre de Jorge Esmoris y su poética. Y después
se sumaron Ignacio Fumero y Matilde López, los productores, y por
último Pablo Caballero para iluminar la escena. Y ahí ya estábamos
preparados para viajar: Julio-Pinocho, César-Diego y Castro-Esmoris.
¿Qué te
permitió jugar, ensayar, crear, con estos tres actores-comediantes,
con sus particularidades y con su impronta de teatro popular que
manejan a la perfección?
Primero que nada,
entenderlos. En ese sentido, nada diferente a lo que me pasa con
otros actores. Si en primera instancia no logro entenderlos y que
entre ellos se entiendan a la hora de jugar, el juego es imposible.
Hacerles esta propuesta fue como meter a tres niños en un pelotero.
Siempre juegan. Siempre logran desarrollar territorios de juego.
Tienen una noción y un manejo de los ritmos del juego envidiables. Y
entienden en el cuerpo el pulso de la escena. Eso fue de un gran
aprendizaje para mí: cómo lograr que tres actores con
particularidades diferentes convivan y jueguen un mismo juego que los
contenga. En ese sentido, Juceca fue el gran catalizador y trampolín.
¿Qué
encontraron en los texto de Juceca y hacia dónde volaron?
Encontramos mucho
humor, muchísima humanidad, profundidad. Y hacia ahí volamos.
Juceca es un escritor que hace humor. Por momentos, es un filósofo.
Su humor está dotado de mucha inteligencia y sensibilidad; y los
textos de este material recorren otros lugares no tan transitados.
Entonces, intentamos juntar nuestras alas para volar en dirección de
Juceca y a la vez liberarnos de cualquier presunción de cómo debe
hacerse Juceca en teatro. Y cuando empezamos a pararnos en ese lugar,
todo tomó otro color. Y las palabras demostraron lo difícil que es
decirla. Y empezar a entender el ritmo. Porque siempre es cuestión
de ritmo e intensidad. Y ahí es donde Juceca no falla. Fue un gran
capitán de globo.
¿Qué significa
este trabajo en tu carrera, en lo que has vivido en los últimos
tiempos?
Una fiesta. Pisar
otros territorios que no había transitado. Eso para mí siempre es
importante. Así como dirigí ópera el año pasado, y luego hice una
comedia con la Comedia Nacional, hacer Nadie entiende nada
implica un salto. Implica soltar. Implica descubrir, implica lidiar
con el miedo. Y eso hace que me sienta vivo. Me da felicidad. Me
permite vincularme con otras zonas tanto mías como de los otros.
¿Cuánto despegó
la obra, ya estrenada, de aquellos primeros ensayos que en el INAE?
Mucho y nada. El
globo ya estaba, y ya era un espacio de luz y lo sigue siendo. El
territorio de actuación era lúdico y lúcido, y lo es también
ahora. Queríamos llevar al lenguaje de acción teatral la escritura
narrativa, y seguimos en cada función batallando con esa génesis de
la historia de la obra... En aquel primer momento, teníamos la
certeza, en la niebla, de que queríamos volar en globo a partir de
Juceca, pero con nuestra voz. Eso que era lo central de la idea,
sigue vivo y pulsando. No nos hemos movido un milímetro de esa idea
motora. Después hemos encontrado nuevas formas. Las seguimos
encontrando todo el tiempo y esperamos que siga pasando eso, porque
si eso pasa la obra estará viva. Pero como dice Juceca, “las
formas son las formas”, y las formas siempre se mueven.
¿Qué es lo que
le dirías al público que se va a encontrar cuando esté en la
platea del Solís?
Se va a encontrar
con un juguetito. Un juguetito hecho de materiales nobles. Un
juguetito construido por tres albañiles, tres artesanos. Se
encontrará con tres personajes entrañables. Con un lugar donde todo
es posible. De eso se trata el teatro. El teatro como lugar de lo
imposible. Dice algún personaje en la obra: “El globo es así.
Desafía las reglas de lo cotidiano. Acá se pueden traer todas esas
cosas que abajo del globo parecerían inservibles”... Y así
funciona este juguetito, intentando traer al escenario aquellas cosas
que dejamos abajo. Y espero que se vaya con una sonrisa en el cuerpo.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 04/2016))
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