Los que hayan visto
Crónica de un sueño (2005)
y Exiliados (2011),
saben que a Mariana Viñoles le gusta explorar, que lo que comenzó
como un juego -para nada inocente- de filmar a su familia y a sus más
cercanos, derivó en una serie de ensayos documentales en la que ella
es cámara, voz y también parte del propio experimento de registrar
emociones, memorias y fragmentos de vida.
En
la experiencia de El
mundo de Carolina (2016),
película que cuenta con el sello de Cronopio Films, el minimalismo
es extremo y el abordaje austero se juega con decisión al formato
entrevista. Todo transcurre en una serie de sesiones entre Mariana y
su entrevistada, separadas por una mesa, sin mayores disgresiones que
algunas apariciones incidentales de la madre de Carolina y apenas un
emotivo abrazo, cerca del final la película, que antecede a una
confesión de la directora, tan inesperada para el espectador como
para la madre y su hija.
La aventura de El mundo de Carolina comenzó, para Viñoles, cuando fue convocada para filmar a un grupo
de jóvenes con síndrome de down que estaban aprendiendo a bailar
tango. Durante dos veranos, filmó a ese grupo, con la idea de hacer
una película de la que Carolina iba a ser la protagonista principal.
Después de trabajar casi dos años en ese proyecto, la directora
sintió que no quería hacer una película más sobre personas con
discapacidades. Prefería buscar un punto de vista propio. Tomó
entonces la decisión de hablar con ella y con su madre, que
aceptaron de inmediato el viraje del proyecto. La propuesta fue la de registrar varias entrevistas, en diferentes sesiones: "Instalé la cámara en ese
lugar donde Carolina y su familia siempre me habían recibido, en el
comedor, y empecé a filmar", cuenta Viñoles. "Es el
primer plano que se ve en la película... Ella está incómoda,
porque no sabe qué estoy haciendo ahí, y yo estoy incómoda porque
no sé cómo filmarla y me cuesta mucho sostener su mirada. Cuando me
fui de ahí, ese día, supe que esa era la película que quería
hacer: una larga conversación a través del tiempo, donde vamos
descubriendo el mundo de carolina a medida que nos vamos vamos
conociendo entre nosotras". La película, a pesar de la simpleza
con la que se muestra, de sus pocos elementos y su austeridad formal, se convirtió en la más difícil y arriesgada que podía imaginar Viñoles, la
única que verdaderamente le interesaba hacer.
***
¿Por qué filmás?
¿Qué tipo de herramienta es para vos la cámara?
Digamos
que filmo para que se muevan cosas, internamente. Esa es la
motivación primera. Después me voy acomodando. Hay proyectos que
tienen una fuerte impronta personal, como en los casos de Exiliados
y El mundo de
Carolina, otros menos, pero la impronta también está por el
hecho de que siempre elijo hacer yo misma la cámara y estar
presente. O sea, yo estoy en cada una de las películas que he hecho,
detrás de la cámara, pero estoy presente. Tal vez la cámara sea el
vehículo entre mi mundo y el mundo. Como siempre fui una persona muy
tímida, de las que no emitía opinión en reuniones con más de
cinco amigos… esta forma de filmar me permite conectarme con el
otro íntimamente y generar conversaciones sobre cuestiones que si no
estuviera filmando tal vez no me permitiría. Cuando tengo la cámara
prendida, tengo que correr el riesgo.
¿De qué manera
fuiste encontrando, en la entrevista, en las conversaciones íntimas,
un lugar, un punto de vista propio al que apelás por entero, como
decisión formal, en El mundo de Carolina?
Tal vez El mundo de
Carolina sea el resultado de una búsqueda que inconscientemente
vengo haciendo desde mi primera película, Crónica de un sueño,
y que se continúa en Exiliados. En esos documentales había
algo muy potente en las entrevistas, en esa forma que fui
encontrando, quedándome sola con los protagonistas, generando
conversaciones que solo pueden generarse en ese contexto íntimo. En
el caso de El mundo de Carolina,
me parece el resultado de todos esos años de experimentar, del hecho
de buscar lo real en esas circunstancias. Ahora tengo un proyecto en
producción sobre las familias sirias que llegaron a Uruguay en 2014.
Otro desafío enorme… pero menos personal y menos radical. Pero
otra vez es una historia que comienza con un viaje y que se construye
a través del tiempo.
¿Qué tiene de
especial la no-ficción?
Que podemos ser libres
y creativos, porque las imágenes están ahí para ser captadas a
nuestra manera. Podemos experimentar, podemos narrar las historias
que nos mueven nutriéndonos de lo real. ¿No es maravilloso?
El
secreto
Uno de los mecanismos presentes en las películas de Viñoles, es el de la
autoficción. Ella, como directora, es la cámara, pero también busca estar presente. Esta
decisión narrativa se vuelve visible, rápidamente, en obras ya mencionadas
como Crónica de un sueño y
sobre todo en Exiliados,
cuando expone las fracturas de su familia, a lo largo del
tiempo, en diferentes situaciones de migraciones, mudanzas,
encuentros y también desencuentros. Esas
mismas marcas familiares es probable que la hayan llevado a
interesarse por filmar, y conocer de primera mano, la situación de
las familias sirias refugiadas en Uruguay, próximo proyecto en
proceso de Cronopios Films.
No parece tan claro, sin embargo, en la
primera mitad de El mundo de Carolina,
qué es lo que Viñoles está haciendo allí, conversando con
Carolina. Empiezan a salir muchas cosas, por supuesto, sobre todo a
nivel emocional, y en la construcción del relato íntimo de la
entrevistada, sus amores, su mundo sensual, sus limitaciones, su
manera de observar el mundo. Todo
se mueve en un difícil equilibrio, hasta que sucede un pequeño
milagro, de confesiones cruzadas, de una simetría que el espectador
va conociendo -con la complicidad de la cámara-, y que implica algo de lo que lo que la directora fue a
buscar a esas sesiones.
***
Hacia el final de la
película se descubre, y se revela, una simetría en tu historia personal y en la de Carolina, algo que te permite compartir, desde tu palabra,
algo tuyo muy íntimo. ¿Buscabas ese momento? ¿Qué otras cosas
buscabas al encender la cámara?
Buscaba en principio
explorar a Carolina, permitirme explorarla de esa forma, exponiéndome
yo también al error, al fracaso, pero sabiendo, a medida que
avanzaba, que en ese desafío estaba la fuerza de la película, más
allá de la historia que ella pudiera transmitirme. Sentí que la
fuerza de la película estaba en nuestro vínculo, en cómo nos
íbamos acercando una a la otra... Pero es cierto: yo había decidido
que al final del rodaje, solo al final, quería compartir mi secreto
con Carolina y con su familia. Me parecía un poco tonto,
humanamente, explicar que ése era el motivo de mi acercamiento,
porque si bien lo era, profundamente, lo era de una manera muy sutil.
Además de ser algo que uno solo comparte en la intimidad de un
vínculo.
¿Qué es lo que
sucede hacia el final de la película?
Lo que sucede es que me
entero que ese hermano del cual Carolina me había hablado mucho
tiempo antes, había nacido y fallecido antes de ella nacer… lo que
desde el punto de vista documental fue un regalo hermoso, mágico,
porque sí, había una similitud con mi propia historia con mi
hermana y me permitió entonces contarle mi secreto de manera muy
natural. Ese era el momento, no había ninguna duda. Y entonces, lo
que le pasa al espectador, es que ahí da la vuelta entera, termina
de cerrar todo lo que viene pasando desde el inicio, como si se
terminara de justificar mi presencia durante tanto tiempo frente a
ella. No sé. Tal vez.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 04/2016))
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