Hay historias aún
no contadas con detenimiento, o que se conocen por fragmentos, sin
que nadie –hasta
el momento–
se haya ocupado de ordenar testimonios o memorias. Una de ellas es la
leyenda de cierto happening en el Teatro Circular que casi le cuesta
asuntos judiciales a sus incitadores, entre ellos una bailarina
recién llegada de París, que venía de participar de las experiencias de un
tal Jodorowsky. Fue en 1966, unos pocos años antes de que una de las
jóvenes fundadoras de Teatro Uno, otra bailarina en busca de
aventuras, volviera de Nueva York para formar un grupo que fuera
punto de inflexión en los titubeos rupturistas de la danza moderna
uruguaya.
En las artes
escénicas, como en cualquier otra experiencia humana, son
imprescindibles los archivos, pero sobre todo los relatores, los que
habiendo vivenciado momentos únicos son capaces de llevarlos a una
forma de la escritura, de contarlos, registrarlos. Es por eso que la
curadora Ángela López Ruiz incluye, como uno de los pilares de esta
primera entrega de Pioneras
del arte de acción
(1962-1975),
a la fotógrafa y periodista Isabel Gilbert. No se subió a un
escenario, como sí lo hicieron Teresa Trujillo y Graciela Figueroa,
las dos grandes pioneras y revolucionarias homenajeadas, pero su
protagonismo es esencial para ayudar a reconstruir –medio
siglo más tarde–
las aventuras de estas dos pioneras de la danza contemporánea en
Uruguay.
Otro
detalle, nada menor, es que son, además, una serie de historias de
transgresión y vanguardia en las que el protagonismo lo tienen en su
mayoría mujeres, y en el caso de Gilbert no es menor el dato de que
en sus años de trayectoria en Marcha
fue durante varios períodos la única mujer en el staff
del semanario. ¿Cuáles fueron los aportes de Gilbert? Por un lado,
el mero hecho de constatar y darles visibilidad, desde sus artículos,
a los primeros espectáculos de danza contemporánea en Montevideo,
como el mítico Escalada,
creación de Trujillo, presentado en 1969 en la Alianza Francesa.
Pero también el de su finísima acción como fotógrafa y el de
estimular las peripecias creativas de sus amigas bailarinas, con un
singular compromiso por la vanguardia y la experimentación. Como
bien señala la investigadora Carina Gobbi, quien escribe para el
corpus de la
exposición un artículo sobre Gilbert, “no dejaba de señalar el
retraso que la danza en Uruguay presentaba con respecto al teatro o
la literatura, campos en los que se podía respirar los aires de
renovación y vanguardia. [...] La labor continuada y tenaz de
Gilbert contribuyó a la formación de un discurso, un espíritu
crítico y un público para la danza”.
Teresa Trujillo, París, 1965. |
Trujillo y
Figueroa en acción
El viaje de
formación de Teresa Trujillo fue muy intenso. Después de estudiar
en Montevideo con Elsa Vallarino e integrar el grupo Dalica, viaja a
Nueva York, donde vive dos años instalada en una pequeña pieza del
Village, trabajando y estudiando con los maestros Martha Graham y
José Limón. Entabla amistad con la bailarina francesa Annick
Macouvert y juntas viajan a París, donde se vincula con la escuela
Kantorum y participa en varios happenings de Alejandro Jodorowsky.
En 1965 Trujillo
gana varios premios en la Bienal de Danza de París, con una
coreografía propia. Un año después, decide volver a Montevideo y
aprovecha para presentar varios de sus solos y coreografías –entre
ellas Equilibrio y
Kinesis–
en el Odeón, junto con Graciela Figueroa y algunas compañeras de
Dalica. Antes de
volver nuevamente a París, protagoniza un pequeño escándalo
montevideano en la presentación del happening Liquidación
de una platea
(1966), en el que participan Conrado Silva, Federico Vilés y Mario
Handler, entre otros artistas.
En
otro de sus viajes a Montevideo, en 1969, Trujillo presenta su
espectáculo más emblemático, titulado Escalada,
obra de cine-danza en la que bailaron Cristina Gigirey, Rosario
Ordeñana, Cristina Martínez, Raquel Minetti y Bettina Camacho.
Una aventura similar
vive Graciela Figueroa. Después de formar parte de la primera etapa
del grupo Teatro Uno, viaja a Nueva York, donde continúa su
formación como bailarina con Merce Cunningham. Participa en varias
acciones callejeras con la compañía Twyla Tharp y es fuertemente
influenciada por las experimentaciones de artistas multimedia y
cineastas.
Graciela Figueroa, NY, 1969. |
A su regreso a
Montevideo, Figueroa forma un grupo de experimentación al que se
suman, entre otros, Adriana Lagomarsino y Till Silva, desarrollando
numerosas acciones y performances en espacios públicos. Los trabajos
coreográficos de Figueroa son invitados a presentarse en escenarios
chilenos y brasileños, haciendo que la artista se establezca algunos
años en Brasil, donde funda en Río de Janeiro el grupo Coringa.
Entre
los fragmentos de obras de Figueroa que pueden verse en la muestra
del CCE se destacan el de la performance colectiva Medley
(1969), del archivo de Twyla Tharp, en el Central Park de Nueva York,
y parte de la obra de cine-danza 100 movimientos de tai-chi
y una danza (1970), realizada en
el patio interior del Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile. En
el caso de Trujillo, se exhibe un fragmento de Escalada
(1969), registrada por Walter
Tournier, y su participación en Efímero pánico (1965),
uno de los happenings históricos de Jodorowsky en París, en el que
participó junto con Macouvert y la bailarina argentina Graciela
Martínez.
Dos pioneras
Si bien los
conceptos de "renovación", "contracultura" y
"vanguardia" se han ligado tradicionalmente a los aportes y
a la escuela de Teatro Uno, comandada por Luis Cerminara y Alberto
Restuccia, hubo otros varios focos de experimentación durante los
años 60, en el teatro independiente, sobre todo en la segunda época
de Club de Teatro. Pero fue también en la escena de la danza, un poco más allá
de la saludable alternativa a la escena clásica que presentaban los
grupos de danza moderna de Hebe Rosa, Iris Mouret y Elsa Vallarino,
donde se apostó fuerte a la renovación.
Los nuevos aires comenzaron
a sentirse a partir de la influencia de estas dos jóvenes e
inquietas bailarinas –Trujillo
y Figueroa–,
que entendieron que debían continuar formándose en Nueva York o
París, para tener de primera mano la influencia de popes como Martha
Graham o Merce Cunningham. Ambas, además, necesitaron devolver sus
conocimientos y aplicarlos en escenarios de Montevideo y de la
región.
La
mirada que propone la exposición Pioneras del arte de
acción pone el foco en la
acción de ambas artistas y apuesta a dar otra posición sobre el
relato de lo que sucedió en la artes escénicas de esos años. “Es
un proyecto de investigación, en proceso, que se propone redibujar
la caleidoscópica escena uruguaya de los años 60 y 70, a partir de
testimonios y archivos de mujeres que han sido parte de ella”,
explica la curadora Ángela López Ruiz. “El por qué de este
enfoque tiene que ver con el hecho de que la narrativa patriarcal
blureó el aporte de estas mujeres a la historia del arte. De
ahí viene la necesidad de hacer visibles los caminos transitados y
las huellas que dejaron en nuestro medio. Trujillo y Figueroa, entre
otras cosas, expandieron sus prácticas al espacio público y a la
constitución de lo colectivo; reconceptualizaron lo escénico desde
una mirada transgresora basada en los postulados Fluxus que
circulaban en las ciudades donde residían”.
Apuntes sobre una escalada
En 1969 empecé a
dar clases de danza moderna en un piso ubicado frente al Teatro
Solís, en un edificio construido sobre un bar que se llamaba El
Vasquito y hoy es el café Bacacay.
Allí reuní a un
grupo de entusiastas bailarinas que pronto se sumaron a un proyecto
que llevó el nombre de Escalada.
Lo
estrenamos en noviembre de 1969 en lo que después fue el teatro de
la Alianza Francesa, que estaba en construcción. Al ver aquel
espacio vacío, sin butacas, se me ocurrió recurrir a una alta
estructura metálica para colocar en el centro –con
el público alrededor–
y desarrollar la danza a partir de ella.
Osvaldo
Reyno fue el creador de aquella estructura. Con ella volví al metal,
al acero, pero no como en Kinesis,
donde cada bailarina jugaba con su propio móvil. En Escalada
las seis bailarinas nos movíamos
cómodamente en un lenguaje común a lo alto y ancho del andamiaje.
Andrés Neumann me ayudó a elegir la música: un collage del francés
Pierre Henry, del italiano Luciano Berio y del indio Alla Rakha.
Neumann, que trabajaba con Esteban Dörries, fue un gran impulsor de
esta obra.
El
título Escalada hacía
alusión al tiempo político que se avecinaba. Así de literal.
Muchos años después escribí un texto sobre aquella representación:
“Se dijeron de esta obra maravillas y calamidades. Tenía mucho que
ver con las idas y venidas de un mar de fondo que se aproximaba
seguro. [...] Fue un proyecto de cuerpos en movimiento, de movimiento
de creadores, de búsqueda de lugares abiertos a nuevas propuestas.
Un proyecto auténtico, formador de opiniones, de avanzada. En ese
entonces vivíamos un proceso de crisis política, de crisis
existenciales, donde se hacía difícil para algunos poder ver hacia
adelante sin agarrarse del pasado. Sin poder disfrutar de las
'escaladas' que iban apareciendo como forma de expresión, pensadas
con la razón y el sentimiento”.
(*)
Fragmento del libro Cuerpo a cuerpo,
de Teresa Trujillo. Editado por Trilce, 2012.
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