I: Sala Balzo, Montevideo
El último domingo de febrero se
cumplió la última función de La ira de Narciso,
en la montevideana sala Balzo. La escena se desmonta por última vez,
en un mecanismo de precisión que Sergio Blanco diseñó para que su
amigo Gabriel Calderón juegue una de sus más inspiradas faenas
sobre un escenario. El plan: autoficción pura y dura. Blanco invita
a Calderón a meterse en los intensos días en los que dicta una
conferencia, en Liubliana, sobre el mito de Narciso, al mismo tiempo
que descubre manchas de sangre en la habitación del hotel y la
investigación se alterna con salidas a trotar por el parque de la
ciudad y una exasperada maratón sexual con un joven esloveno.
Blanco le escribe a Calderón, en esos mismos días, para que viva
esa historia en un escenario, lo que efectivamente hace, incluyendo
una sorpresiva reescritura final de la situación que hace dudar de
todo: de la verdad autoral, de lo que se acaba de presenciar, en un
juego de espejos tan elegante como genial a la hora del intercambio
de roles y de máscaras.
La ira de Narciso,
escrita y dirigida por Blanco, interpretada de forma sobresaliente
por Calderón, fue una de las obras del autor que se repusieron en
breves temporadas, en Montevideo, en el mes de febrero de 2016.
También pudieron verse Kassandra (que
se preparaba para viajar a Cuba), Tebas Land (que
también salía de gira) y Ostia,
esta última una en la que participa el propio Blanco en la escena,
acompañado por su hermana Roxana. Esta singular antología escénica
hizo recordar el oportuno ciclo Radical
Calderón,
que un año atrás hizo coincidir en la cartelera varias de las
puestas en escena de obras firmadas por Calderón. "Este tipo de
ciclos permiten, en un tiempo breve, que el espectador pueda ver gran
parte de la obra de un creador", puntualiza Blanco. "Es
algo que me resulta interesante. En mi caso, lo que se representó en
febrero, en Montevideo, era la oportunidad de poder entrar en mis
autoficciones, que están muy ligadas entre sí".
II: Sala Eduardo Galeano, La
Habana
No es casual que Sergio Blanco y
Gabriel Calderón hayan coincidido en la presentación pública, en
La Habana, de una antología de nueva dramaturgia uruguaya. Fue a
mediados de febrero de 2016, en el transcurso de la Feria del Libro que tuvo
a Uruguay como país protagonista. El libro que presentaron -junto a
la investigadora cubana Vivian Martínez Tabares- incluye una obra de
cada autor (Slaughter, de
Blanco y Mi muñequita,
de Calderón), junto a la de colegas dramaturgos como Carlos
Rehermann, Marianella Morena, Mariana Percovich y Santiago
Sanguinetti, entre otros.
"Es fundamental que
el teatro se pueda editar y que pueda salir al exterior",
destaca Blanco. "El texto teatral es el único fósil de todo el
andamiaje teatral, es lo único que queda; todo lo demás desaparece.
Es el único registro. Y además, se trata de antologías en donde lo
que se edita es un conjunto de obras pertenecientes a un grupo de
dramaturgos. Eso me parece notable".
"Las antologías hablan de
un momento, son fotos de la dramaturgia", puntualiza Calderón.
"Eso sí, no son fotos de un instante, y en este caso hay
dramaturgos y dramaturgas de distintas edades y con piezas separadas
hasta por más de diez años en su creación. La decisión de que dos
países decidan editarla, muestra que contamos con autores de sobra
para generar antología... Y repasando los nombres uno no puede dejar
de sentir, no solo la ausencia de ciertas obras, sino también la de
ciertos autores. Pero toda selección exige dejar adentro y afuera
materiales".
III: Facebook, fragmento de
chat con Calderón y Blanco
El cubano Abel González Melo,
uno de los más prestigiosos dramaturgos contemporáneos, saludó la
edición de la antología uruguaya publicada en México y en Cuba, con
palabras muy elogiosas. "La dramaturgia uruguaya actual se
encuentra hoy entre las mejores -si no la mejor- de nuestra lengua.
Por su originalidad, su fuerza, su inteligencia y su asumida
diversidad".
¿Cómo toman ustedes una
afirmación como la de González Melo?
SB: Que un dramaturgo de
esa talla diga eso, es un lujo para nuestro país. Abel es un hombre
de letras y de teatro muy exigente, y que él diga algo así es
absolutamente conmovedor para mí y para el teatro uruguayo. Abel es
un gran estudioso y sabe lo que dice. Tuve la oportunidad de conocer
su trabajo como dramaturgo, como director, como editor, como docente,
como intelectual… Es lo que yo llamo una bestia obstinada de
teatro. He llegado a tomarme un avión e ir a visitarlo a Madrid,
solo para que lea un texto mío y me haga una devolución.
GC: Bueno, a uno por
uruguayo le ataca la humildad y lo primero que tiende a decir es que
Abel nos quiere, y por eso sus amables palabras. Pero en nuestros
viajes, si uno le consulta a los autores, directores y actores que
salen en giras continuamente, descubriremos que todos opinan que
-viendo teatro afuera- descubrimos que el teatro uruguayo es de una
muy alta calidad, que tenemos todo para llegar lejos, no para ser los
mejores, sino para no enquistarnos y envejecer endogámicamente. La
calidad de los actores y actrices de este país es extraordinaria.
Esperemos que la de los autores algún día llegue a esos niveles.
Confío en que eso suceda. Si continuamos este camino, lo lograremos.
¿Por qué escribir y hacer
teatro en el siglo XXI?
GC: Para
fracasar, porque no hay nada más bello y humano que fracasar
queriendo lograr lo imposible. Estamos llenos de lógicas y de
actividades planificadas, y un poco de locura y cariño, son empresas
que -al igual que Fitzcarraldo- aún valen la pena.
SB: No lo sé. Esa es una
pregunta muy complicada. Yo lo único que sé es que escribo teatro
para conocer el final de mis piezas.
¿Cómo definirías a tu
teatro más reciente, al de obras de autoficción como Ostia y
La ira de Narciso?
SB: Mi teatro es
dramático, es una palabra que está buscando la carne del
intérprete… Es decir que se trata de algo tan simple y complejo,
algo tan desesperado y hermoso como ello. En cuanto a lo real en la
escena, el teatro es siempre un desafío a la comunión entre lo real
y lo ficticio. Es preguntarse constantemente ser o no ser. El teatro
es justamente ese cruce de verdad y mentira en un mismo soporte.
En tu caso, Gabriel, tuviste
la experiencia de participar como intérprete en La ira de
Narciso. ¿Cómo fue esa experiencia?
GC: Es
largo, pero podría resumirlo diciendo que Sergio es un hermano del
que no paro de aprender. Ya he aprendido infinidad de cosas como
dramaturgo, pero haber tenido y tener la oportunidad de ser actor en
una obra de él, de ver su minuciosidad, su delicadeza, su visión,
ha sido un total privilegio.
((artículo publicado en la revista CarasyCaretas, 03/2016))
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