Foto: Nancy Urrutia |
Muchos autores han dado
cuenta que la escritura de un libro puede llevar toda una vida. Esta
evidencia se potencia en casos como el de Carlos Liscano (Montevideo,
1949), para quien está más que claro que la literatura es un
entredicho, un laberinto del pensamiento, la manera que encontró
para construir una identidad, en idas y vueltas que no excluyen
largos periodos de implacables desvíos frente a las dificultades que
plantea trabajar con una materia tan resbaladiza como lo es el
lenguaje.
Vida del cuervo
blanco, nuevo libro publicado
por Liscano y facturado entre los años 2005 y 2010 en su campo de
Melilla, es un libro fundamental en la obra del autor, un ajuste de
cuentas que él mismo -como personaje de su propia creación- parece
necesitar para repensarse, para aclarar tantas mareas creativas que
lo acompañan desde los duros días en que decidió ser escritor, en
una celda del Penal de Libertad, en los últimos días de enero de
1980. Ahí empezó todo. Tenía treinta años. Se encontró
escribiendo una "novela mental", de la que diversas
transcripciones, una de ellas secuestrada en una de las requisas de
sus carceleros, culminan en la edición de La mansión del
tirano, año 1992, con la
melancólica imagen pintada por Giorgio de Chirico en la portada.
Novela
río, salvaje, abre con las cavilaciones de alguien que sale de su
casa y se toma un ómnibus. "Salgo, camino y pienso, y, al
pensar, pienso que pienso", dice Hans, o Franz, nombres que irá
tomando el protagonista a lo largo de un texto que se vuelve tan
poderoso como hermético. Vaya si había necesidad de escribir, de
salvar la cordura. Esas razones, o sinrazones, explican la elección
de Liscano -para el epígrafe de su primera novela- por una
contundente expresión de Felisberto Hernández: "Yo quiero
decir lo que me pasa a mí. ¿Y saben para qué?, pues, para ver si
diciendo lo que me pasa deja de pasarme".
Lector
salteado
La
lectura de un libro también puede llevar el ejercicio de una vida, o
por lo menos a un trayecto extenso de tiempo en el que el lector va
construyendo a ese Otro, al autor, en el entredicho de sus
escrituras. Todos somos lectores errantes, hasta que -de vez en
cuando- nos topamos con libros como Vida del cuervo blanco,
que en su invitación a leerlo invita al reconocimientos de
otros trayectos.
Liscano
lo sabe, y es por eso que en la primera mitad del libro, con el
atinado título de "Lector salteado", da cuenta del proceso
que lo llevó a escribir la historia del cuervo mentiroso que cuenta
historias de otros hasta quedarse sin la propia, hasta desvanecer su
propia existencia. El espejo en el cuervo no es fácil de manejar, ni
mucho menos de explicar, pero el intento que hace el escritor en la
primera parte del libro es de una intensidad que pocas veces se
encuentra en libros contemporáneos.
"En
el campo, llega la noche y estamos el perro y yo. Esa es la vida, la
cantidad de soledad que uno está dispuesto a soportar. Escribo
porque estoy vivo; no escribo para vivir. Si dentro de cincuenta años
alguien lee esto y siente que le dice algo, entonces quiere decir que
yo he vivido". Esa es la situación física, de escritura en
tanto hecho manual, de un hombre que ha escrito un puñado de muy
buenos libros, ahora en su campo de Melilla, en sus labores
cotidianas, con la compañía del perro y todas las piezas del puzzle
de la vida que se van uniendo y desuniendo.
¿Cómo
llegó hasta allí, a esa situación? El recorrido es largo, muy
intenso, en un sino que él mismo establece en relación al lenguaje.
El niño de La Teja que se muda a un barrio de clase media y le
cuesta integrarse, es un niño que dibuja, pero que de adulto olvida
ese dato. La dificultad de comunicación en los años juveniles de
militancia clandestina, o bien el uso de pocas palabras, las
necesarias pero nunca íntimas. La violencia de la cárcel y la
consiguiente revelación de la escritura como noción cercana al
delirio, de la construcción de un Otro, de un escritor. Los años en
Suecia, en otra lengua, tiempo de incomodidad pero de anhelada
libertad para fraguar las novelas Memorias de la guerra
reciente y El camino a
Ítaca, o los relatos de El
informante, o la poesía, otro
género que transita el hombre ya adulto. Palabras. Muchas palabras.
En definitiva, la mansión de ese tirano, el Otro, ese también
llamado Liscano que se construyó como escritor en escenarios lejanos
a su historia en la cárcel y otras posibles geografías
montevideanas.
No
tan ficción
Memorias de la
guerra reciente es
la primera novela que publicó Liscano, con ediciones en Estocolmo y
en Santiago de Chile anteriores a la del sello Trilce en Montevideo,
donde se leyó después de
La mansión del tirano. Es
un gran libro, rondando el absurdo, bordeando la necesidad de contar
ese dilema entre la libertad y la seguridad, tópico que inserta en
una absurda guerra que determina vidas y rutinas tan absurdas como
bestiales. Vladimir,
por su parte, el Ulises de El camino a Ítaca,
es un emigrante, un extranjero, un otro marginado en Europa. Es una
novela cruda, política, más onettiana y sucia que los laberintos
kafkianos de La mansión del tirano. De
alguna manera, Liscano estaba buscando decirlo todo, contarlo todo,
hasta que finalmente lo hizo, con El furgón de los locos,
otro de sus grandes textos, que conoce una formidable versión
teatral de la directora Marianella Morena y el actor Alvaro Armand
Ugon bajo el título Resiliencia.
De
muchas de esas cosas no cuenta precisamente el texto "Lector
salteado". El asunto es más profundo y provocador. Tiene que
ver con la necesidad, con la sobrevivencia, con la lucha para
entender esas mareas de palabras que empezaron a salir desde la
"novela mental", en la cárcel, y que cuando Liscano vuelve
a radicarse en Montevideo, a mediados de los años noventa, observa
que dejan de fluir. No habrá más ficciones. Se concentra entonces
en pequeñas cosas, en asuntos cotidianos; el hombre en su campo de
Melilla, el rincón de los dibujos, los pequeños libros de pocas
palabras, aunque siempre aparece -y como nunca antes en su
literatura- el humor absurdo, un inocultable existencialismo y la
constatación el testimonio.
La libreta negra y
La libreta
negra,
publicadas por Ediciones del Caballo Perdido, revelan al Liscano
íntimo, despojado de la ficción y arropado por la contundencia de
la imagen y el reencuentro con la historieta. Este periodo incluye
Viaje a la
noche,
del sello Yaugurú, otro libro fundamental para Liscano, que dibuja a
Hans, a ese personaje que le cambió la vida cuando decidió salir de
un lado (¿la cárcel?) para contarse a sí mismo y entrar en su
pensamiento. Es el círculo que cierra, o más bien la pieza que
completa la figura abstracta de La
mansión del tirano.
Pero
faltaba un detalle, porque siempre falta un detalle. Y ese detalle es
el libro del cuervo, la segunda parte de Vida del cuervo
blanco, editado este año 2015
por Seix Barral. Hay
que leerlo. Es el obstinado viaje de retorno, de Carlos Liscano, a la
ficción. Le dejamos el misterio y el libro abierto: una serie de
relecturas, que se vuelven reescrituras y permiten redescubrir
algunas -siempre tan imprescindibles- historias clásicas, desde la
ultraviolencia del combate de la tapera a la persecución imposible
de una ballena blanca.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 12/2015))
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