Si lo que falta en el
debate intelectual contemporáneo es precisamente debate, tomarse el
tiempo para presentar mapeos de generaciones, sensibilidades y
caminos, arriesgar ideas, intuir escenarios presentes y desconstruir
lo que pasó ayer, un libro como Las ideas hasta el día de
hoy, viene muy bien para tirar
alguna que otra pedrada y aportar una zona del pensamiento bastante
descuidada en nuestro país. Entre el periodismo y la crónica, entre
la memoria personal y la agudeza del crítico, Eduardo Espina se
lanza a ordenar varios de sus papeles y caprichos cotidianos. No es
casual que Espina señale en su indizado de temas y personajes a la
figura de Gustavo Escanlar. Comparte con él, más allá de las
distancias de sus respectivos puntos de vista, la soledad del
librepensador y -sin que se nombre en ninguna parte- esa versatilidad
fronteriza que tan bien maneja un escritor brillante como Tom Wolfe.
El título del libro, en primera instancia, resulta
molesto. Pero apenas se atraviesan las primeras veinte o treinta
páginas, cuando se adivina la habilidad de Espina para elegir
pequeñas anécdotas, a veces tan mínimas como centrarse en un
perturbado croissant durante una entrevista con el mismísimo Jorge
Luis Borges, se descubre que las “ideas” son para Espina frágiles
como pompas de jabón y por cierto resbaladizas en el juego del
lenguaje. Este último detalle es más que importante, porque en la
prosa ensayística de Espina comparece el poeta barroco, en pie de
lucha de continuo con la pluma periodístico. La sorda batalla entre
los dos registros es la que provoca a la lectura, para que las
“ideas” se reconfiguren en un estilo personal. No lo inquieta la
búsqueda de la verdad, sino abrir nuevos interrogantes, esbozar
otras formas de observar y ejercitar la mirada, y por ende, los
debates.
Prima lo literario, y
así el lector se enterará de pequeñas historias que tienen como
protagonistas a Borges, Burroughs, Lispector, Benedetti. Se enterará
también de varias joyas de la biblioteca del autor, empezando por El
cazador oculto. De idea en idea,
de fragmento en fragmento de pensamiento, siempre enfocado en temas
acaso más profundos -la identidad, el tiempo, la poesía-, que
circulan cerca de un croissant o de una cena entre dos desconocidos
de igual nombre y apellido.
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