Algo
se rompe en el arte cuando se festeja la coherencia, el apego a un
estilo. Y lo que hace ruido, precisamente, es la peligrosa frontera
entre una obra original y un producto seriado. En la música popular,
se ha bendecido, en el afán de las discográficas por desarrollar
carreras millonarias, la repetición de formatos, de modelos sonoros,
dejando al margen la posibilidad de búsquedas arriesgadas u otros
bordes posibles que desfiguren esa marca que -por ejemplo- celebra la
madurez de un artista cuando llega a parecerse obscenamente a sí
mismo.
Las excepciones a esta regla, sin embargo, demuestran que lo contrario suele ganar la batalla si lo que hay en la base es talento y arte. Beatles y David Bowie, por poner dos grandes ejemplos, se reinventaban disco a disco, muy lejos de la coherencia y las fórmulas. Más cerca en el tiempo y espacio, se pueden mencionar -también en el terreno del pop- los riesgos que se tomaron El Cuarteto de Nos y Babasónicos. Lo paradójico es que los “coherentes”, a la larga, pierden pie, se agotan, y es por eso que en el rock y el pop lo mejor suele estar en los primeros discos... Es por eso mismo que cuando se habla de grupos como Franz Ferdinand y The Strokes, a pesar de que llevan varios años en carrera, todo se reduce a esos geniales primeros discos nunca superados y luego repetidos en sus respectivas fórmulas.
Las excepciones a esta regla, sin embargo, demuestran que lo contrario suele ganar la batalla si lo que hay en la base es talento y arte. Beatles y David Bowie, por poner dos grandes ejemplos, se reinventaban disco a disco, muy lejos de la coherencia y las fórmulas. Más cerca en el tiempo y espacio, se pueden mencionar -también en el terreno del pop- los riesgos que se tomaron El Cuarteto de Nos y Babasónicos. Lo paradójico es que los “coherentes”, a la larga, pierden pie, se agotan, y es por eso que en el rock y el pop lo mejor suele estar en los primeros discos... Es por eso mismo que cuando se habla de grupos como Franz Ferdinand y The Strokes, a pesar de que llevan varios años en carrera, todo se reduce a esos geniales primeros discos nunca superados y luego repetidos en sus respectivas fórmulas.
El
año dos mil trece trajo un par de sorpresas de estas exitosas y
acaso previsibles bandas que alguna vez rompieron esquemas: los
neoyorquinos Strokes reinventaron un pop sucio y garagero, mezclando
Stooges con mucho fashion; los británicos le pusieron speed a la
herencia desolada de Joy Division. Como si se hubieran percatado que
los discos Is
this it y
Franz
Ferndinand
no pueden ser superados, finalmente se decidieron a romper la lógica.
No estamos hablando de genialidad, sino de sinceramiento, de tomarse
la libertad de alejarse de callejones estéticos sin salida.
The
Strokes van ahora en plan pop, probando con una versión bailable de
la new wave. Franz Ferdinand redescubre el minimalismo y se manda una
decena de hits de alta factura melódica. Algo se rompió en la línea
de montaje. Es saludable que pasen cosas así. Estas dos bandas
demuestran estar vivas, incoherentes, y sacaron -por fin- dos discos
“nuevos”.
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