Los nacidos en los 70, como Verónica Mato, llevan tatuada la crisis
uruguaya del 2002 como un antes y un después, como el gran temporal
que marcó caminos y peripecias. El teatro, a través de una nueva
dramaturgia que tiene como punta de lanza generacional a Gabriel
Calderón, viene proponiendo acercamientos a ese punto de inflexión
histórico. Santa Rosa, de
Mato, es una obra que debe verse, codirigida por la autora y Susana
Souto. Va en el escenario de La Gringa, el mismo del que han salido
títulos emblemáticos de los últimos años en Montevideo, como Ex o
Bienvenido a casa.
“Cuando
estalló la crisis económica que sacudió al país”, cuenta Mato,
“mi hijo era muy pequeño y yo vivía con él, con un magro sueldo
de empleada municipal. Mis amigos y parientes cercanos abandonaban el
país”. La joven directora recuerda un momento muy especial: el día
en que la prensa anunciaba hordas de personas que bajaban a robar
desde la periferia de la ciudad y negocios que cerraban sus puertas
por miedos a los saqueos. “En mi trabajo nos dejaron salir antes de
hora por temor a que la horda quisiera tomar el Palacio Municipal”,
recuerda.
“La
gente tenía una extraña sensación de pánico y miedo, salían
rápidamente sin conversar. Escuchaban lo que decían las noticias,
pero nadie hablaba. Nadie quería hablar. En ese paisaje enrarecido
fui a buscar a mi hijo al jardín. Allí los niños jugaban a
disfrazarse con esa alegría ajena a toda realidad. ¿Puede haber
algo más parecido al teatro que unos niños jugando a ser otros en
medio de una crisis? En ese momento no puede escribir nada sobre eso,
nadie escribe en medio de la tormenta”. Ese
fue el germen de Santa Rosa. Por
un lado, la imposibilidad de armar un relato de lo que estaba
sucediendo. Por otro, imágenes dolorosas que se volvieron
cotidianas: gente comiendo de la basura, el aumento de la
pobreza infantil, los discursos políticos.
La
hora de la escritura llegó en 2011, cuando becada por Fondos
Concursables, Mato tuvo la oportunidad de realizar un taller
particular con Mauricio Kartun en Buenos Aires. “Allí supe que era
el momento indicado para escribir esta obra. Hay algo de
inestabilidad latente en esa ciudad que enmarca de forma ideal el
cuerpo de todo escritor con deseos de hablar sobre catástrofes”.
El
temporal de Santa Rosa, por definición, es producto de una masa de
aire caliente continental que viene desde el centro de Brasil, pasa
por Argentina, para chocar con una masa de aire frío costera. “Ese
aire caliente llega viciado de todas las tierras que cruzó”,
cuenta Mato. “Es un aire pesado. Denso. Carga con cientos de
historias, y cuando no puede más estalla en llanto. También se
trata de un fenómeno cíclico... Todos los años sabemos que tenemos
un veranillo de San Juan y un temporal de Santa Rosa. Nunca fallan.
Algo así pasa con las economías latinoamericanas: viven momentos
de bonanza... Pero, ¿cuándo estallará todo nuevamente?”.
Así
fue que Mato y Souto en la dirección, Noelia Campo y Luis Lage en
las actuaciones, fueron llegando al centro conceptual de Santa
Rosa: la
obra se estructura en función de la construcción del temporal, la
brisa cálida y la lluvia feroz. “Como las relaciones, los
personajes se van volviendo cada vez más oscuros y densos. Lo que
parecía blanco al comienzo es negro o gris al final”, reflexiona
Mato. “Me interesa mucho la figura del sobreviviente, de lo que los
personajes están dispuestos a hacer para mantener su estatus pese a
todo y a todos”.
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