como una plegaria


Algunas canciones están hechas para sacudirnos. Cuando menos se lo espera. Algo de eso pasó en Chile, en estos días de octubre, con un par de canciones que se volvieron inesperado símbolo de las revueltas callejeras. Una de ellas es de Los Prisioneros ("El baile de los que sobran") y la otra es de Víctor Jara ("El derecho de vivir en paz"). Las dos fueron coreadas por decenas de miles de personas en varias de las marchas, en las acampadas desafiantes al toque de queda en Plaza Italia y en Ñuñoa. Las dos sonaron, y resonaron, hicieron temblar Santiago en "la marcha del millón".

La versión que más me gusta de la canción clásica de Jara -si dejo entrar mi obsesiva y tan rockera memoria personal- la hicieron Los Bunkers, la excelente banda de Concepción que supo mandarse también una versión memorable de "La cultura de la basura", otro de los himnos punk ochenteros firmado por Jorge González, líder de Los Prisioneros. O sea que Los Bunkers siempre tuvieron bien claro que Víctor Jara y Los Prisioneros administran una similar capacidad de sacudir, de estremecer.

La cabeza se me dispara, de canción en canción, porque también tengo bien claro que Chile lleva en sus entrañas un repertorio sonoro repleto de canciones de las que sacuden, de las que erizan, de las que hablan y cantan desde la tierra, y ni que hablar de poetas y narradores, y por cierto excelentes narradoras, como Alejandra Costamagna, que descubrí en un libro de cuentos publicado por Estruendo Mudo, que lleva un título de esos que son memorables (Imposible salir de la Tierra) y que no me sorprendió para nada la muy reciente noticia de que fuera finalista del Herralde con una novela estupenda (El sistema del tacto). El asunto es que Costamagna publicó su libro de relatos en Banda Oriental y pasó por Montevideo, en los días la Feria del Libro, y coincidió en un pequeño festival literario con la novelista anarcopunk Cristina Morales -que ya que hablamos de música se llevó de recuerdo un disco de vinilo de Los Traidores, el Montevideo agoniza-, con la argentina María Moreno -una genia que nos regaló una inolvidable charla con Soledad Platero-, y con las uruguayas Inés Bortagaray y Fernanda Trías -que dicho sea de paso son veneradas con particular entusiasmo fuera de fronteras.

Una cosa lleva a la otra, Costamagna me hizo un inesperado regalo trasandino: un disco de Camila Moreno, uno que faltaba en mi colección, el Pangea Vol. 1, que tiene versiones incendiarias de "Raptado", "Piedad", "Ojos azules", "Tu mamá te mató" y muy especialmente el himno feminista "Millones", canción en la que rapea Natalia Valdebenito. Si no saben quién es Camila Moreno, busquen inmediatamente sus canciones, pero muy especialmente les recomiendo un video facturado por la red feminista Ruidosa que incluye registros documentales de luchas feministas, en el que además aparecen marchas de mujeres, y entre tantos registros destaca una movilización callejera de liceales que se parece mucho a una de las tantas imágenes que circulan de la #evasión, cuando hace apenas unos días miles y miles de estudiantes tomaron por asalto varias estaciones del metro de Santiago, hecho sindicado como punto de partida de una revuelta popular que tiene en jaque al gobierno de Piñera y que desmantela toda lectura exitosa del paraíso neoliberal chileno de los últimos 30 años.

Las canciones de Pangea, las elijo a ellas, son las canciones que mejor resumen este tiempo de lucha y radicalidad anticapitalista, aunque hay otras que pueden sumarse, como los rapeos de Pablo Chill-E ("Facts") y los de Portavoz ("El otro Chile"). Son dos canciones que están hechas para sacudir, se los aseguro, pero las de Camila Moreno tienen algo especial, como sucede con la distorsión de "Millones", y ni que hablar con un tuit que retuiteó hace algunos días la escritora Costamagna -devenida en cronista para nada improvisada de lo que sucede en Santiago-, que linkea a un video grabado el primer domingo del estallido social, en Ñuñoa, en el que se ve a la mismísima cantautora Camila Moreno dando un emocionante discurso, una singular arenga, que vibra tanto o más que sus canciones, y que se ha convertido en uno de los videos emblemáticos de estos días, junto al de miles de chilenos cantando de memoria a Los Prisioneros y a Víctor Jara, o al de las chicas que desafiaron a los carabineros en las estaciones de metro.


Mientras escucho una y otra vez las canciones de Pangea, reescucho a Los Bunkers y me animo a desempolvar el casete La voz de los 80, de Los Prisioneros, pienso en alguna canción uruguaya, de acá, que sea capaz de sacudirme tanto como me sacuden hoy estas canciones chilenas. Las hay, y son muchas, pero la mayoría de ellas están dormidas, esperando algún momento que las resignifique (a veces es mejor que esas cosas no sucedan). Tengo claro, eso sí, que algunas de ellas me llevan a un estado especial, sin necesidad de contextos o coyunturas. Escribí un libro entero dedicado a Tango que me hiciste mal, de Los Estómagos. Podría escribir otro, aunque tal vez nunca lo haga, sobre Montevideo agoniza, el disco que le recomendé a Morales (y aprovecho para recomendarles su novela Lectura fácil, de la que dejo constancia que puede ser una novela por momentos irritante y muy peleadora, pero que es de im-pres-cin-di-ble lectura). Y sí, Los Traidores tienen algo especial, y tienen algo también indefinible, callejero, entre el folklore y el rock. Diría que tienen una verdad emocional equidistante entre Víctor Jara, Los Prisioneros y Los Bunkers. Y todo eso puede resumirse en una sola canción, que no está en ese disco, y que si bien no se conoce demasiado es una de mis favoritas. Se llama "Como una plegaria"; es la número 7 de Radio Babilonia. No tenía la más remota idea de que la volvería a escuchar en estos días. No tenía idea, tampoco, que mantuviera intacta su capacidad de sacudir, de estremecer.

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