#uruguayresiste


Pasé por la librería de usados, la de Artola, revolví un poco y no tardé en decidirme por un ejemplar de una novela de Carlos Martínez Moreno. No tenía mayores referencias sobre El paredón, así que cuando empecé a leerla, unos días antes de las elecciones del año 2014, me llevé una buena sorpresa. Se cuenta en esas primeras páginas de la noche de la victoria blanca en las elecciones de 1958, lo que equivale decir la noche de la derrota del batllismo chapa 15 a cuenta de Benito Nardone. Se relata, no sin crudeza, del final de un periodo, de una era de avances sociales apenas ensombrecida por la dictadura de Terra, pero sobre todo se habla de la futura caída en un abismo más o menos irresponsable, ni más ni menos que el Uruguay de la crisis, liderado por la más rancia estirpe ruralista y conservadora encabezada por Chicotazo. Se expone en esas primeras páginas de El paredón, desde la excelente pluma de Martínez Moreno, el desasosiego de un veterano batllista, muy decepcionado, a través de la mirada del protagonista de la novela, su hijo, un joven y bohemio abogado que prefirió dar su voto a la izquierda y no participar en la puja entre los partidos tradicionales, y que al otro día parte a Cuba, escenario central del relato.
En esos días de 2014, momento de mi lectura de El paredón, periodistas políticos, opinólogos y especialistas en encuestas construían un monolítico discurso de posible victoria de los blancos, de una arremetida brillante de la campaña "por la positiva", del recambio generacional y de innumerables miopías de interpretación que se acabaron abruptamente en la noche de las elecciones. El final fue feliz, sí, no hubo batacazo como en el '58, pero al estar sometido tantos meses a una mirada tan distorsionada de lo real (similar a lo que sucede ahora, pero no quiero explayarme en lo obvio), el efecto del miedo se potenció con la lectura de la novela El paredón. Una lectura tan oportuna como reveladora y necesaria. Suele pasar. Son las lecturas que calan hondo, las que no se olvidan.
Cinco años después me cruzo con dos libros muy oportunos: uno sobre la historia de la JUP y el otro una biografía sobre Liber Arce. Ambas lecturas conectan inmediatamente con ciertos detalles de mi memoria personal, de militancia estudiantil primero en el liceo Dámaso y luego en el IPA (donde coincidí en tiempo y lugar con Gabriel Bucheli, autor del libro sobre la Juventud Uruguaya de Pie). La referencia no es menor y sirve para explicar el punto de partida de la investigación de Bucheli, que no difiere demasiado del superlativo interés de mi contexto de lector en el 2019, a muy pocos días otra vez de elecciones generales, esta vez con la novedad de un grupo llamado Cabildo Abierto, expresión de extrema derecha y articulador de un discurso similar al de militares y civiles que lideraron el golpe de estado de 1973.
Bucheli asegura que su interés por la JUP surge de la notable desinformación que existía entre los adolescentes y jóvenes de la posdictadura sobre los jupistas (se decía que eran agentes pagos de la CIA, que eran loquitos sueltos... los nacidos en los 60 nunca supimos de su relevante actividad pública entre los años 1970 y 1973, por ejemplo). Tampoco circulaba información seria y rigurosa, más allá de algunas notas periodísticas o relatos orales, sobre grupos de izquierda que no eran precisamente los hegemónicos (el FER68 o la FAU eran poco menos que leyendas). Había otras urgencias, eso es muy cierto, especialmente investigar y denunciar todo lo que se había vivido en las cárceles, indagar sobre los desaparecidos, exigir verdad y justicia, por lo que algunos relatos, como el del mártir comunista Líber Arce, si bien lo comprendíamos como símbolo y como inmediata identificación, no era más que una imagen borrosa de la que no disponíamos mayor precisión.
Con el paso de los años se fueron llenando unos cuantos huecos respecto a lo que necesitábamos saber y no sabíamos. Nunca es tarde, eso también se sabe. Y no hay que perder de vista que una comunidad se sostiene más saludable y crítica cuando funciona una lógica de actualizaciones sistemáticas en la construcción de su memoria colectiva. Es un trabajo constante y dinámico de investigación, pero también de escrituras y reescrituras, para no enquistar miradas incompletas y simplificadas. Y agrego más: cada generación debería tener el derecho de disponer de ciertas informaciones que son esenciales para poder ejercer una mirada crítica y tener más herramientas para impedir posibles manipulaciones.
El libro de la JUP (que lleva el título O se está con la patria o se está en contra de ella) desarrolla la acción política de jóvenes uruguayos -de clase media alta, muchos de ellos católicos y de familias tradicionales- que se organizaron para enfrentar el avance 'comunista' en liceos y facultades. Se cuenta sobre el impulso que la JUP tuvo en Salto y en otras ciudades del interior. Se cuenta -entre otras cosas- de las raíces ruralistas en los cabildos abiertos de Nardone, del liderazgo montevideano de Hugo Manini Ríos y de sus artículos semanales publicados en La Mañana. Y se indaga en el caracter supra-partidario de la JUP, más allá de que sus integrantes seguían siendo votantes de sectores derechistas de ambos partidos tradicionales y evidenciaron una fuerte empatía con los lineamientos ideológicos de la dictadura. Leer el libro de Bucheli es imprescindible. Algunos cabos ya no quedan tan sueltos. No era 'tan' outsider el excomandante Guido Manini Ríos. Si hasta La Mañana volvió a los kioscos con la impronta del hermano mayor Hugo.
Lucha y vencerás es otro libro más que oportuno, firmado por Manuel Caldas y Sebastián Gatto, que se presenta como "una biografía de Líber Arce". Más allá de algunos detalles biográficos y del relato minucioso del tiroteo a pocas cuadras de la Facultad de Veterinaria, de las horas posteriores, de la operación en el Clínicas, de la noticia de su muerte, el velatorio y el cortejo fúnebre multitudinario desde la Universidad hasta el Buceo, los autores prefieren centrarse en lo colectivo sobre lo personal, o sea en el desarrollo de las luchas estudiantiles en los primeros años 60 montevideanos y en los orígenes de la UJC. Si bien la figura de Líber Arce no es el centro del relato y queda desplazada por relatos más generales (se refiere a los sitios a la Universidad en formato de crónica periodística y apenas se dice "Líber estuvo allí", o se señala que estuvo en la URSS durante varios meses pero se suman testimonios de brigadistas que ni siquiera lo llegaron a conocer), es un libro que amplía y vuelve más cercana la épica militante de los 60 en Uruguay. Y esto es más que trascendente, porque la celeridad que tuvo a fines de los 80 el MLN (sobre todo a partir de los libros de Fernández Huidobro publicados por TAE) en empezar a escribir la historia reciente, generó durante un largo periodo una mirada historiográfica 'tupamara' hegemónica, que invisibilizó otros relatos que fueron más que relevantes (un ejemplo tomado por Caldas y Gatto es la importancia de la lucha contra el bloqueo a Cuba en la futura conformación del Frente Amplio en 1971).
¿En qué se vincula este libro con estos intensos días preelectorales? ¿Por qué la importancia de su lectura? ¿Qué es lo que remueve, más allá de llenar algunos agujeros en la memoria colectiva y en la personal? Es muy sencillo: la emoción del cortejo fúnebre de Líber Arce (y el de otros mártires estudiantes y obreros que tuvieron un final trágico en ese mismo año 68 y en los posteriores) volvió a sentirse en el mismo espacio físico (la explanada de la Universidad) la tarde en la que se veló a Eduardo Bleier. Ni más ni menos. Y las vueltas de la historia parecen enloquecerse cuando algunas horas después, en Santiago de Chile, vino el día de la protesta, de la asonada en el metro público de Santiago y el hashtag #chiledespierta multiplicó en las redes sociales el impacto de una combativa movilización estudiantil anticapitalista. A la tardecita de ese mismo viernes de noviembre empezó a dibujarse algo que se estaba saliendo del cauce más o menos habitual de una protesta civil: las imágenes virales dejaron de mostrar actos de protesta para denunciar y exhibir la represión de los carabineros a los estudiantes, que como toda represión es por definición inaceptable (Piñera se parece demasiado a Pacheco Areco), y que en este caso se tornó brutal, despiadada, absurda, por lo que lejos de amortiguar el descontento provocó que saliera más y más gente a las calles, no solo en Santiago, porque pronto se sumaron miles en Conce, en Valpo, en Antofagasta, a mostrar el descontento, a no dejarse llevar por el miedo. Unas pocas horas más tarde, a la medianoche, el presidente Piñera (cada vez más parecido a Pacheco Areco) se recibía de dictador: decretó el estado de emergencia, puso al ejército en las calles, amenazó con toque de queda y lanzó disparates discursivos del tipo “estamos en guerra”, que empatizan con la violencia de una burbuja derechista violentísima, de un inocultable sesgo pinochetista (y bordaberrista, y jupista, y maninista) que pide represión, cárcel para los vándalos y proscripción del Partido Comunista y el Frente Amplio.
No hay marcha atrás. Se empezó pidiendo el congelamiento de la tarifa del metro un viernes y el sábado la consigna pasó ser la renuncia de Piñera. Es una de las posibles salidas. El #chiledespierta devino en #chiledespertó y en #chileresiste (*). El toque de queda no fue acatado y el llamado es a Huelga General. La tensión sigue en aumento. El aire que se respira es insurreccional. Por acá, en Montevideo, las cosas no son tampoco tan sencillas. El domingo son las elecciones. Los libros dicen que lo mejor es que no ganen los blancos.

(*) De todas las imágenes que se comparten en redes sobre Chile, recomiendo estas palabras de la cantautora Camila Moreno en Ñuñoa, en la tarde del domingo 20 de octubre (https://www.youtube.com/watch?v=r7nyf-t2ncU). Y escuchar sus canciones, por supuesto. 
https://www.youtube.com/watch?v=r7nyf-t2ncU
 

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