una ciudad luminosa


Si fuera un libro, Montevideo sería uno de esos libros densos y de pocas palabras. Un libro imperfecto, que son los más me entusiasman. La rambla despeinada por el viento y la certeza de que frente al río de la Plata se espeja el abismo del sur profundo. El sur de todas las cosas. Es, y lo saben muy bien sus visitantes, un lugar retro y temeroso a toda idea de futuro, una finisterre melancólica.

Montevideo, que es casi lo mismo que decir Uruguay, resiste atrincherada entre Argentina y Brasil, esos dos grandes novelones mediáticos que están escribiendo -ahora mismo- relatos decepcionantes. Han virado peligrosamente a la derecha política más rancia y agresiva. La reacción a gobiernos populares ha sido dura. Se han perdido derechos laborales, civiles. Ellos, argentinos y brasileños, malviven una gran derrota. Hubo errores, sí, pero nada parecía presagiar tanta fatalidad.

Los días montevideanos se hacen más cortos en estos últimos días de mayo de 2018. Siento un sabor amargo, similar al de los días previos a la crisis financiera del 2002, la que hizo que se exiliaran casi todos mis amigos. No entendíamos muy bien lo que estaba pasando, que no era otra cosa que la versión uruguaya de lo que habíamos visto por la tele, un año antes, con Buenos Aires sacudida por saqueos, revueltas, el presidente escapando en helicóptero, el desastre neoliberal.

A la vuelta del tiempo, como si fuera un verso escrito por Fernando Cabrera (*), tengo muy claro que las guerras económicas son tan crueles como las otras. Aunque no sean portadas de los periódicos, son guerras sordas y muy jodidas. Y noto, en este aquí y ahora, no sin temor, cómo se desmoronan los relatos y las historias que nos hicieron creer, al sur de todo, que era posible una alternativa a la distopía en que se ha metido el mundo. Siento que no entendemos lo que nos está pasando. Siento que no entendemos el presente, siempre inapresable.

Se vienen panópticos, posverdades, negacionismos, el miedo de la maldita inseguridad, el miedo al otro, la desaparición del otro, el cinismo, esconderlo todo debajo de la alfombra.

Es, y de alguna manera lo presiento, el final de un largo verano. No será fácil.

Habrá que defender las políticas sociales y laborales, la reforma de la salud, la despenalización del aborto, el matrimonio igualitorio, la legalización de la marihuana, el paraíso de los graffiteros, la calidad de vida alejada de planes de gentrificación y de abusos consumistas. Mucha cosa. Habrá que defender, y no es fácil, la foto ahora descolorida de Pepe Mujica.

No me entusiasman los libros ni los relatos perfectos. Prefiero pensar en en un libro imperfecto, uno que revele algo esencial sobre a mi ciudad. Hay un novelón que recomiendo: se llama "La novela luminosa" (**). Trata de todo esto que no logro comprender. Enseña, entre otras cosas, sobre la imposibilidad de escribir el presente. Porque es imposible escribir sobre ese sabor amargo. Ese maldito sabor. Mirando al sur.

(*) Se sugiere acompañar la lectura de esta nota con música de Fernando Cabrera. Buscar en Spotify la canción "La casa de al lado". Después de escucharla, investigar en su amplia discografía.

(**) "La novela luminosa" es la obra mayor del escritor uruguayo Mario Levrero.

 

Textos escrito para la revista noruega SAMTIDEN, año 2018.



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