La
frontera es un territorio ideal para grandes relatos. Un libro
de frontera, con una curiosa analogía a una comunidad originaria
norteamericana desde el título Territorio comanche ("el lugar donde el
instinto dice que pares el coche y des media vuelta"),
refiere a la experiencia del español Arturo Pérez-Reverte como periodista de guerra en Bosnia. Si se
profundiza, a la cita relativa a los Balcanes, en la historia de la
frontera entre cristianos y
musulmanes, se puede llegar, por ejemplo, a la "gran
novela" Un puente sobre el Drina de
Ivo Andric. Pero no nos desviemos, aunque en este caso se puede afirmar -sin equívocos- que el conflicto se mantiene en tiempo presente y sigue siendo uno de los grandes dilemas
fronterizos europeos.
El
continente americano tiene también su territorio mítico de
frontera. Si bien puede hablarse de ríos, ni más ni menos que los
ríos Bravo y Colorado, estos no tienen la trascendencia de los ríos
de los Balcanes y su historia enreverada de puentes (de hecho, la
construcción y destrucción de puentes es centro argumental en los
libros de Pérez-Reverte y Andric), la frontera entre el norte y el
sur, entre los actuales territorios gringo y mexicano, es bastante
más que un río o un muro (como el que pretende construir Donald Trump).
Es ni más ni menos un desierto (o varios, el de Sonora, el de
Chihuahua, el de Arizona), o sea una enorme superficie de clima
extremo y paisajes ásperos y alucinados. Una forma posible
de nombrar a ese territorio, haciendo justicia histórica a los
pueblos originarios, es Apachería. Allí es donde está ambientada
una de las mejores novelas que se hayan escrito y publicado sobre el
tema de la frontera.
Ahora
me rindo y eso es todo, del
escritor mexicano residente en Nueva York, Álvaro Enrigue, lo tiene
todo para ser considerada la "gran novela americana"
escrita en español. Por ambición literaria, por el tratamiento del
tema de la frontera, por las diferentes capas que atraviesa (la
reconstrucción histórica de la rendición de los últimos apaches,
liderados por Gerónimo; la ficción de una cautiva mexicana que
lleva a un grupo irregular de colonos a recorrer Sonora siguiendo el
rastro de un grupo muy escurridizo de apaches; el viaje del propio
Enrigue y su familia por carreteras, pueblos y parajes de Texas y
Nuevo México), y por el talento para resignificar -con un sólido
conocimiento historiográfico- los tópicos del western. Hay muchas
conexiones que pueden hacerse, ya en terreno estrictamente literario,
que llevan a Enrigue a complementar el trabajo alucinado que aportara
Roberto Bolaño en sus dos grandes novelas Los detectives
salvajes y 2666.
Y también se puede mencionar un sugerente diálogo con la temática
sobre los desiertos del sur americano y la conquista del desierto
patagónico, de novelas históricas que llevan la firma de César
Aira, como los casos de Ema la cautiva,
Entre los indios, Un episodio en la vida del pintor viajero
y La liebre.
Enrigue
construye una novela sobre el desierto y sus habitantes. Desarrollas una
épica que está en el centro de la propia identidad norteamericana
explicitada en los relatos de los westerns: el falaz conflicto
civilización-barbarie y las estretagias europeas de colonos y
misioneros, que oculta -o por lo menos simplifica y banaliza- el
exterminio de la nación apache, específicamente la
apache-chirihuaha, la más rebelde, escurridiza y levantisca. De
hecho, el centro de la trama se enfoca en la persecución de unos 30
guerreros (incluyendo mujeres, niños y ancianos en la lista) que
tuvieron a maltraer a partidas militares mexicanas (con la orden de
asesinarlos) y que terminan rindiéndose al ejército gringo y luego
traicionados (serán confinados a una reserva hasta la muerte en la
Florida). Todo esto sucedió en 1886 y tiene como protagonistas a una
serie de personajes muy bien delineados por Enrigue, que se vale de
diarios y crónicas de la época que se combinan con relatos y
crónicas plenas de épica, salvajadas varias, luchas por la
supervivencia y un humor corrosivo y más que necesario para
equilibrar momentos de alto dramatismo y crudeza documental.
Es
inútil el ejercicio de reseñar una novela como Ahora me
rindo y eso es todo. Apenas se
desarrolla una idea, es posible darse cuenta que se escapan otras tres o
cuatro de importancia suprema en "la gran novela". Se lo
puede definir como un libro de historia bien documentado y con un
punto de vista no viciado por la historiografía estadounidense, ni
por la mexicana, ni tampoco por la indigenista, pero lo histórico se tensa al
límite y se compromete en momentos de ficción alucinada, para meter
al espectador en un desierto mítico, fronterizo, habitado por
personajes movidos por una pluma que mezcla Tarantino con Bolaño,
Aira con Sergio Leone, y que es Enrigue puro, que si bien tiene una
obra prestigiada por el sello Anagrama, con esta novela logra una
consagración que lo coloca como el hacedor de "la gran novela
americana" escrita en español. Una novela que indaga sobre ese territorio comanche (en realidad apache) que sigue siendo uno de los dilemas de la identidad estadounidense y mexicana.
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