Hay
acciones artísticas que deben ser leídas, en primer caso, como
generacionales. Cada tanto tiempo suceden bienvenidos sacudones, como
el que ofrece Ruido, obra de
teatro creada y dirigida por Bruno Acevedo, seleccionada en la
convocatoria Noveles y Notables del
CCE y recién estrenada en la Zavala Muniz. Ruido es
en una primera acepción 'estruendo', pero en este caso parece más
adecuado hablar de 'interferencia', al exponer conflictos y problemas
de los que no se suele hablar y que evidencian ciertas rupturas
generacionales no muy saludables.
El
viejo rock son los padres y maneja códigos que se han vuelto
reaccionarios. Eso queda en evidencia en el latiguillo "los
padres no confían en nosotros", lanzado por una de las
protagonistas, entusiasta de la electrónica, de la búsqueda de
fiesta, en la búsqueda de una identidad propia y generacional. Ya no
es el tiempo de La ópera de la mala leche
(el legendario primer espectáculo de La Tabaré, en la posdictadura,
a pleno rock y rebeldía), porque este presente es otro, y treinta
años más tarde el golpe lo da Ruido, al
ritmo de un deejay que no para de lanzar música sintética y de un
grupo de personajes en plan fiesta, meterse pastillas de éxtasis y
pasarlo lo mejor que se puede. Hay problemas, claro; hay conflicto,
porque dentro del Ruido
hay además de problemas y búsquedas emocionales,
negocios sórdidos y riesgos altos. Hay, y no es una anécdota menor,
problemas con el agua, con la química, con el ruido, con el sistema,
con cómo sobrellevar el malestar.
Bruno
Acevedo se enganchó con el teatro haciendo el bachillerato
artístico. Tuvo como profesores a Santiago Sanguinetti y a Germán
Weinberg. Del primero tomó el gusto por aprender las claves de la
dramaturgia y del segundo "conocer herramientas actorales y
creativas que me revolvieron las tripas". Al otro año se anotó
en la escuela Implosivo Teatral, dirigida por Weinberg y Ximena
Echevarría y en el llamado a la Tecnicatura Universitaria de
Dramaturgia (EMAD-FHCE). Se metió a escribir Ruido,
con el apoyo de Luis Masci en la tecnicatura. Mientras tanto,
con el equipo de Implosivo empezó a ensayar la obra con algunos amigos y sus
profesores, y la convocatoria del CCE le dio el espaldarazo final
para cumplir el sueño. "Estrenamos con la sala a tope",
cuenta emocionado el joven director. "La adrenalina, la unión,
el amor y el orgullo que sentimos todos por el trabajo que estamos
haciendo, no lo cambio por nada. Personalmente, estoy flotando en una
nube".
***
¿Cómo
fuiste escribiendo y desarrollando el proyecto Ruido?
Bruno
Acevedo: Ruido
surgió como un monólogo, hace un par de años, que se llamaba
Limón. Nació de la disyuntiva de haberme enterado de la
tragedia de la fiesta electrónica Time Warp, en Buenos Aires, donde
murieron cinco jóvenes, entre ellos un uruguayo, una semana después
de haber probado por primera vez éxtasis. En ese momento, la prensa
abordó la noticia desde un lado totalmente sensacionalista e
hipócrita. Y como desde los 16 años que soy asiduo de las fiestas
electrónicas y de las raves que se organizaban en lugares al aire
libre, de canuto, me atrae mucho este tipo de música pero también
me genera emociones encontradas la idea de pagar por sentirse libre
en un lugar que puede terminar siendo más cárcel que la cárcel.
¿Qué
te seduce de la cultura de la electrónica?
B.A.:
La música electrónica tiene para mí mucho de ritual ancestral.
Desde el ritmo hipnótico carente de melodía, hasta el sentimiento
masa y lenguaje corporal. Con o sin sustancia, con o sin brillantina
y guirnaldas, siempre le termino encontrando el gustito. Por eso me
duele que esto que en algún momento llegó a ser una especie de
anticultura, el sistema en el que estamos inmersos lo haya agarrado y
convertido en otra de sus atracciones macabras.
La
obra Ruido se centra en ese conflicto, en la contracara del negocio y la
desprotección en la que quedan expuestos los jóvenes
consumidores...
B.A.:
Lo que pude percibir durante todo este tiempo fue el cambio que se
fue generando en este tipo de movidas, ya sea de público, como de
organizaciones, como de artistas. Hoy en día hay fiestas
electrónicas todos los fines de semana con djs europeos, con un
público masivo y precios desorbitantes. Y cada vez son más los
gurises que entran en estos ambientes para dársela fuerte y más los
sanganos que se aprovechan de los negocios en ebullición.
Otro
tema que es central en Ruido es
la desconexión generacional, como una interferencia que no parece
resolverse de la mejor manera...
B.A.:
Sí, estamos atravesando un momento de descomunicación (y no
incomunicación), donde nuestras generaciones vienen muy diferentes a
las anteriores, y tenemos un trecho enorme entre nuestros padres o
familiares grandes. Y no sabemos en qué o en quién confiar.
Estamos inmersos en una cultura que nos absorbe como individuos, nos
obliga a ser felices todo el tiempo y eso nos genera una tolerancia
mucho menor al fracaso; por ende necesitamos ''salir del mundo'' de
alguna manera u otra, y tales ecosistemas son ideales para ello. Es
hermoso hacerte mil amigos en una noche y enamorarte de la vida,
sentirte que te bailás todo y que el mañana te chupa un huevo. Pero
al otro día hay que despertarse y enfrentarse a la vida real. Ir a
laburar o estudiar, para poder tener una vida linda y mostrarla en
Instagram, tener ''me gusta'' y seguidores te halaguen por lo que te
pusiste en esa fiesta. Entonces nos deprimimos y esperamos a que
salga otra fecha colorida para volver a sentir eso que todavía no
logramos comprender por qué nos mueve.
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