Hace
calor. Mucho. Es un calor insoportable, pegajoso. Santiago arde.
Santiago transpira. El excesivo calor es el sino de la novela de
Fuguet. Y el calor, se sabe, lo trastorna todo, como pasaba en
aquella película ochentera Mauvais sang (Leos Carax, 1986),
en riguroso blanco y negro, con Juliette Binoche y Denis Lavant en
una historia de amor loco que se volvía inevitable y pegajosa. París
transpirada y una hermosa secuencia del chico de la película
corriendo, desbordado, andrógino, mientras suena ‘Modern Love’,
de David Bowie.
En
Santiago, en la novela de Fuguet, 30 años más tarde y posiblemente
en flúo y otras incontinencias cromáticas, lo que suena en un club
nocturno es ‘Blurred Lines’, de Robin Thicke, “y la sala de
pronto siente que debe bailar, que las reglas han cambiado, que ahora
es deber moverse”. Ya estamos en la página 450. Ya ha pasado de
todo y faltan todavía 150 para llegar a un final signado por la mala
sangre, metafóricamente la cargosa herencia sanguínea que lleva el
personaje (casi) principal, Rafita, hijo de Rafael Restrepo, un
escritor que sobrevivió al boom, con veleidades de príncipe
de las letras latinoamericanas, francamente de-sa-gra-da-ble,
demasiado parecido al canonizado Carlos Fuentes (no parece, lo es).
Un final signado por la mala sangre, decíamos, y lo es también
literalmente, pero ahondar en este camino sería contar cosas que no
es necesario contar.
Hay
que llegar hasta allí, hasta la página 600, después de transitar
el sudor y la transpiración de una ciudad que vive un calor extraño,
fuera de lo común, acompañando a un personaje que se vuelve
inolvidable (Alf, al que es inevitable vincular a Alberto Fuguet en
el juego Al.F.), a otro entrañable (Rafita) y a otros varios que
colisionan con Alf, quien alterna como narrador o protagonista según
el relato se precipite a un exasperado monólogo en primera persona o
a descripciones en apariencia más distantes pero que nos enteran de
mecanismos editoriales (la trama de Alf, la interna de Alfaguara, la
gira de los Restrepo presentando el libro El aura de las cosas)
o del uso de la red social gay Grindr (la segunda trama de Alf y su
adicción a los encuentros sexuales rápidos, lo más lejos posible
de todo contacto emocional). Todo muy real. Todo muy exasperado. Todo
narrado al detalle, coqueteando con un hiperrealismo extremo que
recuerda al tono minucioso de Bret Easton Ellis en American Psycho
(también la extrañeza, la distorsión, remite a esa novela).
Las
600 páginas del novelón de Fuguet detallan lo que vive Alf en
cuatro días y sus respectivas noches; y la distorsión, y sobre todo
el calor, ofician como meros catalizadores de la frontera que se
juega en la novela, que no es más que la línea tan resbaladiza
entre ficción y no ficción. Ese es el tema que obsesiona a Fuguet y
es el motor de la novela, además de ser el terreno en el que obtiene
su mayor impacto literario. Porque más allá de que se pueda
visualizar a Sudor como una novela fuertemente crítica con el
sistema literario del boom y uno de sus más emblemáticos próceres
(lo es, en su crítica mordaz a Fuentes, que le trajo problemas a
Fuguet en la vida real con la viuda del notable intelectual mexicano)
o como un ambicioso inventario de situaciones relativas al uso de
Grindr y otras redes sociales (también lo es; de hecho, Sudor
podría llevar con orgullo una cinta publicitaria que dijera “la
primera gran novela latinoamericana porno-gay”, lo que seguramente
no fuera del gusto de Fuguet ni de una editorial tan correcta como
Random); lo cierto es que el punto de mayor eficacia está en el
manejo de la no-ficción aplicada a la novela.
Cuando
una buena porción de la grey literaria discurre en el espejismo de
la autoficción (pocas veces se habló y se escribió tanto sobre una
herramienta literaria por cierto muy útil para contar una historia
propia, personal, privada, habitualmente relegada al plano de cartas,
testimonios o de simple exceso narcisista), Fuguet toma un camino
diferente, en una vuelta a la novela de ficción que había
abandonado hace más de una década, pero dándonos a entender que
todo lo que pasa en las 600 páginas tiende a ser real. Es lo
contrario a lo que sucede con libros que parten de la idea de
contarlo todo y no llegan a hacerlo; porque no se puede o porque sus
autores decidieron no quemarse con fuego. Fuguet se quema, y vaya que
no le teme a meterse en problemas. Esto es lo que hace de Sudor
una novela que al mismo tiempo que desborda ficción, contagia
verdad, desde cada uno de los personajes hasta cada una de las
situaciones que describe.
Una
de las paradojas de Sudor es que en el afán de Fuguet por
desenmascarar al clan Fuentes, parece abandonar la vieja cruzada
mc-ondiana por una literatura urbana y generacional. Termina
escribiendo una novela latinoamericana (en lugar del gran dictador,
el personaje central pasa a ser el gran escritor), y en determinados
pasajes de la novela, por medio de las palabras de Alf, deja claro el
respeto literario y una indisimulable piedad hacia Fuentes. Sigue
siendo la escritura de Fuguet cien por ciento urbana, en diálogo
atentísimo con la cultura pop actual, y en cuanto a lo generacional
debe hacerse una precisión: en Sudor evita todo asunto con la
nostalgia personal. Todo es presente, feroz, urgente, transpirado.
((artículo publicado en la revista CarasyCaretas, 02/2017))
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