“Me gustan los materiales simples, bellos, que se les note el paso del tiempo”, dice Verónica Vázquez cuando se le pregunta sobre los materiales que prefiere, los que elige para trabajar en el taller. Y aclara, para no dejar dudas, que detesta el plástico y el nailon. Si bien es la primera muestra individual que presenta en Montevideo, su obra tiene un intenso recorrido y gran visibilidad en Maldonado y fuera de fronteras, por intermedio de la galería de Piero Atchugarry. De hecho, este febrero Vázquez participó en la feria ZonaMaco 2017, en el DF mexicano, y ella acaba de llegar de uno de esos viajes inolvidables, de los que dejan marcas. Visitó la casa museo de Frida Kahlo, la casa de León Trotsky, el Museo de Antropología. Enumera otros sitios, como las ruinas, el estadio Azteca, los mercados en Coyoacán, pero la gran conmoción fue con Frida: “La obra de arte no eran sus cuadros”, dice. “La verdadera obra de arte era su vida. Desde el dolor y el sufrimiento; desde el amor a su ideología y a Diego [Rivera] y a México”.
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¿Qué te fue llevando a trabajar en el campo de la escultura con materiales como hierros, telas y cartones?
Desde niña junto clavitos, chapitas, papeles; pequeños objetos 'invisibles' que me atraían y me atraen. Algunos de esos objetos, muchas veces construidos en serie, son partes de máquinas u otros trabajos y, por lo tanto, son mudos testigos de horas y horas del trabajo de alguien. Otros fueron algo y no sé qué uso tenían o parte de que serían. A todos les doy otro uso. Me gusta la transformación. Cuando se resignifican, siento que puedo rescatar esa belleza que quizá encontré oxidada, doblada o aplastada.
Decías en una entrevista que de chica eras aficionada a los puzles.Sí, recortar muñecas de papel y armar puzles fueron parte de mi infancia. Recuerdo no necesitar nada, o casi nada, para jugar. Con unas revistas para recortar, unas muñecas dibujadas por mi tía y unos retazos de tela o un poco de lana podía pasar un día extremadamente divertido.
¿Cómo se relaciona esta práctica con el camino que fuiste haciendo entre tantos talleres y maestros?Me considero muy intuitiva e impulsiva, pero uno es un poco todo, y todo es la música que escucho, las charlas con amigos, la amistad de mis perros, la ida al supermercado, la familia. Y en lo específico del trabajo plástico, cada taller al que asistí me aportó algo. El de cerámica con Nicole Vanderhoeght y Ricardo Pickenhayn, el de tapiz con Nazar Kazanchian, el de historia del arte con Miguel Ángel Battegazzore y, sin duda, los años que trabajé con Pablo Atchugarry. Todos me enseñaron muchísimo. También hice algo de grabado y pintura, pero no es para mí; me gusta demasiado la materia y gasto toda la pintura en los primeros cinco minutos. También me gusta mucho la experimentación.
La muestra en el MNAV es tu primera individual en el país y no habías aparecido antes en salones ni en concursos. Al mismo tiempo, empezás a tener un fuerte reconocimiento fuera de Uruguay. ¿Cómo se fue dando ese camino? ¿Hay una decisión personal por un bajo perfil?Se dio así. No busco reconocimiento ni tener bajo perfil. Ni tampoco alto. Tampoco vivir del arte. No busco ni necesito la aprobación de nadie; hago lo que me hace feliz y me divierte. La adrenalina de descubrir tesoros y transformarlos en algo. Pienso mejor atando alambres o piolas. De hecho, recién fue alrededor de los 30 años que decidí dedicarme al arte en paralelo a mi familia y a mi trabajo, y quizá por ahí fue que empecé a conservar lo que hacía, porque antes desarmaba lo hecho para hacer otras cosas.
Me quedé pensando en eso que decías de “pensar mejor atando alambres”.Bueno, “pensar mejor atando alambres” suena bien. Pero es así. Se piensa mejor en medio de una actividad placentera, que puede ser eufórica o calma. En definitiva, la diversión está en el taller. Va por ahí. Además, alguien me dijo un día que “explicar atenta contra el enigma del acto”. Porque si la obra, con su sola presencia, produce placer o goce, si inspira, si anima al que la mira o toca, si logra todo eso, ya es suficiente. ¿Cómo voy pensando y creando? Tomo hilo y enredo un clavo o varios, y lo cuelgo o los cuelgo, y los miro un rato, y de repente me voy porque ladran los perros, pero no es nadie. Y entonces vuelvo. Después uno con alambres, o tal vez con hilos rojos, partes de máquinas textiles desguazadas, o la fragilidad de papeles viejos usados en oficinas, escritos a máquina Olivetti, o bien hojas de algún libro viejo, y después algo que podría encontrarse en la basura, aprisionado entre medio de dos perfiles industriales de hierro y atados con cintas de metal. Esto último que te describo es una serie llamada 'Archivos'. Alguna de estas obras están en el museo. Pruebo mucho, cambio y vuelvo a hacer. Trato de pensar en imágenes, y en ese ensayo, a veces, algo aparece, tal vez una geometría nueva, y las cosas se aclaran... Y pienso mejor.
¿Qué obras elegiste mostrar en el MNAV?Hicimos la selección en conjunto con [la curadora] María Eugenia Grau. Estoy muy feliz de haberla conocido y de trabajar con ella. Entendió mi obra y me entendió a mí. Hubo mucha comunicación, llamadas, mensajes, visité el museo varias veces, María Eugenia vino a mi taller y a la fundación, donde Pablo [Atchugarry] me cedió un espacio para prepararme. La naturaleza de las cosas es de las dos; hicimos un gran equipo. Fue una gran experiencia tanto el trabajo previo como el montaje. Enrique Aguerre [el director del MNAV] nos dio su confianza y libertad total para realizar la exposición.
¿De donde van saliendo las formas de tus obras, que en definitiva encuentran ese concepto de “la naturaleza de las cosas”? ¿Las dan los materiales? ¿Las dan tus manos?Las formas generalmente me las dan los materiales. Me encanta ese desafío. La austeridad del material me inspira, y también el hecho de aprovechar al máximo el material más simple. Trato de no comprar, de usar lo que tengo y encuentro. Es como exigirme hacer con poco. Casi nunca dibujo; dibujo con alambre en el aire o hago alguna maqueta, y muchas obras van surgiendo sin que haya una planificación previa.
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El maestro Atchugarry
“Hace algunos años, fui a una galería en Punta del Este y conocí las esculturas de Pablo Atchugarry. Las vi y quedé alucinando con conocerlo o ver su taller. Poco tiempo después se lo comenté a Juani, mi esposo, y él me hizo ir. Cuando llegamos a la fundación y taller de Pablo, me dio mucha timidez y me quería ir lo más rápido posible. Juani me advirtió de que no nos íbamos hasta que me presentara a Atchugarry y le mostrara mis proyectos. Así fue que tomé coraje y me acerqué; me mostró el taller, vio mis maquetas y en ese mismo momento me invitó a que realizara una para su parque. Una semana después, mi primera escultura grande estaba en el Parque de Esculturas. A mediados de ese año me llamó para trabajar en la fundación. Estuve unos tres años trabajando allí y fue enriquecedor. Conocí artistas, coleccionistas y el 'mundo del arte'. Un día resolví alejarme para dedicarme a lo mío. Estaré siempre agradecida a Pablo, quien confió en mí y en mi obra desde el primer día”.
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