Hay muchas y
variadas formas de contar una historia. Y también hay, o más bien
coexisten, en un espacio-tiempo paralelo, diferentes necesidades que
atañen a la pertinencia de elegir tal o cual camino de investigación
y su respectivo estilo narrativo. La memoria musical de un periodo
del rock hecho en Uruguay, más precisamente entre los años 1983 y
1989, es más que necesaria para comprender -entre otras cosas- lo
que pasó después, en la década siguiente, y sobre todo a partir de
los Pilsen Rock, punto de
inflexión en el que la música rock pasó de habitar un
territorio simbólico underground a una masividad antes desconocida,
que la ubica como una corriente cultural hegemónico y legitimada por
el cuerpo social.
Hubo un rock
uruguayo antes, el de los pioneros, del que se encargó el
investigador Fernando Peláez con precisión académica. Los dos
tomos del trabajo De las cuevas al Solís marcaron
una pauta y también un listón muy alto en lo que se refiere a la
construcción de un relato riguroso y ordenado, a partir de fuentes
directas y material de archivo. Pero su historia termina con la
dictadura, dejando en evidencia que el rock que vino después no
tiene raíces ni continúa ninguna línea estética de la generación
de los pioneros. Hay excepciones, por supuesto, y hay también una
camada de músicos y bandas que la peleó en los años más duros, lo
que es tema de un tercer tomo aún en proceso del propio Peláez,
pero a la hora de la construcción del relato del rock posdictadura
son otros los cronistas, los memoriosos, los relatores.
El de la
posdictadura fue un rock adolescente, parricida por necesidad,
precario en cuanto a herramientas y formación técnica, influenciado
por la ideología punk y new wave del "hazlo tu mismo".
Logró una visibilidad muy rápida y conectó directamente con su
misma generación, activando un sentimiento de pertenencia en el que
pesaba más la emoción que criterios de valor artístico. Pasaron
muchas cosas en esos años, muchas de ellas relacionadas con
conflictos políticos y generacionales, incluyendo la durísima pelea
musical-ideológica entre el rock y el llamado canto popular.
¿Cuál
es la mejor manera de narrar ese periodo? Un abordaje como el de
Peláez sería más que necesario, pero mostraría evidentes
debilidades en cómo acercarse a lo emocional, a lo que no se puede
explicar con una crónica rigurosa y que tienda a la objetividad. Es
posible que sea por eso que los varios libros que se vienen sumando,
sobre el periodo, prueben desde otros puntos de vista. En
la noche, de Mauricio Rodríguez,
reconstruye a través de entrevistas y testimonios la historia de los
principales grupos y artistas. Errantes,
de Gustavo Aguilera, apuesta a un tono subjetivo, personal, sin
ocultar la condición de pertenencia a esa generación del autor. Y
se suma Quiero puré,
de Leo Lagos, que desde el título se emparienta con los de Rodríguez
y Aguilera. Los tres refieren a canciones. Los dos primeros a temas
de Los Estómagos. El de Lagos, a la más que famosa canción de Los
Tontos.
Despojado del
personaje Albert Hammond, con el que escribió hace algunos años un
primer libro en tono humorístico sobre el rock, Leo Lagos elige
contar esta vez su historia personal con el rock de los 80, lo que
implica el relato de su educación musical y/o sentimental. Hay
humor, por supuesto, porque está en el ADN del guitarrista de
Supersónicos, pero la sorpresa está en la capacidad de contar
tantas cosas con un formato tan ligero y fugaz como el de la
fotonovela. Es un testimonio personal, pero que se vuelve coral al
integrar varias voces, material de archivo y una investigación muy
peculiar, y por cierto polémica, sobre la relación entre el rock
uruguayo de la época y el Partido Colorado.
Quiero puré
es, como se señala acertadamente en la portada, una novela gráfica.
Esto es absolutamente compatible con el hecho de que no haya en sus
páginas lugar para la ficción. Es una novela ensayo,
autobiográfica, generacional, que logra reconstruir el relato
emocional de una generación y su relación con una forma de
expresión llamada rock. ¿Es el mismo rock el del periodo 1983-1989,
que el de otras cuevas de los 90, o el emergente de la crisis del
2002? Posiblemente Lagos muestre sus cartas en un tomo dos, o bien
otros autores se encarguen de explicar que fue lo que pasó después
que Los Estomagos se transformaron en los Buitres, o que fue lo que
pasó cuando empezaron a aparecer instrumentos de viento y el rock
pasó a ser tan rebelde como una marca de cerveza.
***
¿Cuándo
se te metió en la cabeza hacer un libro como Quiero puré?
Fue
a fines de 2014. Andaba inquieto y quería escribir alguna cosa sobre
el rock de los 80, pero no sabía muy bien ni qué ni cómo. Acababa
de leer Rastros de carmín,
de Greil Marcus, cuando mi hermano Tito me prestó un cómic
sobre el pasaje de Malcom McLaren por el estudio de MTV Brasil. En el
tetris de mis neuronas, una fila se ordenó y el resultado es Quiero
puré.
¿Desde
el principio lo imaginaste como una novela gráfica o pensaste en
otro tipo de estructura?
Leo
mucho cómic, pero soy pésimo dibujando. Así que hice unas tres
páginas de prueba usando fotos, para ver si podía contar lo que
tenía en la cabeza con esas limitaciones. Después de eso no había
otra forma de seguir adelante.
¿Qué
ventajas y desventajas te permite el género testimonial y colocar
allí tu primera persona, lo que vendría a ser algo así como "el
rock uruguayo de la posdictadura según Leo Lagos"?
Mi
interés no pasa tanto por cómo lo vi yo, sino contar en primera
persona las marcas que dejó el rock en un adolescente. Quise
describir una época y una forma de sentir la música, pero no desde
el lugar de la crítica, el periodismo cultural o la musicología,
sino desde la memoria.
¿Por
qué firmaste con tu nombre y no como Albert Hammond, cuando ya
habías escrito un libro con el personaje?
Hammond
es un personaje humorístico. Como tal, no representa ni lo que soy
ni lo que pienso, salvo en detectar ciertos nudos problematizables en
torno al rock. Pero el personaje, cuando mira algo que me interesa,
está obligado a hacerlo con un sentido humorístico. No era el caso
de Quiero puré, que son las memorias de un tipo real, que
involucran recuerdos basados en cosas que sucedieron, contadas con
fotos reales, muchas del álbum familiar. Si bien el humor está
presente, no está lanzado desde el personaje.
Quiero
puré explica en la tapa que es
el tomo uno. ¿Tenés pensado escribir una segunda parte?
Mi
idea es que el tomo dos lo escriba alguien que haya sido adolescente
durante la movida del rock de los 90 y que sienta que esa banda de
sonido le cambió la vida. Y el tomo tres por uno o una que le haya
pasado lo mismo en los 2000, los 2010... Es una colección que me
encantaría leer. Y que ofrecería la oportunidad de ciertos diálogos
intergeneracionales. Es más, podría haber hasta un tomo menos uno,
contado desde un adolescente que se haya formado con Psiglo o los
Días de Blues.
¿Cuánto
hay de autobiográfico y de qué manera sentís que el libro te
permitió decir dos o tres cosas que sentís más que necesario
decirlas?
Nada
de lo que está en el libro está ficcionado. Puede haberme fallado
la memoria, o como digo en el libro, recordar es siempre hacer un
relato desde el presente. Salvo eso, todo es autobiográfico. Es
cierto sí que tenía ganas de decir dos o tres cosas, pero no como
verdades reveladas, sino porque me estaba dando cuenta de que la
palabra o concepto rock no estaba significando lo mismo para mí que
para otras personas. A veces pensamos que las palabras tienen
significados permanentes, pero en este caso, como en muchos fenómenos
culturales, las vivencias personales les dan distintas connotaciones.
Por eso me interesa la colección de memorias a través de las
distintas décadas.
((artículo publicado en CarasyCaretas, 08/2016))
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