No quiero mezclar los
libros, aunque sea inevitable y tenga muy claro la imposibilidad de
las lecturas puras. Todas son conexiones y más conexiones. Por eso
hay que tener cuidado con lo que se lee, con lo que se pone adelante
de los ojos. Toda lectura, además, se vuelve autoficción cuando se
la quiere atrapar en una escritura posterior, desde la utopía de
alcanzar una interpretación particular hasta el necio intento objetivista
de la crítica.
Decidí leer la obra de
Emmanuel Carrére. No fue de un día para el otro. Fue, en todo caso,
un proceso. Se debió, creo, a mi excesivo fanatismo por Houellebecq
y al entusiasmo que demostré por la novela Sumisión
y su relación oculta -como todas las buenas relaciones- con la
novela El impostor, de
Javier Cercas. Sigo admirando esas dos novelas. Lo escribí en alguna
nota y recibí algún que otro comentario en las redes sociales.
Alguien me recomendó que abandonara rápidamente a Houellebecq y a
Cercas por Carrére. Había un tono paternalista en
el consejo. No le hice caso. A los pocos días, fueron dos amigos, Martín y Ana, que nos
recomendaron la lectura de
Carrére. Se pasaron un rato largo contando de Limonov
y de sus otras novelas. Sobre todo, de Limonov. Organizando la lectura de vacaciones, y con
ganas de variar el menú, conseguí algunas novelas de Carrére. Yo
estaba entretenido en otras lecturas, pero asistí al impacto que le
produjo a Paty la lectura de la novela De vidas ajenas.
Lloró al final. La conmovió profundamente. No me dijo nada, lo que
significa que lo mejor es leer esa novela cuanto antes y lo más distraído posible.
Dejé
pasar un poco de tiempo.
Acabo de terminar De
vidas ajenas, de tomar un
respiro en esas últimas cincuenta páginas sofocantes pero al mismo
tiempo liberadoras.
Debo, además, mantener un
orden. Porque antes de esa
novela, Carrere publicó El adversario. Y
fue por eso que la leí primero, hace poco más de un mes y postergando De vidas ajenas. El
problema es que me shockeó tanto su lectura que me fue imposible
escribir algo sobre ella. Se conectó directo con el asunto de las
"imposturas", tema en que me había metido la novela de Cercas
-sigamos con las conexiones- y que volvió a aparecer en otro par de
novelas que leí entre medio: Lo real de
Belén Gopegui y Una forma de vida
de Amelie Nothomb.
No
demos más vueltas.
El adversario es
la mejor novela sobre una impostura que haya leído.
El adversario es
una de las mejores crónicas relacionadas con un acto criminal y
enfermizo que haya leído.
El adversario es
una de esas historias tremendas, que resultan incomprensibles, que cada
tanto aparecen en el relato policial pero que pocas veces son
llevadas al terreno literario con tanto talento y estilo.
Un
hombre decide matar a su familia: a su esposa y a sus hijos pequeños. Lo hace. Hasta el día que comete el crimen, es un padre de familia del que nadie desconfiaría. Pero toda su vida es mentira: no terminó nunca los estudios, no trabaja donde dice trabajar, no existe en ninguna parte fuera de su familia y apacible comunidad burguesa, de provincia francesa. Llega al peor de los abismos al no poder escapar de una
impostura que viene arrastrando durante años, en un ejercicio paradójicamente más
minucioso y complejo que el
de llevar con éxito una vida
real. Su
"vida
feliz" acaba
cuando se termina el dinero que ha derrochado de los ahorros de sus
padres y de pequeñas estafas.
Planea el final. Lo horroroso. Lo hace. Él se salva, con graves
quemaduras, para ser condenado por la justicia y para
contarle toda su verdad a Emmanuel Carrére.
El adversario es
un libro negro.
Un
libro que deja dando vueltas en la cabeza, al igual que El
impostor de Cercas, sobre la
fragilidad de nuestras propias construcciones. Sobre quiénes somos,
la identidad, lo que reflejamos, las mentiras que construimos, las
mentiras piadosas, las mentiras de los demás, el fino hilo entre lo
real y lo virtual.
De vidas ajenas es
un libro negro. También. Pero es otra cosa. Es salvajemente
luminoso. No quiero mezclar las lecturas, ni las escrituras, ya lo
dije. Ahora, cuando pude escribir algo sobre El adversario después de haber leído algo aún más impactante, como De vidas ajenas, voy a salir a comprar
Limonov. Ya conseguí
Una novela rusa y El
reino. Iré por orden.
Después
de Carrére, lo tengo claro, seguiré
leyendo a Houellebecq. Posiblemente con menos entusiasmo.
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