La obra reciente de
Cabrera, sus últimas canciones, componen Viva la Patria,
un cancionero imprescindible disponible por el sello Ayuí. Un gran disco, entre los mejores del cantautor montevideano junto a "El viento en la cara" y "Fines".
“Tengo mucha
actividad, estoy muy contento. En estos últimos años me ha ido muy
bien, no me preguntes por qué, porque no lo sé”, es lo primero
que dice Fernando Cabrera, el escenario es una mesa del Santa
Catalina, en la esquina de Ciudadela y Canelones. Entonces no queda otra que preguntarle por qué, se ríe, y es como que Ricardo Gómez diera un par
de golpes con la batería, porque se larga a enumerar razones, hasta
llegar a una que dice haber comprendido hace apenas una semana. Es un
argumento convincente. Tiene nombre y apellido: Jorge Drexler. A
partir de él, afirma Cabrera, de sus discos Frontera y
Sea, se abrió un
dique que permitió una nueva entrada de la canción de autor, de
fusiones entre folk y electrónica, de todo tipo de búsquedas y
experimentaciones entre tradición y modernidad.
Entonces
pienso en que factiblemente no haya tanto azar en esa movida
rioplatense, tal vez templadista si
me animo a utilizar la terminología utilizada por el propio Drexler:
Lisandro, Paulinho, Dacal, Liliana, Franny Glass, tantos nombres, y
allí aparece -sin quererlo ni pretenderlo- el nombre de Cabrera como
“faro”, como uno de los maestros. Por méritos &
merecimientos. Por actitud poética. Por el talento de tensar la
experimentación y la búsqueda de un lenguaje propio. Por todo eso
no asombra que en estos últimos años se cuenten por decenas las
versiones de canciones de Cabrera, de las clásicas y de las raras.
Por eso no asombra que Cabrera se asombre de llegar a un pueblo del
norte argentino y gente de ahí, y de más adentro del continente,
cante sus canciones.
Dice
que no le pasa solo a él. Se refiere entonces a ese “frente” de
música uruguaya que va de la murga al rock y que ha roto fronteras.
Y entonces, le digo, le propongo, hablar de “Viva la patria”, y más que hablar de certezas instalar una duda. El disco está sobre la mesa del Santa. Hace apenas
un día salió a la venta. Lo mira una vez más. Satisfecho. Es el
primer disco de canciones originales en años. Aunque no sean tan
nuevas. Porque las viene tocando desde hace tiempo con Righi, Gómez,
Klang y Chapital, una banda que lo tiene orgulloso, que le sigue la
cabeza en esa misión temeraria de ir decantando cada sonido, cada
timbre. “No me gusta grabar sin conocer a fondo una canción”, es
el lema cabreriano. Así llega a ese sonido de salón, de cámara,
cuidadosamente natural, como si la banda estuviera ahí y se escuchen
sus mínimos chasquidos, respiraciones, tonalidades, poniéndole el
alma a esos versos que a veces se exaltan y otras se saben
provenientes del más caro saber popular.
Y
es ahí que pienso en la figura de Cabrera como un traductor, cuando
me cuenta que las nuevas canciones, las de Viva la Patria,
que “todas son historias”, dice, porque ya no hace discos que
giran en torno a la soledad, al desamor, como que se siente que se ha
abierto a mirar. Se descubre cronista. Siempre lo fue, pienso, me
callo y resuena en mi cabeza “Pasacalle de largada, los boliches de
Garzón”, pero ahora es cierto que su mirada, el punto de vista, es
más concreto. Incluso más audaz.
Cabrera
está entusiasmado y quiere hablar de las canciones. Lo hace. Pero le
pido que cuente de otras cosas, que intuyo no son para nada
superficiales. La portada. Me dice, vaya detalle, que es el primer
disco que contempla lo que quería para la imagen de tapa. Esta vez
no dejó volar a Maca, su eterno diseñador. Cabrera quería un
montaje de fotos de fachadas de casas, edificios, los que más le
gustan de Montevideo. Las fotos las sacó Ricardo Gómez. Una por
una. Maca se encargó de componer los collages. Cabrera vigiló
atentamente el proceso. “Me animo a decir que Maca quería más
blanco”, le digo, y
se ríe, porque fue exactamente lo que pasó. El diseñador, como
debe ser, puso algunos límites, posibles equilibrios. Entonces
Cabrera le dejó poner un poco de cielo, apenas, en algunas de las
composiciones y en la portada para dar espacio al título. Todo en
riguroso blanco y negro, excepto el azul y rojo para la grafías. “Y
hay un detalle importante”, dice. “La letra del título es la
mía”. Vuelve a tomar el disco entre sus manos, lo abre y me
muestra otro detalle que cierra de algún modo la historia: “Cuando
sacás el disco del envase se ve esta imagen”, dice Cabrera. Dos
siluetas, posiblemente al atardecer, en un campo de pasto verde: “Es
un equilibrio entre lo urbano y lo rural. Está sacada en el Valle
del Lunarejo, casi en la frontera”.
Viva la Patria es
un gran disco. Un acontecimiento. Es el mejor Cabrera. De algún
modo, al escucharlo, siento que la canción es la misma, que sigue
siendo el de El viento en la cara
y el de Fines. Hay una
marca original, única, intransferible. Hay, también, la certeza del
movimiento y de un cantor que sigue encontrando caminos y grandes
canciones.
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