09 :: "Larga vida al rock and roll" (BARÓN ROJO)

Antes de estampar en la campera de jean el símbolo de anarquía, ponerme a escuchar a los Clash y volverme un intolerante con un despiste mayúsculo entre lecturas de poesía surrealista, libros de Bakunin y discusiones interminables sobre si Los Traidores eran más punkis que Los Estómagos, mucho antes de eso, supe llevar una campera de cuero negro. Hecha por mi madre, por supuesto, porque nadie de clase media tenía acceso en Montevideo a las verdaderas, ni tampoco a las muñequeras que llevaban los Iron Maiden en el video de "Run to the hills" (*). Y siempre tenía pronta, para usar debajo de la campera, una hering azul con el logo de Barón Rojo pintado a mano.

Una de las marcas a fuego de mi educación sentimental, emocional, musical, el fin de la infancia para ser más específico, tiene que ver con esas canciones latosas, en nuestro idioma, bien directas y callejeras que escuchábamos todo el tiempo con los amigos del barrio porque no había mucha música para elegir. Y cuando en la tele anunciaron que venía esa banda que a los trece años, en el embole absoluto de un barrio de clase media, nos rompía la cabeza, sentimos que tocamos el cielo. Era la gloria. No eran estrellas lejanas como los Van Halen y los saltos ornamentales de David Lee Roth. No. Los Barón Rojo eran la banda de nuestra calle, y hasta nos habíamos enterado por las audiciones de "Meridiano juvenil" que el baterista era uruguayo. Y aunque no teníamos mucha idea de lo que era el rock, nos identificamos con ese sonido salvaje en las antípodas de las canciones de Menudo que apestaban los oídos de las chicas de nuestra edad.

Barón Rojo es mi primera banda de rock y comparto ese problema con unos cuantos colegas que nos iniciamos rompiéndonos los oídos con esa canción electrizante y que todos sabíamos de memoria: "Con botas sucias". No es jevi metal. Es rock. Hard rock, como se le decía en la época. Rock duro. Y si me apuran, tiene una pizca de punk, de pogo, pero esos detalles no importan, porque esa canción es una bomba y me había olvidado de ella, como nos olvidamos de casi todas las buenas cosas.

Me la recordó Álvaro, el batero de Cross, en una charla que mantuvimos en un sótano del Buceo después de un ensayo a volumen brutal, con Daniel dándole a la bata y Marcelo punteando a mil la guitarra. Y mientras yo me preguntaba qué estaba haciendo ahí, viendo a los Cross, rompiéndome los oídos como si tuviera trece y hubiera encontrado la puerta correcta al caos, entendí que el rock, el garagero, el stoner, el que mezcla ácidos con riffs, es una construcción deforme, post-infantil, una alucinación compartida entre tres o cuatro dementes que hacen pervivir una magia que es energía pura, suficiente catarsis y la sensación de meterse adentro de un viaje a ciento veinte por la avenida de la luz. Y lo entendí todo cuándo Álvaro me contó que él y Marcelo, allá por el 83, estaban tan demenciados por Barón Rojo que se compraron las entradas 0001 y 0002 para el concierto en el Cilindro. Y que fue Barón Rojo, también para ellos, una escuela de rock.

Al otro día, no pude evitarlo, me compré el disco. El primero. Larga vida al rock and roll. El que tiene "Con botas sucias". Dieciocho dólares en el Palacio del Gaucho. Nunca lo tuve antes. Ni ese ni los dos siguientes, que también me los sé de memoria, de la radio, de los casetes que vaya a saber dónde fueron a parar. Mi canción preferida era "Casi me mato", pero está en el tercer disco. Vaya, vaya. La memoria se desata. Lo que se escucha a los trece no se borra jamás. "Anda suelto Satanás", "Chica de la ciudad", "Los desertores del rock".

Un poco después en el tiempo, cuando pasé a cuarto de liceo, me dejé de ver con los amigos del barrio y, ya lo dije, vino todo eso de la anarquía y The Clash. El único que siguió en el metal fue el Loco, Leonardo, todo un personaje. El único que siguió en la música fue Daniel, que se fue a Canadá y ahora vive en la Patagonia y tiene un grupo de jazz étnico que la descose.

Vuelvo a escuchar "Con botas sucias".

Es para reventar los parlantes.

Sigo con todo el disco.

Larga vida al rock and roll.

(*) Años después me enteré que un grupo de niños de mi edad, un poco más grandes para ser más exactos y obsesionados por ese mismo clip de Iron Maiden, formaron una banda que luego se llamó Alvacast. Eran de La Blanqueada, pero un poco más al norte. En mi barrio, al que llamábamos Abacú, intentamos armar un grupo de heavy metal -a imagen y semejanza de Barón Rojo- pero fracasamos en el intento. Uno de los que andaba en la vuelta, un skater que vivía del otro lado de Luis Alberto de Herrera, lo dejamos de ver un tiempo y lo encontramos un par de años después tocando la batería en Los Traidores.


No comments:

LAS MÁS LEÍDAS