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Obra de Rita Fischer, una de las obras premiadas en el 58 Premio Nacional. |
Cada
exhibición del Premio Nacional de Artes Visuales supone un mapeo de
la producción reciente. Se ven tendencias, rastros, contrastes
estéticos y generacionales. Se ven, y esto es lo más importante,
obras artísticas de alta factura técnica y un buen nivel promedial.
La edición número 58 encuentra un contenedor físico ideal en el
EAC. Los espacios compartimentados de la excárcel de Miguelete
permiten que las obras se aíslen, que sus discursos propios no se
contaminen, y no se genere el “ruido” inevitable en montajes de
ediciones anteriores que se hicieron en salas como la planta baja del
MNAV.
El
recorrido que hace el espectador en una muestra colectiva, como lo es
el Premio Nacional en donde concurren 26 autorías diferentes, es
clave. Hay que evitar, como sugerencia, lo rutinario del paseo. Se
recomienda el zigzag, buscar, volver a mirar, incluso dejar la
contemplación de algunas obras para otra oportunidad. No es menor el
detalle de que 4 de las 26 han sido premiadas por el jurado (Eloísa
Ibarra, Ana Laura López y Pablo León).
Esas
obras, más allá de discusiones y posibles matices, evidencian lo
que sobresale en los principales abordajes y tópicos transitados por
los autores seleccionados, por lo que son de imprescindible mirada y
posibilitar conexiones. Los retratos tridimensionales a expresidentes
realizados por Agustina Fernández Raggio, una de las obras
premiadas, dialogan con otras obras centradas en el dilema fotografía
y representación, en especial con el borde pictórico de los
paisajes de Tali Kimelman o lo performático expuesto por la dupla
Campo-Blanco. Lo callejero-político, en diferentes formatos,
técnicas y discursos expresivos, aparece en el gran premio a Emilio
Bianchic por la video instalación Crossfit y
también en la premiada serie de stickers-afiches firmados por Casa
de Balneario y en el poderoso retrato de Kiki pintado por Sebastián
Blanco.
Hay
un posible corte performático -incluyendo el formato video, por
definición experimentable en un tiempo y espacio determinado- que
exige un tiempo mayor al simple mirar que suele hacer el espectador
medio en un museo o galería de arte. Los cinco retratos de Fernández
Raggio llevan 30 minutos para ser disfrutados en su totalidad. Un
tiempo similar implica la experiencia de la performance planteada por
Florencia Flanagan, otro buen rato se necesitan para observar los
detalles de las instalaciones de Manuela Aldabe y de Campo-Blanco, y
hay que sumar otros diez minutos para apreciar el video de Bianchic
en los parques de Palermo (se sugiere verlo dos veces). Esto sin
contar que la vajilla rota de Olga Bettas o el juego de dimensiones
que propone Nicolás Branca, no se disfrutan a las apuradas.
Además
de sugerir más de una o dos visitas para mejor apreciar esta
selección de obras de artistas uruguayos contemporáneos, proponemos
un recorrido signado por las reescrituras de la memoria, tópico que
suele aportar obras de significativo interés. Novus,
instalación firmada por Rita Fischer y uno de los premios otorgados
por el jurado, podría oficiar de nodo, por su noción de memoria
fragmentada, en capas, y por la oportuna revisión del pasado que la
contiene: una pared del EAC. Lo que se ve es una sumatoria de trozos
de pintura extraídos de celdas de la excárcel, que conforman un
archipiélago, un mapa.
Otras
cuatro obras seleccionadas transitan reescrituras contemporáneas y
disparan cuestionamientos varios incluso dentro del propio campo del
arte: Luisho Díaz propone una versión emoji-digital de la pintura
Arte universal de
Joaquín Torres García; Luciana Damiani evidencia la falsa memoria,
o simplemente la 'mal escrita', a través de un cambio de código en
una vieja máquina de escribir donde se tipea la letra de una canción
de Aníbal Sampayo; Javier Abreu muestra dos dilemas
tecno-contemporáneos en su caja de pinceles fosilizados y en la
relación entre un teléfono smart y el arroz; y finalmente Liliana
Farber cierra el recorrido (o lo abre para el espectador digital en
un disparador qr) con una reflexión sobre la soledad contemporánea,
convertidos en islas de un archipiélago disfuncional, caótico y de
mensajes lanzados al mar virtual. Hagamos entonces el recorrido
Díaz-Damiani-Abreu-Farber desde los mecanismos de cada artista y sus
pulsiones frente al tópico más o menos común que transitan.
Díaz:
JTG versión emojis
“Hace
tiempo que estaba estudiando el legado torresgarciano, y me pareció
que este Premio Nacional era el contexto ideal para presentar este
trabajo que venía bocetando. Elegí el cuadro Arte Universal
que se expone de forma permanente en el MNAV para hacerle una
revisión, una revisión que extiendo a las bases conceptuales que
sostienen el trabajo de Torres García: la pretensión de alcanzar un
lenguaje universal. Dentro de mi análisis, concluyo que Torres
fracasó en su premisa, pero sin embargo, hoy en día, los emojis que
utilizamos en la comunicación instantánea sí operan desde un
sentido torresgarciano: nos permiten lecturas unívocas y libres de
subjetividad. Es frente a esto que reconstruyo, transporto o
actualizo la obra original, sustituyendo la simbología de JTG por
estos símbolos. Hay una segunda capa en este trabajo que apunta a
cuestionar también el uso de estos elementos. Siendo sintético, me
pregunto lo siguiente: si bien por un lado facilitan y complementan
en muchos casos la comunicación, ¿no estarán también
homogeneizando, achatando y acotando nuestros matices expresivos?
Esta
obra es representativa de mis estrategias creativas, y considero que
condensa un montón de temas e inquietudes que vengo trabajando en
otros proyectos. Se alinea con varias obras que he expuesto (RomBye,
Entramados, EN/CLAVE POP) pero de una forma más
sintética y -quiero creer- contundente”.
Damiani:
relatos disfuncionales
“Hace
algunos años que estoy enfocada en investigar y cuestionar nuestra
memoria e identidad, el gran dilema de qué somos y cuáles son
nuestros orígenes como individuxs, como sociedad, como país, como
territorio. Nací en los 80 y formo parte de una generación bisagra,
donde los relatos acerca del Uruguay empiezan a estar velados por la
dictadura y la salida de la dictadura, y a su vez surgen nuevas ideas
o teorías que se contradicen con el relato oficial que nos enseñan
desde que entramos al sistema educativo. ¿Qué es Uruguay? Una
tierra indígena no reconocida, una colonia española, una
independencia forzada, una Suiza de América, un proyecto industrial
truncado, una dictadura latinoamericana, un territorio deshabitado,
una suerte de intersticio histórico de identidad dudosa. Me gusta
pensar que WEV UM RVÑ TYAYWVÑ es una micro-revuelta, una
forma de disidir. Una subversión frente al relato hegemónico. La
reescritura del poema/canción de la patria “Río de los pájaros”,
de Aníbal Sampayo, a partir de una máquina de escribir donde las
letras están cambiadas, es una acción que nos inhabilita a seguir
la regla, que nos obliga a repensar, a cuestionar, a recapitular, a
reescribir esa fábula que se construye desde la memoria y la
identidad de un país, un lugar de dudas, donde el desorden y lo
disfuncional surgen como posibles respuestas.
WEV
UM RVÑ TYAYWVÑ es parte de un proceso, es una pieza más de una
rompecabezas enorme. En mi cabeza no existe la opción de pensar arte
y vida por separado. Pienso que cada acción o decisión que tomo
puede ser una obra o parte de una obra de arte de la misma forma que
cada pieza u obra es un manifiesto de vida y acción”.
Abreu:
reconfigurar identidades
“Me
resulta imposible dejar de pensar que cuando terminé mi formación
en la Escuela Nacional de Bellas Artes ni siquiera tenía teléfono
fijo en mi monoambiente y ahora -febrero de 2019- escribo estas
líneas sentado en una plaza en El Cairo, sin ningún tipo de
conexión real, y guardo este documento en una nube. Entonces, desde
mi lugar de creador, ¿cómo no replantearme este cambio?
Si
bien en la obra Huesos utilizo pinceles, la reflexión puede
ser para todos los ‘modos’ y ‘dispositivos’ de hacer arte.
Pude hacer algo con un viejo VHS o una performance ‘fetichizada’
para la foto, como tanto se usa ahora, el asunto es que los creadores
debemos reconfigurarnos si queremos tener un lugar para decir cosas.
Veo mucha cosa anacrónica, incluso en las propuestas emergentes y
siento que somos los creadores los que estamos utilizando la tablet
para picar verduras.
Me
resulta muy difícil separar mis mambos artísticos de los
personales, porque desde mis primeras obras siempre hablé de ‘los
temas’ en primera persona y además si hay algo que no tengo es
prejuicios y esto me permite desplazar aquello que me interesa del
debate público a una sala de exposiciones. Para mí sigue estando
vigente la idea de ‘ser radicante’ de Nicolás Bourriaud, en el
sentido de poner en escena las propias raíces en contextos y
formatos heterogéneos, negarles la virtud de definir completamente
nuestra identidad, traducir las ideas, transcodificar las imágenes,
transplantar los comportamientos, siempre con la ética como eje y el
compromiso con el otro”.
Farber:
deriva digital
“La
galería londinense Arebyte, especializada en arte digital, me
propuso crear una obra de netart bajo el tema “estéticas legales”.
Decidí hacer una obra para teléfonos inteligentes, ya que estaba
investigando la relación de espectadores con estos dispositivos. La
investigación me llevó a definir la obra en el contexto de aguas
internacionales, dado que encontré que varias compañías están
experimentando colocar servidores en embarcaciones (principalmente
para disminuir costos de refrigeración de los servidores y
trasmisión de información). Decidí entonces que mi obra también
estaría alojada en un servidor a la deriva, para crear una situación
utópica que coloca al usuario en un mundo virtualmente libre donde
el mar, como lo fue en el pasado, es tierra de nadie, un lugar donde
uno puede sumergirse en la máxima aventura.
Blue
Vessel consta de tres secciones. La primera es el acuerdo de
usuario transmitido como mensajes instantáneos. En esta sección
busco resaltar las cuestiones legales, y cuestionar a nuevas
tecnologías como nuevas formas de colonialismo, colonialismo
corporativo. La segunda sección es una interfaz para escribir
mensajes. Esta interfaz utiliza una tecnología similar a la
utilizada por los teléfonos inteligentes para sugerir palabras sobre
los teclados en aplicaciones de mensajes instantáneos. En Blue
Vessel, este algoritmo está entrenado con el libro Robinson
Crusoe. Los textos creados por la aplicación se envían de forma
anónima a páginas web con dirección anónima que se encuentran a
la deriva en las aguas de internet como mensajes en botellas
contemporáneos.
Finalmente
está el navegador, que contiene enlaces a páginas web que enseñan
destrezas para sobrevivir en altamar o en una isla desierta.
Desde
que publiqué la obra Blue Vessel, en mayo del 2017, más de
900 mensajes fueron creados con la aplicación. A medida que fui
recibiéndolos me enamoré de ellos y decidí utilizarlos para crear
una historia. Actualmente estoy trabajando en una videoinstalación
en la cual la historia -de aproximadamente una hora de duración- es
narrada por una voz creada por un algoritmo de inteligencia
artificial, entrenado con mi voz, mientras dos canales de video
reconstruyen los viajes de Robinson Crusoe y Alexander Selkirk en
Google Earth. En esta instancia de la obra exploro más a fondo
procesos de colaboración y escritura colectiva entre cientos de
usuarios anónimos, algoritmos de inteligencia artificial, un legado
literario colonial, y yo, como artista”.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 02/2019))
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