Hace
exactamente un año. Me lo recuerda una foto de Facebook, no la
memoria personal hecha pedazos y repleta de agujeros negros. Después
de advertir la habitual sensación de "pasaron tantas cosas, mirá vos,
no lo puedo creer, en solo un año", descubro un hilo
interesante entre los recuerdos vivenciales que se superponen en
completo desorden. En la imagen que se adjunta al final de este post aparezco en compañía de Carolina
Bello, Matías Castro y la estrella es Natalia Mardero, porque esa
noche se presentaba la reedición de Guía para un universo,
un libro de esos raros y fascinantes para el que escribí unas
líneas en la contratapa. Pero el asunto no está ahí, en esa
fotografía,
ni en el libro de Natalia, sino en que unos minutos antes, en la
vereda de la calle Florida, mantuve una breve conversación con
alguien a quien no veía ni
hablaba desde hacía mil años.
Andaba en la vuelta Ramiro Sanchiz. También Martín Fernández,
cargando libros de Natalia de un lado para el otro. Ahí,
en plena calle, fue que Gustavo
Verdesio me
encaró con una propuesta que en principio desestimé, o traté de
desviar, o hice lo que pude para poner cara de póker: él
andaba con la loca idea de
una colección de libros sobre música, algo relacionado con discos,
lo que quiere decir droga en estado puro para alguien como yo que una
de las pocas cosas que sabe hacer, con convicción y ligereza, es
hablar y hablar y escribir y escribir sobre discos. Pasaron varios
meses, hasta que a la vuelta de las vacaciones el que me abordó fue
Martín. El asunto era serio: Gustavo iba a dirigir una colección
para el sello Estuario. Querían que yo escribiera uno. No me pude
escapar. Dije que sí. Me comprometí. Y me puse a escribir sobre
Tango que me hiciste mal,
de Los Estómagos, y hoy, cuando miro la foto, se dispara esa idea
pelotuda de que cuando estaba ahí, hace exactamente un año, no
tenía ni idea que doce meses después habría
escrito y publicado un libro que no estaba en ninguno de mis planes y
proyectos. Supongo que algo
similar le sucedió a Ramiro Sanchiz, que esa noche también andaba
en la vuelta y acaba de publicar este mes de noviembre de 2017 el
libro Caída libre,
sobre el disco de La Trampa. Es precisamente el libro que acabo de leer y no dejo
de sorprenderme y de redoblar el entusiasmo en lo relativo a la
colección que pergeñaron Gustavo y Martín. Parecía una locura
pero adquiere algo
más que sentido. Si bien no puedo distanciarme respecto a lo que
provoca la lectura de lo que escribí sobre Los Estómagos (y sobre
mí, porque elegí el camino de la autoficción, o bien de enredar
asuntos personales y procedimientos novelísticos, o como bien dijo
Sanchiz "es la historia de amor entre un hombre y un disco"),
en la lectura de Caída libre confirmé
la necesidad de estos libros que estamos escribiendo, entre varios
locos melómanos, una necesidad que excede la simple colección de
relatos sobre episodios musicales. Sanchiz, en Caída
libre, anota dos o tres goles
(aunque él no sepa lo que es el fútbol). Uno de ellos es narrar una
época, o bien tentar la interpretación de un momento (los
alrededores de la crisis del 2002 en Uruguay), circunstancia que es
inseparable de la concepción del disco de La Trampa. En ese ir y
venir entre obra y contexto, y especialmente en su arriesgado
capricho de situar a Caída libre como
un disco conceptual, exhibe argumentos y procedimientos
que hacen que el libro se convierta en un manual de cómo escuchar un
disco, o más aún, de cómo interpretar y desmontar una obra
artística. Hay más, mucho más. Sin contar los aciertos, tanto en
la elección del disco (soy de los que a priori no entendía por qué
Sanchiz había elegido Caída libre, que seguramente no fuera de su gusto personal) como en las lecturas que hace de las
canciones, de los textos, de los sonidos, de prácticamente todo, en
una disección exhaustiva y minuciosa, está muy bien escrito y se
lee en un rato, entre el ir y venir de poner el cedé en la
compactera y comprobar que el 2002, según Sanchiz, tiene en este cancionero de La Trampa una
expresión musical que habla mucho de una o dos generaciones, de una
comunidad y de todo un país que estuvo al borde de desbarrancarse. Vendrán otros libros de la serie Estuario Discos. Todo
indica que la colección, o buena parte de ella, servirá no solo
para aproximar miradas sobre la historia musical uruguaya reciente,
sino también para exponer diferentes y provocativas miradas sobre la
creación y sobre el territorio emocional que habitamos. No son
libros de música, como temí en la primera propuesta que me hizo
Gustavo Verdesio, la noche de la foto; son libros que hablan de la
vida y de ciertos sonidos que la acompañan en este más o menos olvidado lugar del
planeta.
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