Buena
parte de la escena musical uruguaya privilegia (y prestigia) a los
autores que cantan sus propias obras, subvalorando el trabajo
artístico del mero intérprete. Esto sucede en un amplio abanico de
la canción urbana y es una idea que se manifiesta abiertamente en el
rock. Hay excepciones, por supuesto. Los casos más emblemáticos son
los de Gabriel Peluffo (Estómagos, luego Buitres) y Alejandro
Spuntone (La Trampa), quienes han demostrado -en sus respectivas
carreras- su alta capacidad como intérpretes, en definitiva en un
rol específico de cantantes.
No
llama la atención que Spuntone se sienta muy cómodo en el dúo de
versiones que formalizó con el guitarrista Guzmán Mendaro, y
tampoco llama la atención que Peluffo se saque las ganas de publicar
este año 2017 un disco de tangos y milongas. Son cantantes. Y en el
caso de Peluffo, vale la pena ir a la anécdota. Su ingreso a Los
Estómagos -por ejemplo- se debió a la necesidad de Gutavo Parodi y
Fabián Hernández de conseguir un cantante para la banda punk que
estaban armando, en Pando, en el año 1983. Parodi puso el ojo en un
adolescente que conocía de Costa Azul que cantaba en los asados, que
era buen imitador y alternaba en su repertorio todo tipo de canciones
melódicas, tangos y murgas. Nada más lejos del rock. Pero demostró
que era bueno, y que por sobre toda pertinencia estilística, le
gustaba cantar. Se convirtió rápidamente en una voz emblemática
del rock, no solo por lo hecho en Los Estómagos, sino por los más
de 25 años al frente de Buitres. Pro no debe olvidarse que entre sus
primeras grabaciones cuenta la versión de 'Cambalache' (los oídos
atentos encontrarán que hay allí entonaciones tangueras en la voz
adolescente de Peluffo) y que en los últimos discos de Buitres,
sobre todo en el último, logró moverse hacia otros territorios no
habituales al formato "agite y pogo".
Ahora,
a los cincuenta y pico, y con la anécdota de un encuentro casual con
los hermanos Jorge y Carlos Cordone -guitarristas nada menos que de
Edmundo Rivero allá por los años 80-, salió la oportunidad de
grabar un disco tanguero. Se lo debía. Hacía tiempo que rumiaba esa
idea. El resultado se llama De barro y asfalto y
se grabó con atinado bajo perfil pero gran entusiasmo. Peluffo no
siguió -tampoco se hubiera esperado en un tipo más bien tímido y
melancólico- la elección 'performática' que tomaron otros dos que
vienen del rock, como los casos de Melingo y de Mónica Navarro.
Tampoco los decires 'rotos' de Andrés Calamaro. No va por ahí lo
suyo con el tango. Su estilo es clásico, mostrando -eso sí- una
refinada técnica para decir textos bien perdedores y asomarse por
momentos a la milonga más arrabalera con un afinado manejo del
lunfardo.
"Contame
tu condena, decime tu fracaso", canta con elegancia Peluffo,
sosteniendo la caída dramática que exige cada nueva sílaba. Es "La
última curda". Es el tango-canción que cierra el recorrido del
disco. Es también el más 'moderno', escrito ya entrados los años
50, y resume lo que se oyó antes, un repertorio inteligente y con
ricos matices entre tiempos y tonos poéticos. "Y hablame
simplemente de aquel amor ausente", sigue Peluffo, diciendo los
versos de Cátulo Castillo y mostrando que tiene pasta de cantante,
de los que abrevan en la sutileza y en manejar la distancia adecuada
del micrófono.
¿Cómo
llega a esa última curda? En un viaje que abre con 'Trenzas', uno de
los varios que eligió de la 'edad de oro' del tango, todos -como se
dijo- signados por el desamor y la ausencia. "Tal vez mi corazón
tenía que perderte, y así mi soledad se agranda por buscarte... y
estoy llorando así", canta/dice Peluffo, y se adivina que lo
suyo viene de chamuyo, de contar al oído esas penas tan bien
narradas por Homero Expósito en 'Trenzas', Discépolo ('Malevaje'),
Manzi ('Ninguna', el vals 'Romance de barrio' y la gran parada que se
juega en 'Sur') y José María Contursi ('Tabaco'). En todos esos
tangos, Peluffo sale muy bien parado. Y la química de su voz,
engarzada entre las guitarras de los hermanos Cordone, hacen el resto
de la magia.
De
barro y asfalto, el disco,
no es tan simple en su recorrido, porque Peluffo suma (y entrelaza)
un grupo de milongas donde se luce como arrabalero y justifica
plenamente el 'barro' del título. Aprovecha para mostrar otro color,
para salir del "corazón desgarrado" y zurcir retratos de
los barrios rioplatenses de finales de los 20. Gana sin problemas en
la traza de humor de 'Lo llamaban Serafín' (uno de los temas
clásicos del repertorio de Rivero), y se luce en el retrato de la
bohemia que desplega 'En la vía', y también en 'Packard' ("era
una mina bien, era un gran coche" (...) pero un día, la droga
la hizo suya") y 'Atenti pebeta'.
En
pocas palabras: De barro y asfalto
descubre a un cantante que encuentra posiblemente una voz más propia
en el tango que en el rock. Más que un desvío, parece un oportuno
camino para desarrollarse como intérprete. Lo único que faltaría
es que nuevos poetas se arremangaran y le escribieran nuevos versos a
este tanguero de ley, para que no quede en un entrañable y más que
digno ejercicio de estilo.
No comments:
Post a Comment