Pido
y exijo que este texto se adjunte, como un virus malicioso, en cada
estúpido debate provocado por uno de los tantos Enemigos del Arte
Contemporáneo que pululan en las redes sociales, en cada uno de esos
post donde los
Guardianes del Pasado profesan su asco hacia toda manifestación
artística que no entre en los cánones pre-Duchamp. Que se derrame
sobre ellos, desde la Gran Nube, y se descargue en sus máquinas,
este monumental ensayo de César Aira, el más temible de los
defensores del Arte Contemporáneo.
Pido y exijo que lo
lean, que dejen llevarse por los mecanismos internos de este texto
esencial y culminante, y que tengan la valentía de asumir que viven
en un miserable oscurantismo, defendiendo lo indefendible,
perdiéndose la gran fiesta del Arte, eso que algunos un tanto
frívolos pero esclarecidos contemporáneos no dudan en llamar
pomposamente El Maravilloso Mundo del Arte. Solo compartiré, en este
panfleto, en este libelo en el que invito a que el texto de Aira se
ofrezca a precio módico en exposiciones y salas de arte, en
galerías, en talleres, en clases de bachillerato artístico, en
facultad de bellas artes, una sola de las ideas, la central, entre
las que basa su argumentación el escritor argentino: "Es como
si se hubiera entablado una carrera entre la obra de arte y la
posibilidad técnica de su reproducción. Y quizá esta carrera, esta
huida hacia adelante, es la que está dictando la forma que toma la
obra de arte. (...) La obra se vuelve obra de arte, hoy, en tanto se
adelanta un paso a la posibilidad de su reproducción".
Sobre el arte
contemporáneo es una exposición
sobresaliente que cuestiona, uno por uno, los argumentos de los
Enemigos, en especial el que Aira llama el "difamatorio",
el que sostiene el "cualquiercosismo" de la creatividad. El
argentino se vale del escandaloso y temerario ejemplo del "periodo
vache" de Magritte, cuando el artista belga optó por una forma
irónica de utilizar la libertad total con la idea de burlarse de los
galeristas, críticos y colegas parisinos. Una operación casi
perfecta, como la del mingitorio de Duchamp, que Aira entiende únicas
en su tiempo, necesidad y contexto, y que funcionan como ejemplos
evidentes en los sucesivos casos de primera interpretación sardónica
("eso no es arte, eso es cualquier cosa"), de cualquier
obra de Arte Contemporáneo que se precie de tal. Lisa y llanamente,
esta interpretación vendría a ser el verdadero boomerang de los
Enemigos, por ser el grado cero de la interpretación. De este modo,
los Enemigos serían sistémicos al Arte Contemporáneo, al estar
explicitando, con sus gritos en el cielo, la presencia de algo
interesante, algo que no puede interpretar, que los perturba, que les
hace ruido. Y, creánlo, eso no es fácil de hacer ni de provocar. No
es cualquier cosa. Ni es tampoco pasible de una posible reproducción.
Hay más. Mucho más.
Es Aira puro. Un eslabón para esclarecer aún más algunos elementos
de su narrativa: la obsesión por el tiempo, la liebre que huye hacia
adelante, el presente continuo, la guerra de los gimnasios, el arte
como síntoma de imperfección.
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