Lejos
está de complacer, Jonathan Franzen, a quienes sostienen -o al menos sugieren- acerca de lo innecesario de los
relatos extensos, los novelones, la ambición desmesurada de querer
escribir, en su caso, "la gran novela americana". Ya lo había hecho, primero con Las
correcciones y luego con
Libertad, con gran altura en el caso de la primera. Está muy bien
que un tipo como Franzen se ponga al hombro esta empresa de fabricar novelones. Porque se necesitan exabruptos. Por lo menos para
demostrar que la vida literaria contemporánea no puede quedar
reducida a novelas cortas donde se satisfaga por completo el escaso riesgo autoral, el de editores preocupados por equilibrios
comerciales pobres y sobre todo el de lectores mojigatos que buscan
historias simplonas y breves para pasar las páginas sin resultar perturbados.
Es
necesario, sin embargo, hacer algunas precisiones: Franzen no es
un escritor preocupado por lo formal, por el lenguaje -al contrario
que su entrañable amigo David Foster Wallace-, más allá de que sabe
desarrollar, con habilidad, una adictiva trama coral en escenarios y
tiempos históricos diversos. Tampoco intenta un artefacto
conceptual. Nada de eso. Está lejos de ser un rupturista. De hecho,
todo el tiempo parece preocupado por narrar rápido, por facilitarle
el trabajo al lector, y trata de cerrar las historias aunque queden
un tanto forzadas, aunque al final de la historia -pese al volumen
estimable de lo contado- el mundo de Pureza pueda
reducirse a menos de una decena de personajes: Purity (la chica que
dice todo lo que siente y busca verdades que le son esquivas), su
madre (la multimillonaria que elige heroicamente vivir sin dinero y esconder el
pasado), su padre (el que busca Purity en la novela, y lo encuentra
en la piel de un periodista independiente y honesto), Andreas Wolf
(el bipolar terrorista informático berlinés que se refugia en Bolivia y se
parece demasiado a Julian Assange), y Annagret (la intrigante alemana, novia
en la adolescencia de Wolf).
¿Qué
lleva a Franzen escribir una historia como la de Pureza?
¿Qué tipo de ambición lo
mueve a meterse en tantos escenarios diferentes y elegir el camino de
contarlo todo en lugar de minimizar y hacer caso de la religión
minimalista? Él mismo lo ha explicado en varias entrevistas: concibe
a la escritura como una droga, por lo que le gusta mantenerse en ese
estado en el que las ficciones se van conectando e interconectando. Eso está bien, siempre y cuando su auto-terapia le sirva a los lectores para algo. Y, sobre todo, es de los escritores para los cuales una novela se
parece a un puzzle. Eso hace que su estilo se vincule más con el
tipo de guiones a que nos han acostumbrado las series -intrincados,
laberínticos, con la obsesión de que se cierren todos
los círculos-, o bien de las películas corales y de historias
interconectadas, o de las sagas literarias tan en boga en la
industria literaria comercial.
¿Qué
es lo que se cuenta en Pureza?
La simple enumeración de los temas que se tratan en la novela
ocuparía la totalidad del espacio de esta reseña, pero puede
simplificarse en el desasosiego que le provoca a Franzen el individuo
contemporáneo, en su relación en el dilema poder-libertad individual, al verse enfrascado en un excesivo consumo informático y de
redes sociales, similar a la experiencia del viejo socialismo
real. Una teoría interesante, por cierto. Por eso, en parte, el
personaje principal, al que Franzen le juega todas las fichas no es
Purity sino Andreas Wolf, lo que implica que se cuente en detalle su
infancia y adolescencia berlinesa, en los años de la RDA, y luego su
apogeo como rey de los hackers. Se cuenta su historia. Su auge y su
caída. Aunque nunca se oculta su condición de niño perturbado y
caprichoso. La contracara de esa historia es la luminosa Purity, una
chica hipster que también tiene su lado perturbado y caprichoso. Y no es menor este detalle: pese a ser la chica de la portada, y a que la novela lleve su nombre, Franzen desarrolla tanto mejor a sus personajes masculinos que a los femeninos, que parecen siempre caprichosos o reactivos a decisiones que casi siempre toman los hombres. El de Franzen es un mundo de hombres. Es un lente extraño, porque no se corresponde con un universo liberal contemporáneo que no podría admitir -por ejemplo- la historia de una Caperucita Roja (Purity) y un Lobo (Wolf) en un sitio que en nada se parece a Bolivia (el bosque), por citar el pasaje más malogrado de la historia coral.
La
novela se lee, como dijimos, rápido. Se devora. Aunque la obsesión por cerrar las
historias, porque no se le bifurque demasiado el relato coral, la
vuelve extremadamente débil en algunas particularidades que hacen a
los personajes principales y a ciertas circularidades evitables. De
hecho, Franzen logra sus mejores momentos cuando se sale del juego
luz-oscuridad, blanco-negro, de los dos personajes centrales.
Mientras Purity y Wolf se acercan peligrosamente a una caricatura de
sí mismos, la novela gana espesor en sus intersticios, en sus
rincones, cuando deriva a la pareja de periodistas de Denver, a los
pasillos siniestros de la burocracia de Berlín Oriental o a la casa
ocupada de Oackand donde conviven un puñados de frikis anti-sistema.
Allí se hace grande el relato, adquiere volumen de "novela
americana", y dan ganas de que se sigan sumando páginas y más
páginas.
Queda, sin embargo, un retrogusto amargo. Porque entre tantos aciertos y desaciertos, algo parece fallar
irremediablemente en Pureza. Tal
vez sea la obsesión por el puzzle, por facilitar el trabajo a los
lectores, lo que termine llevando a Franzen a un territorio más de
bestsellerismo que de "novela americana". Y, no puede
ocultarlo, muestra -además de los estereotipos ya señalados- una pátina conservadora que planea durante toda
la novela y que queda en evidencia en la propia elección de la
"pureza" como tema, como idealismo juvenil, en un mundo
donde siempre gana el poderoso, el hombre, aunque el Lobo caiga por un barranco y sea eliminado para aliviar a Purity y a los lectores que necesitan de finales que alivien tanta adrenalina paranoica.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 01/2016))
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