una noche es una noche

Algo sucedió. Casi imperceptible. Es algo relativo al tiempo. Se disolvió el presente. Creímos que el siglo XXI había sido inaugurado por un atentado en setiembre de 2001. Que ese atentado, en el centro del mundo, nos había hecho recobrar el sentido y que lo que se había roto además de las Torres Gemelas era el axioma posmoderno del fin de la historia. Todo lo contrario. Se aceleró. Se dislocó. Atrás, muy atrás, quedaba la noción de postpunk como último episodio de una modernidad nihilista y suicida. En el mismo momento en que Ian Curtis de Joy Division acabó con su vida se clausuró la sensación de futuro, de nostalgia progresista. Desde hace mucho tiempo que no se puede avanzar. Porque adelante no hay otra cosa que un abismo. Tampoco se puede retroceder. Nos metimos en un tiempo denso, entre algoritmos y virus, con una única puerta de salida al laberinto: identidades virtuales, cuerpos cyborg, retromanía, todes al servicio de una inteligencia artificial que nos controla y nos maneja el deseo siempre insatisfecho. Es un tiempo hermoso. De perdedores hermosos. Vamos perdiendo la memoria. Seguimos perdiendo el sentido. Anestesiados. Poco a poco ha desaparecido la posibilidad de ficción. Las escrituras se tensan en una multitud de autoficciones que salen a buscar una verdad desesperada y encuentran hastío y desesperanza. Pantallas, streaming, redes sociales, toxicidad, basura, avatares, es casi imposible controlar cada una de las adicciones contemporáneas. Ahora, en este nuevo punto de inflexión, en esta nueva noche que inauguró el virus que vino de Wuhan, en este terrible comienzo de un siglo XXI, le toca el turno a la ciencia ficción. Este es posiblemente el último episodio de una multitud de relatos que se aproximaron a algo que se volvió denso y que se parece demasiado a una película de David Lynch con zombies que entregan el lenguaje a cambio del confort. Algo se atascó definitivamente en el tiempo. Algo sucedió. Casi imperceptible. Vuelvo en ocasiones a escuchar a Los Estómagos, porque forman parte de mi memoria, de mi identidad, porque son la mejor traducción de Joy Division, de una utopía postpunk a la uruguaya. Es casi inexplicable que ellos, y también sucede algo similar con Los Traidores, hayan construido un manojo de canciones que siguen estando en presente. Se los puede explicar mejor Mark Fischer, a quien le tocó escribir una serie de ensayos fascinantes sobre la sensación de presente dislocado en Joy Division y otras bandas synthpop. También se los puede explicar Carlos Marx. O David Bowie. En el agotamiento de la ficción no hay tampoco lugar para la no ficción. Es un estado cero. Ya no se habla de atentados ni de guerras. La noción de accidente se aproxima mejor a lo que estamos viviendo. No hay retorno. Hay virus. Aislados. Rotos. Dislocados. Hay neoliberalismo salvaje. Desbocado. Alguien escribe desde Roma, marzo de 2020. Una amiga que no veo desde hace mil años y que me advirtió del accidente unos días antes que la pesadilla comenzara en nuestra ciudad: “Cerraron parques, villas, cerraron los árboles, el pasto, y nos encerraron totalmente en casa, y yo me tomo de todo por tratar de estar tranquilita, pero no lo logro muy bien. Nunca fui tranquila. Y no mejoré. Detesto este confinamiento. Y estoy tan furiosa que no logro decirme “dale, lee, escribí, aprovechá, creá, pensá”. Nada de todo eso. Estoy más bien en la posición del toro cuando mira el trapo rojo. Pero el animal que hay en mí se está rebelando furiosamente, y el humano que hay en mí no logra tomar el control. Así que estoy en esta lucha. Me gustaría saber si la semana que viene mi super-yo logra controlar a esta bestia que me tiene loca. Siempre, en la cabeza, hay que tener un lugar donde escaparse. En la mía queda Montevideo. Ni bien logre matar al toro”. No le contesto que Montevideo, también, agoniza. Hasta hace algún tiempo conservaba rastros del siglo XX. Siguen estando. En la noche. Pero hay que animarse a meterse en la noche. Hay que animarse a apagar todo. Desconectarse. Y moverse entre los bordes, donde todavía queda algo de tiempo para pelear contra los algoritmos y las pastillas para dormir. El siglo XXI es un gran accidente fractal. Una fractura. Un virus al que hay que perderle el miedo y tratarlo con descaro. No habrá utopía, pero nos queda la disidencia, el antivirus postpunk y la capacidad de desmontar los discursos hegemónicos. No hay utopía pero nos queda la posibilidad de hackear a la ficción de la no ficción. Nos quedan los cuerpos lastimados de tantas batallas virtuales. Nos queda la noche. Porque una noche es una noche es una noche y ahora que se termina la página escrita en times new roman cuerpo 12 sin interlineado entiendo claramente que en la noche más oscura, como diría el Darno, si me voy me perderé. 

Texto escrito para la muestra colectiva virtual "En la noche", desarrollada por el Centro de Exposiciones Subte de Montevideo. Curaduría: Martín Cracium y Maru Vidal.

 

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