tapas, portadas y un textículo

La primera portada que compuso Gustavo fue para un long play del grupo musical Contraviento. Se defendió como pudo con su habilidad para el dibujo. Creyó que debía hacerlo en tamaño real (no sabía de reducciones ni de ampliaciones). El contratiempo de la tipografía (ni siquiera sabía de la existencia de tal palabra), lo superó dibujando cada letra en sintonía con la ilustración. Después vinieron más portadas para Contraviento. En una de ellas, probó que la imprenta resolviera el asunto tipográfico (seguía sin conocer a fondo del tema) y las instrucciones que dejó para que rellenaran el espacio en blanco fue "acá pongan Contraviento con una letra normal". Le pusieron un tipo de letra que no le gustó nada pero que no contradecía la sugerencia de "normal". Ese error (bueno, no solamente ese error, sino también la curiosidad, lo llevaron a investigar y a desarrollar el oficio de diseñador y una exquisita especialización tipográfica).

Hoy, si lo aprietan, y le preguntan a Gustavo qué tipo de letra prefiere para sus diseños, contesta que la Sabon (para texto corrido), o bien la Garamond o la Bodoni (para portadas), y se desviará en nombrar otras apetencias como la Frutiger, la Helvetica, o la Palatino, para en definitiva señalar que en todo caso prefiere utilizar una paleta un poco reducida pero conocerla bien, en sus mínimos detalles.

El centro del problema no está, para él, en la elección de la tipografía sino en su aplicación, y no está de más recordar que para componer su primera portada tuvo que inventarse una tipografía que empatizara con el dibujo, que fueran la misma cosa y antes que nada empatizaran con lo sonoro propiamente dicho. O sea, siempre supo que el dibujo dice, que el mínimo trazo dice, que son imagen, tanto como la imagen de una palabra estampada en un plano, de modo que la amplitud polisémica lo lleva a definir al diseño como parte indisoluble de una creación. Es cosa seria. Por eso hizo muchos bocetos para la primera portada de Contraviento. Por eso no es exactamente síntesis la clave para tener éxito. Tampoco viene a ser el resultado de un proceso lógico. Es algo acaso más intrincado.

Dice Gustavo Wojciechowski, y se le nota divertido en esto de andar explicando su arte en una visita guiada por la exposición Tapas, en el Museo Nacional de Artes Visuales, que "solo quería ser el cantante de una banda de rock". Y ese es exactamente el subtítulo de Zafiro, su novela, la única que por el momento compuso (vuelvo a elegir ese verbo porque es el que más se ajusta a las creaciones de Gustavo) y que se publicó originalmente en Ediciones de Uno (cooperativa de edición poética de la que formó parte junto con otros poetas y activistas de la resistencia a la dictadura uruguaya de los 70 y al conservadurismo tan patriótico como oriental). La portada de Zafiro la hizo él. Es la más abigarrada de todas las que ha compuesto. Se nota a la distancia, al ver todas las tapas colgadas en el museo. Es un collage de decenas de imágenes de personajes que aparecen (o no) en la bohemia rockera setentera post-hippie cortazariana de Zafiro. Es además una novela de imprescindible lectura. Y el plateado (plata) de la portada lleva directo al color elegido para DeCada, la portada que compuso para una antología de Fernando Cabrera publicada, y una cosa lleva a la otra debe decirse que Gustavo es especialista en Cabrera, y no se puede dejar de nombrar, en este relato que corre el riesgo de volverse enumerativo, a la legendaria portada de El viento en la cara.

Hay discos únicos, eternamente luminosos. Uno de ellos es El viento en la cara. Y todos sabemos que tiene la mejor portada que pueda tener un disco tan genial. La compuso Gustavo y es una de las 'estaciones' claves de la exposición Tapas, porque el diseñador expone la obra pero también originales, y esto hace posible admirar el puntilloso trabajo de collage tipográfico, de recorte letra por letra, del armado del calendario, del anecdótico y mínimo fotocromo para colorear (de la forma más económica posible) el cuerpo dibujado del ciclista.

Otros muy buenos trabajos destacan en el montaje de la exposición: la resolución impecable (e implacable) de la portada del poemario Puntos de apoyo de Raúl Forlán, el humor escatológico extremo de la tapa de Oda al niño prostituto de Gustavo Escanlar, el "yo estoy al derecho dado vuelta estás vos" como concepto de Polaroid de Héctor Bardanca, pero sobre todo esa línea de continuidad que enlaza las composiciones firmadas por Gustavo Wojciechowski y son el sello de identidad de Ediciones de Uno, de Yoea, de Civiles Iletrados, de Yaugurú (en portadas de libros), y de numerosos trabajos para el sello discográfico Ayuí, o bien de dar el pulso gráfico, la semántica gráfica, a la colección de la revista La Oreja Cortada.

De todos modos hay algo que parece fallar en una coleccción de tapas como la del MNAV y es que se limita a mostrar un plano superficial, una sola dimensión. Porque si hacemos acuerdo con Gustavo en que la portada debe ser indisoluble de la obra, no queda otra que interpretar que sin el disco sonando o sin las páginas del libro a disponibilidad, la contemplación estará lejos de ser completa o al menos satisfactoria. Por eso, mientras escribo estas líneas con la mayor admiración hacia el trabajo gráfico de Gustavo Wojciechowski, está sonando una y otra vez el long play El viento en la cara y tengo abierto un libro-revista extraño, poético y abigarrado, entre el homenaje y el plagio, firmado por Maca y publicado por Yoea con el título Textículos & Contumacias. Leo:

"yo solo quería ser el cantante de una banda de rock and roll 
ser la estrella de los zafiros, 
yo quería escribir una novela como kerouac, 
entregarle al editor una bobina enterita, sin corregir... 
y viajar a frisco y pasear con mi automóvil verde, 
mi automovil verde y yo, los cabellos al viento". 

Y se entiende (casi) todo.

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