la tentación acústica


Algunos músicos pop contemporáneos resolvieron, con buen tino, no dejarse llevar por la tentación de grabar un disco acústico en vivo y así distanciarse del formato noventero -el de la MTV unplugged, el de los acústicos- que salvo excepciones no hizo otra cosa que licuar y aplanar repertorios pop de diverso y relativo interés. El caso del argentino Lisandro Aristimuño es ejemplar: siempre tuvo a su favor, precisamente, lo elaborado de sus conciertos, en una concepción de banda orgánica de salón, heterodoxa en sus búsquedas sónicas y por cierto con propuestas tímbricas y arreglísticas despegadas del pop-rock convencional. Siempre desestimó subrayar la tentación 'acústica'. Tampoco se le 'ocurrió' el camino contrario, el de la demagogia de electrificarse, porque entiende que su viaje tímbrico no tiene fronteras y por lo tanto no necesita vestirse de arreglos de 'gala' que suelen no quedar precisamente cómodos. Es por estas y otras razones que Lisandro, y otros tantos como Pablo Dacal, Vitor Ramil, Rossana Taddei, Xoel López, Franny Glass, por nombrar artistas diversos de un pop mestizo y heterodoxo, no transitan y evitan ese camino.
Lo realmente curioso es que haya artistas pop, que generalmente vienen de códigos 'rock', que parecen meditar poco sobre estos temas, o bien tienen otras necesidades, más bien ligadas a la sostenibilidad y desarrollo económico de sus productos culturales (entendible, pero todo eso poco tiene que ver con el arte sonoro), que se ven tentados por aquel formato en el que naufragó casi todo el pop-rock latino de los años 90. Solo se salvaron los Café Tacuba (porque su discurso musical está a prueba de formatos), Charly García (porque estaba en un momento 'decadente' especial y supo traducir la actitud Nirvana y estar acompañado de una guitarrista sublime como lo era María Epumer), Illya Kuryaki (porque querían demostrar -que de algún modo es lo que contemporáneamente hace Aristimuño- que se puede hacer buena música y salir del pop y salir bien en la foto), y a mitad de camino se quedaron los Soda Stéreo (que hicieron un mediocre papel, pero que utilizaron esa oportunidad para sacudirse y suavizar las distorsiones de Dynamo). En los últimos años han cruzado esta línea, con distinta suerte, artistas de altísima popularidad: Julieta Venegas y Babasónicos.
Acá, en Uruguay, los No Te Va Gustar (que ya no se escribe Notevagustar), apelaron al anacrónico formato. Tal vez fueron llevados por cierta inercia de la banda que arma un dispositivo 'en vivo' para hacer un poco de tiempo, y no hay que dejar de mencionar la tentación del cambio, de probar otras formas, de acercarse a un público más íntimo, de deconstruir los éxitos a un formato de teato. Todo eso es válido, no se lo critica, el problema es que es el propio formato, si no se lo provoca, o se lo pone en conflicto, o realmente se lo deconstruye, pasa a ser el protagonista y ataca a la propuesta en sus flancos más débiles. ¿Qué es lo más probable cuando un grupo pop se 'pone' en situación acústica? Que se aplanen las melodías, sonidos y variaciones estilísticas, que desaparezcan los contextos de producción y grabación que provocaron determinado hit, que en casos de extremo error dejen de tener el mismo 'sentido' las propias letras de las canciones. Esos peligros están antes de sentarse y tocar en la sala de un teatro. Y si se puede pensar que una de las debilidades de No Te Va Gustar está en el bajo carisma de las individualidades (cantante y músicos), era más que probable el posible naufragio, o por lo menos (sin ser tan drásticos) la inocuidad del proyecto.
La portada de Otras canciones lo dice todo. Es claramente ilustrativa: una foto de escenario trabajada con un efecto pictórico. En definitiva, un leve maquillaje para pasar a un formato más 'prestigioso'. La ansiada orquesta de salón. El deseo de trascendencia. Pero están muy lejos, por poner dos ejemplos notorios y de este siglo en el territorio iberoamericano, del carisma expresivo de Julieta Venegas en su disco en vivo y de la egomanía visual de Adrián Dargelos poniéndose al centro exhibicionista radical del pop glamoroso de su banda tan freak y tan popular. Dos producciones que son también discutibles, pero que exhiben otros puntos de fuga que las hacen sostenerse con cierta dignidad.
Cuando se entra en el disco Otras canciones, de No Te Va Gustar, se entiende también el acierto bumerán del título. No es el lógico 'otras versiones', sino un camino que se vuelve paradójico: son 'otras canciones', porque no son las mismas, porque están aplanadas, porque se reconocen muy poco sus intenciones originales, porque defraudan y mucho. Alcanza con analizar el caso de 'Al vacío', una de las canciones más incorrectas y problemáticas del discurso pop de No Te Va Gustar, y al mismo tiempo una de las mejores del repertorio, de las que nunca pueden faltar. Simplemente desaparece. Emiliano Brancciari ni siquiera se hace cargo y descuida, al buscar otro plano interpretativo e invitar a una voz femenina, la naturaleza propia de la canción. Se pierde el crescendo musical, el pulso rockero, el honesto borde masculino, y no queda nada. Nada de nada. El resto del disco viaja por el mismo camino, con los instrumentistas poniendo onda pero en la mezcla perdiendo casi todas sus posibles licencias 'acústicas', y no faltan los momentos 'mexicanos' insufribles (no me refiero a Julieta, por supuesto, que como invitada lo hace muy bien) y en todo momento un repertorio que sufre las inclemencias de un formato incómodo, muy incómodo, para No Te Va Gustar.

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