El montaje galponero Los cumpleaños de Irina, versión del texto Villa dolorosa de la dramaturga alemana Rebekka Kricheldorf, aporta una reescritura contemporánea de la clásica
historia de las tres hermanas Olga, Masha e Irina, con aire
millennials y muy buen humor. Es también la posibilidad de celebrar a un gran
director de escena como Villanueva Cosse.
¿Qué
recordás del montaje que hizo Atahualpa del Cioppo, en el año 1956,
de Las tres hermanas?
Villanueva
Cosse: Yo hacía
Fedótik, un personaje que aparecía en una escena chiquita. Aparecía
junto con Júver Salcedo. Éramos los pibes del elenco. Estaban
Salzano, Tenuta, Ulive, Curi, Olga Cerviño, Rosita Claret y Bélgica
Castro. Fue el primer contacto concreto que tuve con un Chejov. Y fue
el primer gran éxito de Atahualpa con El Galpón. Taco Larreta, que
era crítico además de hombre de teatro, y era un crítico
extraordinario, escribió "Chejov visitó la salita de El
Galpón: estuvimos espiando la vida de las tres hermanas". Era
exactamente eso: la puesta de Atahualpa tenía esa naturalidad que
permite sentir que la cuarta pared no está, cuando el espectador
termina siendo un espía privilegiado de una obra de teatro.
Siempre
se ha referido a que esa dirección de Atahualpa tenía un destaque
especial en la dirección de las actrices.
V.C.:
¡El mundo femenino!... Bueno, yo no sé si el masculino llega a ser
un 'mundo', pero claramente el mundo femenino era más recóndito,
más incomprensible para nosotros, sobre todo desde una posición
como la del machismo, que todavía arrastramos todos, que siempre lo
consideró como un agregado a su masculinidad. Y Atahualpa estaba
bastante adelantado a su época. Ahora, por suerte, todo eso se está
dando vuelta lentamente. A lo mejor todavía ese movimiento de cambio
no es mayoría, pero nos enfrenta a todos a una gran responsabilidad
y a entender qué es todo esto de tener los mismos derechos. Estamos
hablando de una especie de racismo de género, que si bien ahora se
está perdiendo, no hay que olvidar que en ese momento, en 1956, en
El Galpón, estábamos hablando de una obra de medio siglo antes, de
la Rusia prerevolucionaria, donde el lugar de la mujer era obviamente
muy dependiente, y los detentores -digamos- del privilegio, o del
poder, pasaban por la ciudad de provincia donde estaban esas mujeres,
marchitándose, añorando una Moscú lejanísima, donde habían hecho
su infancia y su adolescencia.
¿Cómo
son las hermanas en la versión de la alemana Rebekka Kricheldorf?
Has dicho en alguna entrevista que son cínicas, decepcionadas.
V.C.:
Olga, la mayor, es profesora. Se nota que sabe, mucho, que es
importante, y se nota también que odia a los niños, odia a los
alumnos, y sobre todo odia a los padres de los alumnos. Es una mujer
que cuando fue joven tuvo muchos pretendientes, que tuvo una vida
amorosa activa, pero que ahora siente que todos los demás viven a
costa de ella... Los demás, especialmente sus dos hermanas menores,
están buscando y eligiendo, pero la que sostiene esa casa que está
en decadencia es ella. Masha está casada en un matrimonio sin
sentido con un ser del cual ella se enamoró profundamente, que es
profesor del mismo colegio donde trabaja Olga y no hace otra cosa que
leer libros, tirado en una poltrona y vestido de pijama y pantuflas.
Y después está Irina, que todos los años cambia de carrera, y en
cada cumpleaños cuenta lo que le pasó y reclama a las demás que
“cómo no me dijeron que me estaba equivocando”.
La
aproximación que hace Kricheldorf transita en muchos momentos por el
humor. De hecho, el público disfruta muchos pasajes de la obra. ¿Qué
fue lo que más te interesó al leer Villa dolorosa?
V.C.:
Me llamó la atención, en una primera lectura, que era una
aproximación muy ingeniosa, incluso demasiado ingeniosa a las Las
tres hermanas. Después la volví a leer y encontré material muy
interesante, y me empezó a ganar, sobre todo por ese ardid, tan
provechoso en la escena, de los tres cumpleaños de Irina, y por un
recorrido dramático que está mechado por una gran capacidad de la
autora de organizar momentos muy jocosos. Además, la obra permite
retratar a la situación de cierta juventud que, al revés de ser
carenciada, ha sido privilegiada por padres que se arreglaron para
darles mucho acceso a la cultura. En el caso de las estas tres
hermanas, sus padres han muerto en un accidente automovilístico,
aunque no se aclara mucho cómo, si estaban borrachos o si se
salieron del camino. Simplemente no se dice una palabra sobre eso.
Las
tres son muy lectoras...
V.C.:
Sí, pero por las características que tenían sus padres, por la
total libertad dada los hijos, han hecho un ejercicio de lectura
acumulativa, sin mucho orden ni concierto. Irina, por ejemplo, que en
la obra de Chejov es un personaje en cierto modo etéreo, es la
jovencita protegida por las otras dos hermanas, y es la que más
quiere ir a Moscú porque es la que menos la recuerda, acá es
terrible, y ha leído, ella misma lo cuenta, autores como Poe, Kafka
y Sade cuando tenía 6 o 7 años.
También
está el hermano Andrei, otro personaje muy particular.
V.C.:
Andrei cree ser escritor, y de hecho se pasa durante los tres años
tratando de empezar una novela. Está de novio con Janine, que es
como la antinomia de las tres hermanas y de toda la finura y el
refinamiento cultural de la casa. Ella es torpe y tonta, pero llena
de vida, y es gestadora interminable de hijos. Y por último aparece
George, que es un ser que viene del afuera, al igual que el teniente
Vershinin de Las tres hermanas. George va a tener un romance
secreto con Masha y es el que se va en el tercer acto... pero en
lugar de irse al ejército, se va siguiendo a su mujer, que suele
intentar suicidarse. ¡Es así el nivel!
A
la hora de trabajar con el elenco, ¿sos de reescribir los textos? En
este caso, hasta le cambiaste el nombre a la obra...
V.C.:
Estoy acostumbrado a eso, para desgracia de los autores. Pero como
están lejos, algunos, puedo hacerlo sin problemas. Pero no se trata
de corregir, sino de encontrar la forma de que ésto que a mí no se
me hubiera ocurrido, y aplaudo al autor o a la autora por ello, hay
que buscarle la vuelta para llevarlo a la escena. Así que tengo que
vérmelas con los autores, que son los seres más... Yo siempre les
digo, a los autores, cuando los tengo cerca, que cuando viene un
actor y me dice 'mirá, Villa, me está pasando esto', y me propone
algo que no tiene que ver con lo que yo le propuse, yo no me detengo
a pensar que yo soy el director y él es el actor, lo que hago es
tratar de tener la suficiente lejanía, conmigo mismo, como para
entender qué lo que me sugiere es mejor y en todo caso agradecerle
por la propuesta.
¿Qué
tipo de desafío supone hacer un Chejov, o en este caso una
reescritura contemporáneo de uno de sus textos más clásicos?
V.C.:
Es muy difícil hacer Chejov, sobre todo en espacios grandes...
Claro, en la época de Stanislavski había, todavía, y a pesar de
Stanislavski, una cosa declamatoria que hacía que las obras se
proyectaran a fuerza de pulmones, pero con todo lo que cambió el
teatro, ¿verdad?, yo pienso que el teatro funciona muchísimo mejor
en en espacios chicos. Y cuando hablo de espacios chicos no me
refiero al escenario, porque un escenario grande, que tenga
profundidad, me encanta, pero sí que haya un rodeo, semicircular, o
circular, o que haya gradas que permitan estar un poquito encima.
Como espectador me gusta estar cerca, ver esa cara, ese rictus.
El
domingo pasado fuiste espectador de la última función de El
padre, con Julio
Calcagno. ¿Cómo te fue como espectador?
V.C.:
Excelente. Estaba lleno El Galpón. Colmado. Y cuando terminó el
espectáculo me emocioné, porque hacía mucho tiempo que no
escuchaba un rugido de aprobación tan intenso. He visto aplausos así
en el ballet, o en la ópera, pero en el teatro es muy difícil
encontrar un aplauso tan fuerte. El de Julio en El padre es un
gran trabajo. Yo no lo veía actuar desde hace mil años, desde la
época de La empresa perdona un momento de locura.
Calcagno
estará reponiendo, en breve, un unipersonal sobre texto de Pavlovski
que había hecho en los años 80. Está también, como vos, de alguna
manera, cerrando círculos... Algo similar a lo que hiciste con
Arturo Ui y ahora con Las tres hermanas de
Chejov...
V.C:
Se podría decir que es como una prolongación de esa sensación que
tuve, ¿no?, de ese deseo quizá cursi de sentir que al dirigir
Arturo Ui cerraba una página de mi vida laboral, y más que laboral,
de mi vida, en el mismo lugar donde empecé, en esa especie de cosa
cíclica que a los hombres nos atrae. Debe ser por eso que la muerte
nos asusta tanto, porque con ella no se cierra ningún círculo.
Fotos: Alexander Laluz
No comments:
Post a Comment