pureza


Hay algo intransferible en haber vivido los discos de Cabrera en tiempo presente. Me refiero a los primeros discos y esa coda final de Fines -ya entrados los 90- con el bonus track de la música de El dirigible, sustancia definitiva y punto máximo de una obra conmovedoramente montevideana, que cala hasta los huesos, que eriza en la sutileza de los arreglos de las canciones como fueron grabadas, pero sobre todo en la mínima expresión de la canción, esa que Fernando Cabrera ha sabido resguardar a lo largo del tiempo. Porque ese minimalismo extremo de la posterior "Viveza", la pureza pura más pura cabreriana, siempre estuvo presente, y vuelvo a la idea de intransferible, porque quienes vivieron (lo que implica escuchar en tiempo presente, en una tarde áspera, de esas que son un adelanto de Navidad, por ejemplo) aquellos primeros discos, seguramente tengan argumentos variados para defender al debut solista de El viento en la cara o el ya nombrado Fines como obras mayores. Lo son. De eso no hay duda.
El viento en la cara, por ejemplo, es una cruda y transparente declaración de principios, un montón de fotos musicales que zurcen un disco inolvidable, de una libertad que en el pop latinoamericano se encuentra excepcionalmente en gemas como Re, de los mexicanos Café Tacuba. Fines, una década después en la discografía de Cabrera, supone la madurez, es la exaltación de un estilo, que tal vez pueda condensarse (o ilustrarse) en esa canción única en su épica como lo es "La casa de al lado".
¿Qué lugar ocupa el disco El tiempo está después en esta línea de pensamiento? Es ese tipo de páginas que en el conjunto de una obra mayor muestran un engañoso bajo perfil, pero que terminan siendo centrales. En este caso, en el repaso de la primera obra cabreriana, la que nos ocupa, el disco aparecido en 1989 sobresale por dejar registrado el momento en que el cantautor del Paso Molino posiblemente encuentre una definitiva voz propia, tanto en la lírica como en la composición, tanto en el toque de la guitarra como en la configuración de un minimalismo sutil y exacto.
Si bien había escrito en los discos anteriores más de una decena de canciones inolvidables, las que aparecen en El tiempo está después se despojan definitivamente de sonidos que andaban en la vuelta (el sonido Police de Autoblues, por poner un ejemplo) para encontrar una luz absolutamente propia. Y todo esto tiene varias razones, una de ellas sustancial, relacionada con la marca que dejó en Cabrera la fugaz pero explosiva reunión con el maestro Eduardo Mateo, que se resume en algunas particularidades: libertad, experimentación y la determinación de viajar al centro de la canción, dejarse llevar por ella, viajarla, transitarla. Es posible confirmar esta hipótesis, y también desarrollar que el citado el cruce fue un mágico ida y vuelta entre ambos músicos, en la reescucha del disco Mateo & Cabrera así como también en La mosca, disco póstumo de Mateo, obra genial que pardójicamente volvió a aproximar a Mateo a una distorsión pop que le fue transferida -en su caso- por el joven Cabrera. No se reduce solo a esto, porque en lo cabreriano también hay Galemire, hay Darno, hay Estela Magnone y tantas voces y maneras contiguas, pero el toque de guitarra y el sentido rítmico, y la posibilidad de jugar sonidos en la intemperie, son relecturas únicas y magistrales de Mateo.
"Comienza la escuela", "Punto muerto", "La garra del corazón", "El tiempo está después", "Imposibles", "Copiando la lluvia", "Los viajantes". Todas canciones que se han vuelto clásicos y que son inolvidables están en ese disco que ahora, gracias a las idas y vueltas de la industria, vuelve a las disquerías en su formato original. Hay, como en todas las cosas, circunstancias fortuitas que hacen que éste sea el primero de Cabrera reeditado en vinilo: los mencionados El viento en la cara y Fines, por ejemplo, no son originalmente de Orfeo, por lo que en todo caso esperan por una reedición de Ayuí o una licencia a Bizarro u otro sello. De todos modos, es significativo que le haya tocado a El tiempo está después. Porque allí está uno de los probables centros de la máquina del tiempo sonora cabreriana.

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