Actores
y actrices están en los camerinos. En apenas diez minutos se dará
sala y empezará el juego. Roberto Jones se muestra tranquilo. En su
viaje. No es momento de una entrevista larga. Hay que ser preciso.
Por eso, no viene mal una pregunta liviana, aunque no haya nada
superficial en preguntarle a un veterano director de teatro, cinco
minutos antes de un estreno, algo así como “qué estás haciendo
acá”. Es obvio. Por eso es que Jones prefiere responder que “no
tengo la menor idea”, se ríe, y se larga, a toda densidad, con un
monólogo de discípulo chéjoviano y riguroso maestro de ceremonias.
“Estoy haciendo lo que vengo haciendo desde hace muchos años...
jugando. Porque el teatro, el arte dramático, es un juego de
adultos, que te mantiene niño, como aquellas cosas que hacíamos
cuando jugábamos en la calle. ¿Te acordás? Nos creíamos héroes...
Todo ese juego, ese espíritu, es lo que es el teatro, el arte en
general. Para mí es un juego. Y ésto que estoy haciendo es sacarme
el gusto de hacer un Chéjov”.
Roberto,
en su notable carrera como actor, nunca hizo un Chéjov. En
rol de director montó dos veces La gaviota. Pero
tenía, acaso, una deuda pendiente con El jardín de los
cerezos. Una de las cosas más
bellas que vio en su vida (con esas palabras), fue una puesta en
escena de “el jardín”, año 1969, en El Circular, con dirección
de Omar Grasso y en el elenco recuerda que estaban, “maravillosos”,
Nelly Goitiño y Berto Fontana. “Honestamente” -dice- “yo
no puedo hacer cosas tan bellas como la que vi esa noche, pero
estudiando a fondo la obra me di cuenta de algo, y ahí es donde
aparece mi interpretación. Me di cuenta que el protagonismo de la
obra no está en ningún personaje, porque el protagonista es el
propio jardín de cerezos”. Jones tomó entonces la decisión de
practicar una cuidadosa cirugía al texto: centró aún más la
tensión en el jardín y dejó solo 8 personajes que influyen
directamente o que se dejan influir por el tema. De la puesta
original de 14 actores y un tiempo estimado de dos horas y media,
Viaje al jardín de los cerezos se
concentra en 8 y en un juego teatral de poco más de una hora. “Me
hicieron una muy buena traducción del ruso, del texto original, y
después corté enteras, porque las versiones que andan en la vuelta
estaban cortadas parejo. En mi versión, en las escenas que quedaron,
todos los personajes dicen el texto tal cual lo escribió
originalmente Chéjov”.
¿Cómo
es el “juego Chéjov”?, le pregunto, y la cosa amenaza con subir
la densidad aunque se agote el tiempo. Mientras sigue hablando,
caminamos con paso decidido hacia los camerinos. “Jugar con Chéjov
es el desafío más grande que se puede tener, porque es el
dramaturgo que revolucionó el arte dramático”, dice Jones.
“Después de él ya nunca más se pudo escribir sin estar teñido
por lo que hizo. Los actores ya no pudieron actuar sobreactuando, que
es lo que a él le molestaba, sobre todo en el expresionismo y en
todo ese teatro romántico que detestaba. Él escribía pensando en
lo que el personaje sentía. Esa fue su novedad. Fue el creador del
realismo psicológico y del método de acción indirecta, del
subtexto. A partir de él deja importar lo que se dice, porque lo que
más importa es descubrir por qué se dice, desde qué estado de
ánimo se dice. Chéjov es como una bisagra; un antes y un después
en el teatro... Para hacerlo bien hay que hacer mucha mesa. Hay que
estudiar mucho. Hay que buscar lo que llamamos la partitura, o sea la
cantidad de unidades dramáticas, estudiarlas una por una, estudiar
los personajes, memorizar, y poco a poco va bajando hacia el corazón,
y se empieza a sentir”.
Llegamos
al camerino. Serán las últimas palabras. Ya terminó también el
momento de las fotos. “Lo que vas a ver es una concentración de
Chéjov”, resume Jones. “Todo esto me hizo muy feliz, sobre todo
por poder aplicar el método con un elenco bárbaro, con cuatro
veteranos y cuatro jóvenes... Y bueno, ¿están prontos para
salir?”.
Reportaje fotográfico de Alexander Laluz. Texto: G.P.
Reportaje fotográfico de Alexander Laluz. Texto: G.P.
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