La
noticia no es que el Museo Nacional de Artes Visuales abra una de sus
salas a una artista joven, en este caso Elián Stolarsky,
montevideana nacida en el año 1990. La relevancia de la exposición
Y
todos los otros radica
en la oportunidad de darle un espacio mayor a una de las autorías
más sólidas del arte uruguayo actual. Eso lo sabe muy bien el
director del Museo, Enrique Aguerre; lo sabe la curadora María
Eugenia Grau y lo saben quienes vienen siguiendo con atención la
carrera de Stolarsky. Aguerre hizo lo que tenía que hacer: no dudó
y le cedió un espacio difícil y al mismo tiempo desafiante, la sala
4 del museo, con la certeza de que la joven artista compondría una
secuencia, un relato, con obras recientes y con su talento para
abordar diferentes técnicas y formatos. Porque Stolarsky, también
se sabe, puede jugar en grandes dimensiones (así lo demuestran los
textiles que abren el recorrido de Y
todos los otros),
o en la sutileza de un trazo (esto es visible en cada una de las
ilustraciones hechas en grafito sobre papel que cuelgan de una de las
paredes laterales).
El
primer impacto de Y
todos los otros,
exposición de imprescindible visita, radica en constatar la
habilidad y refinamiento técnico de Stolarsky. Pero ésta también
viene a ser una mirada superficial, o tal vez un mero punto de
partida al acercarse a su obra, porque los grandes impactos llegarán
por el tema, por el abordaje de Stolarsky realiza sobre la memoria
del holocausto judío, y por la manera en que su mirada genera una
poética extraña y perturbadora. Las obras están ahí, colgadas,
exhibiendo una escurridiza figuración, para que el espectador
encuentre (o no) un punto de vista contemporáneo, y en cierta medida
trágico, consciente de que la memoria se escabulle, generación tras
generación, y se vuelve inapresable.
Fuera
de foco
Una
serie de grandes textiles aparece en una de las paredes de la sala 4,
al comienzo del recorrido. Es difícil hacer foco en ellos a corta
distancia. El impacto ocurrirá unos minutos más tarde, cuando se
circule del otro lado del pozo de aire, y a la distancia impresionen
y den cuenta de presencias una serie de cuerpos más o menos
sonámbulos, clandestinos, golpeados. Las imágenes, antes difusas,
se logran ver con cierta claridad. Pero al tiempo que se afina la
mirada, otra vez se vuelve borroso, como si la memoria se escapara y
las imágenes no pudieran retenerse.
"El
diseño expositivo, realizado conjuntamente con María Eugenia, tiene
mucho que ver con las posibilidades de la sala 4, que sirven como una
extensión física de una postura filosófica/vital", explica
Stolarsky. "Está la posibilidad de ver de cerca, al punto de
estar inmersos en obras que son cuasi telones de teatro; pero también
la posibilidad de una perspectiva, que la da un gran vacío central,
donde se ven por fin las imágenes y donde el tapiz deviene casi
pintura. La perspectiva otorga entonces el sentido... Soy como
tercera o cuarta generación; soy quien puede ser, quien puede tomar
distancia, elegir, hablar".
Stolarsky
se larga hablar de la confección de esa serie de textiles, hechos y
rehechos en Gante, Bélgica, durante los días en que preparaba su
maestría en el KASK Conservatorium. Utilizó telas que provienen de
un mercado turco en Gante, de otro mercado en Madrid, y también ropa
de la familia. "Los tapices son paisajes de guerra. Testigos
mudos que perpetúan aquel vacío que se hereda pero se vuelve
presente en tanto no podamos asimilarlo. Los cosía a mano, en el
piso. La decisión de la paleta de colores refiera al momento
presente de diálogo con el material. El diseño, surge a partir de
bocetos a lápiz de fotos de guerra “reales”, como los dibujos
que se muestran en la línea del fondo".
La
línea del fondo
Así
elige llamar la artista, con cuidada literalidad, a la serie de
pequeños dibujos hechos a grafito que conforman una extensa
secuencia. Es una línea, puede leerse un relato, pero nuevamente de
imágenes esquivas que al tiempo que dejan entrever una escena
violenta se vuelven inmediatamente figuras inintelegibles. Los
dibujos de la "línea del fondo" son una selección de unos
450 que realizó la artista durante un año. Todos a partir de
fotografías reales, tomadas de Internet, o de libros. Todos refieren
a escenas de guerras ocurridas a lo largo del siglo veinte.
"Día
a día me enfrentaba a imágenes horribles, y con el lápiz las
descomponía para volverlas a armar. Digerir para continuar. El
emprender esta obra me generó preguntas sobre cómo archivamos o
elaboramos el relato del recuerdo, de la memoria. Preguntas sobre qué
deseo retratar y por qué. Siento que a través de mis dibujos
adapto, a un formato estándar y cuadrado, de polaroid o cuasi
fílmico, a todas las guerras, a todos los muertos, a toda una época
occidentalizada. Hay una repetición agotadora, que se nota al
acercarnos, ya que de lejos, es solo una línea horizonte. Hay una
necesidad en la insistencia de las rayas que se superponen saturando
el grano de la hoja y llevando la mano entre grises casi negros y
blancos".
Cuando
se le pregunta a Stolarsky sobre qué es lo que conecta estos dibujos
con los textiles, dice que "es el mismo exorcismo", y pasa
a explicar inmediatamente por qué decidió nombrar a esta "línea
del fondo" con el nombre de Paisajes
heredados.
"La herradura de dibujos no pretende mostrar un tiempo
cronológico, sino un posible escenario que viene a ser la sumatoria
de todas las guerras que pude retratar. Es un caos que sucede sin
comienzo, desarrollo ni fin. La mezcla de mi memoria y la de mi
familia cercana. De una imagen se pasa a la otra, sin jerarquía. Es
un tiempo congelado, que empieza y termina porque sí... Un tiempo
eterno, como la animación que se repite en loop hasta el cansancio
en la pared opuesta".
Hay
una tercera pared en el recorrido de la muestra de Elián Stolarsky,
que es corredor desde donde observar los textiles y es también lugar
de recogimiento para leer unos textos sueltos, de refinada poética.
Es también territorio para apreciar una serie de telas cosidas a
mano, de pequeño formato, en su mayoría rostros intervenidos,
desfigurados, amputados, todos ellos basados en fotografías de
heridos de la Primera Guerra Mundial. "La tela me permitió
rearmar esos mapas del horror, en imágenes que se definen y
desdibujan", dice Stolarsky. Pero ante todo, esas imágenes
sirven de antesala a la cuarta pared, a un lugar donde espera al
espectador una última y reveladora sorpresa: los dibujos, vueltos
secuencia, al borde del grabado, construyen pequeñas animaciones en
las que -otra vez- la memoria se vuelve inapresable y la figuración
se escurre pese a toda resistencia y voluntad.
"Estudié
animación, solo que hasta ahora no la había sabido integrar como
herramienta a mi quehacer artístico. Utilicé imágenes de
filmaciones caseras inmediatamente previas al estallido de la segunda
guerra mundial y sus medidas de exterminio. Aquel momento del que
elijo tan solo siete segundos, se vuelve relevante por cómo sabemos
que la historia termina... Un abuelo que juega con sus nietos en
Checoslovaquia es una acción que por su contexto se vuelve
dramática. Y el proceso de las animación: tallado sobre metacrilato
de cada fotograma, impresión tradicional de los mismos, escaneo y
edición en video de los noventa y siete grabados escaneados, implica
un tiempo y una vuelta a la tradición que también aporta otro nivel
de sentido a la obra: las rayas como tejidos, la repetición y sus
leves cambios nuevamente, lo compulsivo, la acumulación. Es parte
del leit motiv de toda la exposición".
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 06/2018. Fotos: Eduardo Baldizán))
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