El primer impulso fue titular este artículo “Canon oriental”. Esto implicaba hacer una minuciosa descripción del formato elegido de la publicación Panorama (concepto tan amigable como
políticamente correcto) y vincularlo con la posmoderna serie Art
Now de Taschen, a nivel de
resolución gráfica y de listado alfabético, entre otros ítems.
Contar, por ejemplo, que cinco especialistas en arte contemporáneo
(todos ellos con práctica intensa de curaduría en los últimos diez
años) fueron invitados a listar 100 artistas cada uno (la única
premisa fue que los artistas preseleccionados estuvieran vivos y en
actividad), y que en una segunda y posterior instancia Rulfo
(coordinador del Subte y director del proyecto) se encargó de armar
una “selección fría”, de consenso, sin abrir discusiones, con
la idea de “evitar tácticas de negociación”.
Vuelvo
a lo de “canon oriental”, a la intención primaria de este
artículo, que llevaría, desde luego, a citar la polémica que en el
campo literario internacional provocó el crítico Harold Bloom hace
un par de décadas, para luego mencionar –al
pasar–
la ausencia de al menos dos artistas (Cecilia Vignolo y Ricardo
Lanzarini), que no deberían faltar en una lista de 100 (la del
presente Panorama) ni
en una de 50, incluso arriesgaría en una de 20, y que al escaparse
de fríos consensos curatoriales estadísticos dejan en evidencia los
enormes agujeros (posibles errores) de un sistema tan limpio y
transparente de selección que tiende a privilegiar lo promedial, lo
aceptado (aceptable). Aun así, el listado de Panorama
canoniza a artistas que seguramente quedarían fuera de otras miradas
o planteos enciclopedistas, y esto sucede en parte porque los
especialistas invitados tienen en común –de
acuerdo a sus trayectorias curatoriales–
ciertas miradas de riesgo sobre lo contemporáneo y cierto gusto por
artistas y prácticas no convencionales. Con matices, por supuesto, y
con el previsible buen tino de Rulfo al convocar miradas que le
permitieran ese sesgo y al mismo tiempo listaran un “panorama”
más o menos equilibrado en cuanto a generaciones, estéticas y
lenguajes. No es menor el hecho de que la publicación se hace desde
lo público, con fondos de la Intendencia de Montevideo, por lo que
no se puede esconder su condición de “oficial”, lo que aumenta
el grado de canon respecto a otras selecciones, por ejemplo la
financiada por Compañía de Oriente años atrás y que tuvo una
mirada un tanto más alternativa.
El
título de esta nota definitivamente no fue “Canon oriental”
porque así se titula la reseña publicada en La Diaria
hace algunas semanas, con firma de Riccardo Boglione, que profundiza
en forma también fría y minuciosa sobre casi todo lo antedicho (él
coincide también en las ausencias de Vignolo y Lanzarini, en la cita
a Bloom, entre otras líneas de reflexión). Luego de la sorpresa de
tantas coincidencias con Boglione, hasta en el tentativo título, y
ante lo absurdo de seguir el mismo camino de pensamiento estando
escrita su nota, una opción más que tentadora parece ser la de
abandonar toda frialdad (¿objetividad crítica?), para dejar paso a
una posible taxonomía de lectores del libro Panorama.
Los
que no suelen visitar galerías, museos y exposiciones, no siguen con
atención las páginas culturales de los medios y no pasaron
medianamente cerca de muestras colectivas como el Salón Nacional (o
sea, una gran mayoría si nos atenemos a cualquier dato de
consumidores de arte) tienen la posibilidad de acercarse a un más
que atractivo panorama. La publicación es para este tipo de lector
un libro-objeto finísimo, que al igual que los Art Now y
otros catálogos de Taschen permite ponerse al día, conocer,
vincular nombres con estéticas e incluso percibir lo colorido y
variopinto del arte contemporáneo local. Se enterará de que Dani
Umpi hace collages, de que el economista Ricardo Pascale goza de un
alto prestigio como escultor, y se preguntará por qué no está en
la lista Pablo Atchugarry, si también es escultor y en su caso
–además
de mediático y puntaesteño–
es hermano del exministro de Economía y Finanzas Alejandro
Atchugarry. Descubrirá que Marco Maggi es hijo de Carlos Maggi y que
parece ser un artista de relevancia internacional. Se sentirá
seguramente más cómodo admirando a pintores y fotógrafos, a lo más
figurativo de la selección, a las caricaturas de Ombú, y no
entenderá qué tienen de arte las producciones de nombres que nunca
escuchó antes, como los de Javier Abreu, Tamara Cubas, Vladimir
Muhvich o Ernesto Rizzo. No se sienta raro: hay gente muy honorable
–artistas
e intelectuales, algunos de ellos con estudios en historia del arte y
estética–
que tienen dudas similares a las suyas. Es, en todo caso, el eterno
debate en torno al arte en los últimos 60 años, y recomiendo la
lectura complementaria (si se quiere profundizar en el tema) del
libro Sobre el arte contemporáneo,
de César Aira.
Para
los que están más o menos al día, o por lo menos visitan
ocasionalmente salas de exposiciones, ofrece
–además
de la eficacia del libro como objeto–
todo lo lúdico de comprobar que lo que uno ha visto o presenciado,
le gusta o no le gusta, le dio o no importancia artística, cuenta o
no con el prestigio del canon de Rulfo y sus cinco curadores. En
pocas palabras, que “existe” en el canon, o simplemente no
existe. De todos modos, para este tipo de lectores se aconseja un
primer recorrido más o menos emocional, para comprobar la dimensión
de catálogo que adquiere el volumen publicado por el Subte. Porque
buena parte de lo que aparece en Panorama (me
refiero a las imágenes, a obra pura y dura) coincide con los mejores
momentos del arte contemporáneo local. Ni más ni menos. Esto lleva
a una lectura con cierto déjà vu que
está más allá de todo consenso y que expresa un fuerte sesgo
subjetivo.
Panorama empieza con todo, con la A de Abreu y su pop político de El Empleado del Mes, para luego seguir con los Punk champions de Aguirre dibujados en lapicera Bic. Va de la A a la Z del fotógrafo Álvaro Zinno. No da pausa. Cada artista aprovecha las cuatro páginas destinadas a exponer sus trabajos. Hay mucho por reconocer y por redescubrir. Hay mucho también para sorprenderse. Hay, ya se dijo, ausencias. Y bastante notorias. Pese a algunos reparos, Panorama cumple con ser un libro-objeto de excelente calidad y con una consistente idea curatorial. Es una mirada sobre el arte uruguayo hoy. De eso no hay duda. Y aparecen decenas de artistas que desbordan talento y creaciones de alto impacto.
Hay
otros posibles lectores. No debe olvidarse a los especializados,
sobre todo a los extranjeros, que pueden encontrar en Panorama
una edición que faltaba y que
suma en el debate y en la difusión de artistas uruguayos fuera de
fronteras. Y también están los propios artistas, pero para ellos la
reacción puede simplificarse al hecho tan banal de estar o no estar,
que no debe confundirse con ser o no ser. Está, por ejemplo, el caso
de Julia Castagno, que resultó seleccionada y optó por no ser
incluida. En cuanto a la portada, es otro de los aciertos: promedio y
consenso puro, es indiscutible la presencia de una imagen de Ernesto
Vila.
Recorrido personal
1.
Este es el territorio que habito,
de Paola Monzillo. Año 2013.
La psicogeografía, los mapas, los territorios. La reflexión sobre
recorridos emocionales y subjetivos. La percepción política de la
representación. Paola Monzillo muestra en esta obra una poética
potente y de gran acierto conceptual. Esta obra se presentó por
primera vez en el Subte. Otros autores, como Yamandú Canosa y
Juliana Rosales, indagan en caminos similares.
2.
Países sin tiempo para la memoria,
de Jorge Soto. Año 2014.
Instalación
net-art fue
seleccionada en el Salón Nacional 2014. Ciento noventa y tres
contadores detallan la cantidad de segundos entre la desaparición de
personas durante la dictadura y el instante de visualización de la
obra. Hay algunos números fijos, estáticos, que representan a los
niños restituidos a sus familias y a los detenidos políticos cuyos
restos fueron encontrados.
3.
Retrato, de Teresa
Puppo. Año 2002.
Rostros deformes, compuestos por superposición de fotografías de la
artista en distintos momentos de su vida, dieron como resultado esta
obra que, según la propia Puppo, debió llamarse “Intento de
retrato”. Un autorretrato que cuestiona el pasaje del tiempo y
confirma la imposibilidad del intento de detenerlo o de fijarlo en
una imagen.
4. S/T, de Fernando López Lage. Año 2014.
Ese asunto con el color. Porro, Velazco, Sabella, Umpi, Uría, Abreu y Sáez –todos artistas seleccionados en Panorama– manejan una paleta fuerte, muy lejos de la cromática torresgarciana. Más allá de si pintan, fotografían o practican arte conceptual, todos vienen de la escuela de López Lage.
5 La tacita de plata, de
Alfredo Ghierra. Año 1996.
Uno de los primeros y más potentes
dibujos de Ghierra, data de mediados de la década de 1990 y esboza
–en
su detalle e imaginería–
la reflexión sobre la ciudad, centro de la obra de un artista que
dejó por un momento el lápiz y los grafos para dedicarse al
desarrollo de la intervención de arte político Ghierra
Intendente.
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