Los ojos de una ciudad china me sigue dando satisfacciones variadas. Un amigo me dijo que después de
leerla decidió guardarla, en su biblioteca personal, entre dos de
sus libros más queridos: Neuromante de
William Gibson y Tokio ya no nos quiere de
Ray Loriga. Otra de las satisfacciones la tendré el próximo
viernes 27 de enero, cuando toque presentarla en Punta del Este, acompañado por
el amigo Rafael Courtousie.
Es posible que en la Azotea de Haedo nos pongamos sensibleros y
empecemos a contar algunas historias que se remontan a tiempos
antiquísimos... No quiero aburrirlos, pero en el top ten
guardo una escena, de un
viaje de vuelta de Madrid.
Durante todo el viaje, en primera clase, en
Pluna, todo pago por Casa de
América a propósito de un
surrealista "congreso de literatura uruguaya" una semana
antes de Navidad, cada media
hora Rafa despertaba literalmente a otro escritor
que estaba sentado
unos asientos más atrás.
Impostaba la voz, imitando a
un miembro de la tripulación:
"Pasajero Hamed. Es urgente. Pasajero Hamed, lo llaman de
Estocolmo por un asunto relacionado con el Nobel de Literatura.
Diríjase a la cabina,
por favor". Y se callaba. Como una pesadilla, Rafa
volvía al rato con un nuevo
ataque, agregando personajes, poniéndole más detalles
a la historia. No paró hasta Montevideo. (No
había muchos otros pasajeros y las azafatas no paraban de servirnos
whisky). Amir
Hamed se hacía el dormido, el que no nos conocía.
La chanza había nacido en un polémico partido de
pool en la residencia donde estuvimos alojados. En ese mismo viaje
salí de compras con Henry Trujillo (él buscaba un perfume para una de sus tías, algo así), Sofi Richero intentaba viajar a Toledo pero
siempre se despertaba después de las dos de la tarde, y pude
escaparme de la literatura para entrevistar a la divina Alaska.
Pero
quería, en este post,
escribir de otra cosa, que
refiere en algún momento a Rafa.
Quería contarles
algo relativo a lo de "novela coral", relativo a Los
ojos de una ciudad china y a
ciertas historias que me
fueron llevando a la construcción de esa novela. Yo
tendría quince años, o dieciséis, cuando le comenté a un amigo
punkie de un libro que había visto y quería leer porque
-seguramente- me había enamorado de la chica de la tapa. Era la
biografía de Edie. Pero salía muy cara.
Imposible. A los dos días, el pibe se apareció por
el liceo con el libro. Me lo
regaló. Lo robó para que yo lo leyera. El libro me voló la cabeza.
La historia la contaban sus amigos, sus enemigos, entre ellos Andy
Warhol, en un relato coral que me pareció revelador, genial, la
mejor manera de conocer una historia a través del testimonio de los
otros. Me reencontré, tiempo
después, con lo coral,
en una novela de Bret Easton
Ellis, en Las leyes de la atracción. Y
después en otra novela, Por favor rebobinar de
Alberto Fuguet. Volví a
maravillarme.
Hice mi primer
intento de novela coral, pos La cura,
en un borrador que nunca terminé con el nombre tentativo de Algo
desagradable. Hice otros
intentos, en plan no ficción, con un proyecto biográfico sobre El
Cuarteto de Nos, del
que hice toda la investigación previa, e incluso hay una editorial
que sigue interesada, pero nunca lo empecé. La idea era contar la
historia del grupo sin entrevistarlos a ellos. Que los otros
hablaran. Otro proyecto abortado de no ficción, que todavía tengo
en posible, es el de contar la historia de Movimiento Sexy. Pero ese
ya empezó a enredarse con las lecturas de Bolaño, del gran Roberto
Bolaño, que me volvió a provocar igual que lo hizo Edie
y muchos años después el
diario oral del punk, el genial Please kill me,
y todo derivó a
por qué no contar de ese modo la épica del punk montevideano (y
pandense). Proyectos. Proyectos inconclusos. Dilemas. Pero Bolaño, siempre
Bolaño, me inquietaba
en la posibilidad de cruzar ficción y no ficción.
Hay un
antecedente de todo esto que no quiero olvidar, en otro proyecto abortado,
que data de 1999, por ahí:
el de hacer una novela a dos voces, con Gustavo Escanlar. Nos
convencimos de que se
podía hacer algo bueno y le presentamos la idea a un sitio de
internet, que se llamaba El Sitio y tenía la oficina en un edificio
muy cool de
Plaza Independencia. Cada uno escribiría desde un personaje y
publicaríamos alternadamente un texto por día. No logramos
convencer al Gerente de Contenidos. La reunión fue
un poco desagradable, desalentadora. En esa primavera eufórica de las punto com y los
primeros chateos, intenté luego convencer a varios escritores amigos de otras ciudades para armar una
historia coral. Nunca pasé
del proyecto. Hasta que en la revista Freeway,
y eso fue por el 2008,
logré finalmente armar una derivación de esos tantos proyectos: una edición
dedicada a María Zauber, un personaje que deriva de otra historia
bolañesca (la de Los Suicidas; de hecho María es hija del cantante
Ulises Luna, cosas de las que uno se entera en Los ojos de una ciudad china), de quien boceté un par de líneas biográficas que
fueron seguidas y exploradas por casi todos los columnistas y
colaboradores de la revista (entre ellos Natalia Mardero, Patricia
Turnes, Magela Ferrero, Pedro Dalton, Dani Umpi) y algunos invitados
(Sylvia Meyer, por ejemplo, que le dio el final y el corte trágico a
la novela colectiva que nos mandamos).
La novela de María Zauber no es una novela formal, pero la considero
una obra muy personal, más allá de que fue un hecho colectivo. Una
novela de editor. Una novela en formato revista. Se rompen muchos
límites ahí. Pero, y sobre todo, me dio toda la energía para
abordar otros proyectos...
Y ahí es que entra Rafa Courtoisie, que de estas
historias conoce unas cuantas y me alentó una y otra vez a largarme
a escribir y dejarme de dar vueltas. Una mañana lo llamé y lo invité a un proyecto en
común, de novela coral, post Zauber, similar en algún punto a lo
que habíamos ideado con el Cabeza Escanlar. Se interesó, pero fue sincero.
Él estaba en la mitad de El ombligo del cielo
y no quería distraerse. "Si querés empezá vos, y después
vemos". La próxima vez que volvimos a hablar yo había escrito
los dos primeros meses de Shanghai,
lo que significa las dos terceras parte de Los ojos de una
ciudad china. Fue, eso sí, uno
de los primeros lectores. Después pasaron muchas otras cosas, hasta
que la novela se publicó en papel, hace apenas unos meses.
No
sé si el viernes hablaremos de todo esto, o derivaremos a otras
historias. Pero, por las
dudas, dejo registro sobre lo coral, que es ni más ni menos una
obsesión personal que se remonta a treinta años atrás... por lo que mi ejemplar de Los ojos de una ciudad china debería guardarlo entre la biografía de Edie Sedgwick y la edición de bolsillo, roja, de Anagrama, de Los detectives salvajes. El gran problema es que alguien me robó, hace mucho tiempo, el libro de la divina Edie...
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