A la
coreógrafa y bailarina Andrea Arobba le atraen los desafíos.
Después de los montajes de El azar y la necesidad, en la sala
Zavala Muniz, y de Historia natural de la belleza, en la sala
principal del Solís, decidió volver a transitar y a investigar la
relación entre arte y ciencia. Para la creación de Big Bang
buscó además una disolución de las fronteras entre música y
performance, con una trama sonora que toma lugar en vivo y sobre el
escenario, creada especialmente por los músicos y bailarines con la
colaboración de Pablo Casacuberta. El proceso tuvo un singular
punto cero: una semana de exploración en el Instituto Nacional
de Artes Escénicas (INAE), donde los artistas contaron con la visita
del físico Ernesto Blanco y del experto en robótica Álvaro
Cassinelli, quienes explicaron a los participantes procesos físicos
complejos y ayudaron a concebir movimientos escénicos que tomasen
como punto de partida la estructura básica de la materia.
Acto
1 (INAE)
El
espacio del INAE, en la calle Zabala, es un lugar ideal para trabajos
de investigación. Andrea Arobba realizó allí el big bang del
proceso de su nuevo espectáculo, en un formato de seminario, con una
mesa de trabajo que tuvo como protagonistas a los científicos Blanco
y Cassinelli, a los que se sumó el aporte de Casacuberta como
aficionado a la neurofisiología. La otra parte del trabajo consistió
en lanzarse a la improvisación, a partir de consignas teóricas y de
interpretaciones –desde el cuerpo y la materia artística– de
conceptos relacionados con la robótica y la física. Fue una semana
intensa que sentó las bases de Big Bang. “Ellos tres
hicieron el marco más teórico”, recuerda Arobba. “Se partió
desde el cero, desde la partícula, para plantearse reflexiones sobre
por qué estamos acá, y ese tipo de cuestionamientos... El equipo
vivió tres días de teoría, muy intensos; el vestuarista, la
iluminadora, los bailarines, los músicos, todos teniendo el mismo
punto de partida, una situación ideal para viajar hacia el mismo
lugar con la misma información”.
En esa
primera semana de trabajo se habló de partículas, de vectores, de
simetrías, conceptos con los que suele trabajar la ciencia y que no
son para nada ajenos para quienes utilizan el cuerpo en la escena.
Estos signos paralelos hicieron más fascinante el intercambio entre
científicos y creadores. “En realidad, cuando llegaron y empezaron
a plantear ideas sobre la física cuántica, sobre cómo se salta de
una cosa a la otra, por ejemplo, es algo que en la danza lo hacemos
todo el tiempo, sólo que a veces no lo ponemos en palabras”. La
teoría, según Arobba, permitió contagiar ideas al equipo y generar
herramientas para, en los dos días restantes en el INAE, dedicarse
por entero a la improvisación. Luego vinieron dos meses en los que
se terminó de armar el montaje de Big Bang, un febril trabajo
previo al estreno en el principal escenario del Solís.
Una de
las definiciones de Big Bang es la de plantearse como un
“concierto de danza contemporánea”. De alguna manera es una
apuesta diferente, a un sentido decididamente performático. Si en
Historia natural de la belleza Arobba delegó en Casacuberta
la creación musical, mediante una banda sonora con una estructura
más tradicional, en este nuevo espectáculo la decisión de tocar en
vivo, con momentos de improvisación y de desvíos sonoros, imprimen
otro estado a la construcción escénica. “La idea de llamarle
‘concierto’ se relaciona con una búsqueda de un abordaje más
integrado e interdisciplinario de lo escénico”, señala Arobba.
“No quería que hubiera unas personas que el público identificara
como músicos y otras como bailarines. Me parecía que si el
espectáculo se planteaba como un concierto de danza se produciría
en el público una especie de desorientación sana, que le permitiera
a la gente acompañarnos desde un lugar más abierto a una
experiencia nueva”.
***
¿Por
qué elegiste una inspiración científica para la creación de Big
Bang?
AA:
Esta obra forma parte de una secuencia de obras que hemos venido
creando, en las que el punto de partida incluye aspectos materiales
de la realidad. Si bien a primera vista uno interpretaría estos
aspectos como distantes de nuestra experiencia inmediata, se exploran
de tal forma que la experiencia resulta muy intensa e íntima. Estos
espectáculos funcionan como recordatorios de que uno está vivo y
forma parte de un ecosistema, de un mundo, de un universo.
Reconocerse como un ser material puede ser una de las experiencias
más emocionantes que pueden concebirse. Es como cobrar conciencia de
golpe de cuál es nuestro origen.
¿Qué
tipo de decisiones debiste tomar, luego del período de
improvisaciones, a la hora de definir/editar lo que el espectador
verá en escena?
AA:
Siempre mi metodología es explorar desde la improvisación. Dejar
que el inconsciente de muchas personas interactuando juntas proponga
caminos inexplorados. Y luego someter esa especie de catarata de
asociaciones a un proceso de edición y de construcción escénica.
Convertir esas muchas decenas de horas de indagación en un solo
espectáculo compacto y contundente, que constituya para el público
una auténtica experiencia removedora. Para decidir qué elementos
quedan en la narrativa final hay que estar allí, conocer a los
intérpretes y ser capaz de mirar ese proceso desde dentro y desde
fuera a la vez. Es un reto. Pero es también la esencia de mi
trabajo.
En
Historia natural de la belleza ya mostrabas un interés por
montar espectáculos grandes, en una línea diferentes de las
“investigaciones” y laboratorio habituales en la danza
contemporánea... Y ahora volvés al Solís con Big Bang.
Hay un
proceso de profundización en ciertas temáticas. Hay también, en el
diseño de estos espectáculos, una disposición a abrazar las
dimensiones y la aspiración de la sala. El Teatro Solís es un
espacio con una enorme significación histórica, y el propio
contexto en el que toma lugar la escena invita a presentar propuestas
que tengan cierta escala. La danza contemporánea puede tener
distintos ámbitos, todos ellos muy válidos. A veces un espacio
experimental es el mejor contexto para ciertas propuestas. Pero una
sala multitudinaria, como el Teatro Solís, constituye una
oportunidad para acceder a nuevos públicos y para mezclar en una
misma instancia centenares de mentalidades distintas. Es por eso que
en este contexto siento que debo ofrecer un espectáculo que movilice
y logre generar un sentido de comunión en muchísimas personas al
mismo tiempo. Para eso debo valerme de todos los recursos escénicos
a mi alcance.
¿Qué
es lo que pasa en la escena de Big Bang? ¿Por qué se habla
en la comunicación de “una desaforada y desarticulada pieza de
danza”?
Hay una
frase científica que a nosotros nos gusta mucho y que dice: “Un
todo es más libre que sus partes”. La belleza del orden que uno ve
en el universo a veces nos hace olvidar que cada una de las
partículas que lo integran no tiene la menor idea de lo que está
haciendo. Es en el conjunto de muchas interacciones aleatorias donde
se presenta de pronto un sistema en armonía. La obra celebra eso, y
lo hace de un modo explosivo e intenso, lo que ocasionalmente resulta
tan humorístico como dramático.
Acto
3: (El espectáculo)
Los
artistas creadores en escena son Andrés Cototo Cuello, Bruno
Brandolino, Catalina Lans, Celia Hope Simpson, Gianni Penna, Josefina
Díaz, Juan Chao, Juan Miguel Ibarlucea, Laura Rodríguez, Lucía
Gatti, María Pintado, Mario Gulla, Nicolás Parrillo y Santiago
Bone. La música original fue creada durante el proceso por los
artistas, con la colaboración de Pablo Casacuberta. El equipo se
completa con Leticia Skrycky en diseño de iluminación y
escenografía y con Lucía Arobba en vestuario. Big Bang, como
prefiere sintetizar la directora general Andrea Arobba, indaga sobre
nuestro lugar en el mundo, y lo hace poniéndose en el lugar de
personajes que saben apenas un poco más que nada y que buscan con
infatigable entusiasmo alguna pista de lo que se supone que deben
hacer aquí.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 12/2016))
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