Es
un libro, no una novela. Es uno de esos libros que no se sueltan y
que acaso vuelven más que difusos los límites de lo real y la
ficción, también de lo que es permitido contar y de lo que raras
veces aparece en palabras públicas. Es un libro narrado en una
implacable primera persona, la del escribidor, un hermano mayor que
de entrada deja bien claro que si su intención es narrar sobre lo
que pasó, lo que implica exponer a sus padres, a sus otros hermanos,
a sus exparejas, a sus hijos y sobrinos –en definitiva, a su
entorno más cercano– a una reconstrucción en la que no faltan las
pérdidas y los conflictos, el primero que debe exponerse, sin
atajos, sin amagues, sin vueltas, es él, Daniel, que en sus
incursiones en el campo literario tiene antecedentes complicados.
Dejemos este asunto de los antecedentes para un poco más adelante,
por tratarse de una aproximación metaliteraria que se entrelaza con
los libros anteriores de Mella, pero que no parece molestar en lo más
mínimo al lector que llega a El hermano mayor sin preconcepto
alguno.
El
cercano impacto del libro De vidas ajenas, del francés Emmanuel
Carrère, puede disparar algunas ideas que dialogan con El hermano
mayor. El francés, considerado uno de los maestros de la
autoficción, aunque reniegue de ese mote y prefiera decir que
escribe sobre “lo real”, narra en ese libro dos muertes más o
menos cercanas. Se mete en el dolor, en la pérdida, para llegar a
momentos tan duros como luminosos. Mella practica algo similar en su
libro, pero la diferencia es que él está en la primera fila,
mientras que Carrère oficia de voyeur de circunstancias que le
suceden, mayormente, a otros: las víctimas son una niña a la que no
conoce directamente (en una playa, singular conexión con la muerte
del hermano de Mella) y su cuñada que muere de cáncer. Hay cosas
que parecen imposibles de contar en palabras: la muerte de una
pequeña niña, o la muerte de una madre que tiene hijos pequeños.
Carrère lo logra con un arma difícil de manejar: una aproximación,
al máximo, a lo real. Busca la verdad. Sabe que es imposible. Pero
la encuentra.
Estar
en primera fila, como le sucede a Mella, es posiblemente un poco más
tortuoso. Pudo no escribir nada. Todo indica que no lo pudo contener
y que tenía varios asuntos pendientes que sacar para afuera. Tuvo,
seguramente, la sensación de que su talento como escritor no valdría
nada de no animarse a enfrentar la historia de su hermano, que en
definitiva es la suya propia y la de una familia atravesada por
conflictos más o menos comunes a la vida de la clase media uruguaya
de balneario, no urbana, con la particularidad de cierta peripecia
religiosa y un espíritu aventurero del padre. Son los padres de
Mella que pierden un hijo, y ese es tal vez el punto exacto de lo
terrible de una muerte joven, fuera de la ley natural de que los
padres mueren antes que los hijos. A partir de ahí se arma la
historia, además de circular y dar vueltas sobre los temores
privados de un hermano mayor que tiene hijos pequeños, y es por todo
eso, entonces, que en el libro la que toma mayor cuerpo,
entre las diferentes capas, es la de la paternidad, la de diferentes
crisis que se van espejando y que derivan una y otra vez en la
historia de una muerte que no puede explicarse.
El
libro alcanza momentos muy fuertes, de alta sensibilidad y que
muestran una fina capacidad de observación y la evidente madurez
como escritor de Mella. Es su mejor obra, y es además un libro que
ajusta cuentas con sus libros anteriores, sobre todo con las tres
novelas que escribió en los años 90: Pogo, Derretimiento y
Noviembre. En esta última aparecía un detalle que no es menor y que
supone una de las conexiones entre ambas historias, en ese límite
tantas veces mágico entre lo real y la ficción. Hay en Noviembre la
terrible muerte accidental de un niño, de un hijo, una vuelta
argumental que Mella vuelve a abrir casi 20 años más tarde para
contarnos ciertas historias de las que no se pueden contar fácilmente
y en las que él estuvo involucrado directamente. La honestidad
brutal de Mella alcanza su propia necesidad de escribir, sus padrinos
literarios (el tan querible Ricardo Henry), las historias íntimas con dos exparejas y los durísimos
conflictos con su madre antes y después de la escritura de Pogo.
El
hermano mayor es un libro, no es una novela, como se dijo al
principio. Es uno de esos libros que resultan imprescindibles, tan
duros como luminosos. Y que se meten en el tan necesario territorio
de lo que no se suele contar.
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