Montaje de "Arqueología", de Ibarra. |
La decisión del jurado de otorgar los premios principales a las
obras de Eloísa Ibarra y Fernando Barrios deja en evidencia la
saludable búsqueda –entre los proyectos y obras presentadas y
seleccionadas– de obras con un fuerte discurso contemporáneo.
Desde esta mirada, Arqueología y Extravagancia de Venus
se muestran como obras de este tiempo y lugar, con una visible
coherencia en sus respectivos elementos y conceptos. Poco importa si
trabajan sobre nuevos medios, que en definitiva son herramientas que
se presumen “contemporáneas” si se las mira desde el discurso
conservador, el que sigue presentando una falsa antinomia entre
lenguajes viejos y novedosos.
El código ficcional
La obra de Ibarra, Gran Premio Adquisición, se planta en la
sobriedad museográfica para mostrar una construcción ficcional, un
llamativo caso de arqueología, en el hallazgo de la piedra
esencial del código QR. Es una obra para leer, para descubrir su
propia mitología, dejándose llevar por una narrativa que pone en
entredicho los mecanismos de representación de la cultura y la
ciencia.
“El proceso creativo fue muy caótico”, dice Ibarra y explica que
en un proyecto anterior había trabajado con códigos QR y con el
traductor de Google haciendo traducciones sucesivas a diferentes
idiomas. Esas experiencias la dejaron enganchada con escrituras
antiguas, idiomas olvidados. “Todo eso, unido a otros intereses
personales cultivados en viajes por diferentes países de América
del Sur y luego México, recorriendo sitios arqueológicos y museos y
sintiendo cuánta conexión e información nos falta de las culturas
originarias de nuestro territorio... De alguna manera, esas cosas
enlazan con preocupaciones más cotidianas, como la viralidad de las
noticias falsas que recorren internet, y la duda de cuánto de lo que
se nos presenta en los medios es real o no”.
Una cosa lleva a la otra, fue saliendo la idea y el concepto de
Arqueología, alimentada por el oficio de Ibarra como
diseñadora gráfica, actividad que durante mucho tiempo mantuvo al
margen de la actividad artística. “Tuve que estudiar bastante para
poder recrear las situaciones de las fotografías de la excavación
arqueológica, redactar los textos de las publicaciones, documentar
el estilo gráfico de las notas de prensa de la época”, cuenta la
artista.
Detalle de instalación de Fernando Barrios. |
La automirada
Fernando Barrios construyó en Extravagancia de Venus un altar
kitsch, sumando objetos entre imágenes religiosas, fotos personales,
portaligas, zapatos de taco, preservativos rellenos de papel picado,
luces led, velas, una bala, un aparato dispensador de mantras, una
postal de El origen del mundo de Courbet, pulseras, textos
ploteados, spray dorado, telas, collares, peluca, cartera,
brillantina y el audio del poeta Néstor Perlongher diciendo el poema
Cadáveres. La obra obtuvo el Primer Premio Adquisición y ha
despertado algunas polémicas por lo visceral de su discurso, lo que
viene a corroborar la pertinencia de su montaje y premio en el Salón
Nacional.
Integrante del colectivo de artistas del FAC, Barrios dice
encontrarse en discusión y reflexión permanente en torno al arte
contemporáneo. Desde hace tiempo, además, trabaja la cuestión
queer y decolonial en la École Lacanienne de Psychanalyse, de
la que es miembro. “Son temas que me atraviesan desde diferentes
lugares subjetivos”, explica. “La obra, conceptualmente, gira en
torno a la ilocalizabilidad de la mujer como sujeto político en una
contemporaneidad atravesada por el transfeminismo y al mismo tiempo
por la reiteración de los feminicidios y la mirada decolonial, en
una tensión muy fuerte. Y si bien, cada vez más, sabemos que mujer
y hombre son significantes, performances, ficciones políticas, la
violencia hacia la mujer no cesa de repetirse. La obra no da
respuestas; plantea esa tensión, incomoda. La opción por una
estética neokitsch, el texto Cadáveres de Perlongher y los
textos Preciado, Genet y Audre Lorde, en ese
marco, buscan problematizar la dimensión de los discursos”.
Obras en construcción
* En ambas obras se percibe una reflexión sobre la construcción de
una ficción (explícita en el caso de Ibarra) y de una autoficción
(en el montaje de Barrios). Son relatos que tienen que ver con
debates contemporáneos, con género y representación, con
narrativas ficcionales.
Eloísa Ibarra: Me propuse narrar una historia y tuve en
cuenta muchísimos detalles que sé que no son percibidos por los
espectadores pero los considero necesarios como soporte de la obra.
Es una narración a través de las pruebas documentales expuestas en
la vitrina, al igual que en otro tipo de historias existen
personajes, agentes y situaciones, que son mencionados en los textos
de las diferentes publicaciones. Así aparecen los arqueólogos, el
coleccionista argentino, la casa de subastas de Nueva York, y cada
uno ocupa un rol a lo largo de la historia, pero todo es mencionado
sutilmente, incluido en las imágenes y en los textos de las
publicaciones, diseñadas y envejecidas artesanalmente para que
parezcan reales.
Fernando Barrios: En mi caso la autoficción es más pensada
como genealogía personal subjetiva y colectiva a la vez, ya que
ambas dimensiones se diluyen a la hora de pensar y crear. La idea es
que yo mismo, o cualquiera, puede ser una extravagancia de Venus y es
además, como lo dice el texto impreso que acompaña, un homenaje
tardío e improbable a Venus Stravaganza, personaje trans,
asesinada, del documental Paris is Burning, que habíamos
trabajado con Fabricio Guaragna en el laboratorio de cine del FAC. Y
a todas las mujeres trans asesinadas, claro.
* Otra de las claves de proyectos como los presentados por ambos
artistas reside en el montaje de la instalación, en el impacto
visual, en la habilidad para presentar al espectador posibilidades de
narrar la obra por sí mismo.
Eloísa Ibarra: Hay mucha información en la instalación,
pero no toda es necesaria para comprender la obra. Me interesa que
cada espectador pueda hacer su propia lectura y reconstruir la
narración. Alguno leerá todos los documentos y se meterá más en
la historia, otro apenas mirará las fotos; cada uno tiene diferentes
formas de acercarse a la obra y todas son válidas.
Fernando Barrios: El cuidado es máximo a la hora de elegir
cómo intervenir el esqueleto básico. La mirada de Fernando López
Lage, a quien considero mi maestro, suma y mucho, tanto respecto a
los excesos a los que soy propenso como a los riesgos de caer en
derivas ilustrativas o demasiado obvias y a cuidar el énfasis
conceptual.
Eloísa Ibarra: La instalación narra una historia por medio
de pruebas documentales. Se presentan fotos de la excavación
arqueológica, un plano de situación y notas de prensa que afirman
que en 1968 fue encontrada en el departamento de Cerro Largo una
pieza con pictogramas geométricos. Se exhiben además otros
documentos de la época: libretas con dibujos, fotografías de
estudio, publicaciones en libros y revistas especializadas locales y
extranjeras que la reseñan y hacen referencia a otros objetos y
fragmentos hallados en la región con diseños similares. Los textos
de las publicaciones aseguran que se trata de un código descifrable
de una cultura desconocida y que las piezas se encuentran en manos de
particulares, lo que las vuelve inaccesibles para su estudio, así
como que en excavaciones posteriores no se pudo realizar ningún otro
hallazgo similar.
Fernando Barrios: La dimensión artesanal –exprofeso
deficiente– produjo en mi caso un involucramiento diría matérico,
de mí en tanto materia y de la obra como objeto matérico en su
fisicalidad extraña. Es un cuerpo a cuerpo que me une a ella de una
manera muy particular. Recién luego de hecha caí en la cuenta de
que es una obra que requiere mantenimiento, así que eso me obliga a
visitarla casi cada semana... Pero sospecho que hay otras razones,
más viscerales, que seguro tienen más que ver con la angustia ante
lo expuesto.
Después del montaje
* El Salón ha recibido buenas críticas y también abrió polémicas
variadas en las redes sociales. Lo objetivo es que el jurado planteó
un matiz diferente de anteriores premios, al salirse de la idea de
“panorama” y poner énfasis en una perspectiva curatorial en
sintonía con el llamado arte contemporáneo. Esto llevó a numerosas
sorpresas, a la presencia de muchos nombres nuevos y a un hecho
inédito: es la primera vez que se seleccionan más artistas mujeres
que hombres.
Fernando Barrios: He escuchado a gente del medio decir que hay
un punto de inflexión en este Salón; no lo sé, pero algo parece
haberse movido y eso siempre es buena cosa para no esclerosarnos en
la repetición. A mí, particularmente, me interesa la erosión de
los imaginarios nacionales e identitarios, y creo que hay más de una
obra que apunta en esa dirección. Creo que la inclusión de miradas
no locales, como la de Cuauhtémoc Medina integrando el jurado,
posibilita otros sesgos y salir de la endogamia... Respecto de la
recepción, ha sido buena. También recibí críticas muy viscerales
de gente de la que no lo hubiera creído y que me han hecho pensar
muchas cosas respecto de lo tolerado y lo que no se tolera en este
medio chico y a veces más conservador de lo que se dice. Conservador
respecto de las ideas y conservador en los lenguajes y en ideales de
visualidad coloniales, sin que parezcan advertirlo. Críticas como
basura, pesebre kitsch o mala artesanía son un elogio para una obra
pretendidamente kitsch y decolonial.
Eloísa Ibarra: A mí me sorprendió muchísimo enterarme de
que para varios espectadores mi instalación pasó como un hallazgo
real. Eso era algo que realmente no esperaba... Yo creo, de todos
modos, que se necesita orientar un poco al espectador, darle un punto
de conexión, que si la obra en sí misma no lo logra se puede
orientar con el título, y si con el título no alcanza se puede
agregar una línea de texto... A mí, como espectadora, me gusta
entender la motivación del artista, tener alguna información más,
pero no que me expliquen la obra.
Fernando Barrios: No hablaría de explicación sino de la
necesidad de paratextos que son parte de la obra, en tanto el arte
contemporáneo es el que resigna la posibilidad de discursos
legitimadores a priori o previos. Se pone en evidencia la ilusión de
autonomía del arte, su necesaria dimensión política. El arte que
no necesitaba explicación era el arte religioso, o el arte
ideologizado, panfletario, que servían a otros amos, a otros
megaparatextos más que sustentadores de su legitimidad.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 10/2016))
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