el pequeño milagro de la animación


Hace más de 40 años que la familia Peraza se dedica al oficio del teatro de animación. Ausonia Conde y Javier Peraza, fundadores de Títeres Cachiporra; sus hijos Javier Ernesto Peraza y Primavera Peraza, y sus nietos Martín Peraza y Rodrigo Speranza, los continuadores. Todos ellos son quienes hoy en día integran el colectivo. De forma constante, casi anual, estrenan espectáculos para público infantil en Montevideo. Este año 2019 presentan Historia sin desperdicio, proyecto que empezó como una exploración del grupo sobre la problemática de la violencia y la guerra y que tiene como particularidad la utilización del verso como expresión casi musical del lenguaje, recurso que cuenta entre sus principales referentes y cultores al español Federico García Lorca y a los argentinos Javier Villafañez y Quique Sánchez Vera. "Nos pareció un desafío apasionante aunar en un espectáculo este formato de texto versificado con las diversas técnicas del teatro de animación: títeres de vara, objetos, sombras y teatro negro", dice Javier Peraza, uno de los fundadores de Cachiporra. "Los títeres tienen una gran virtud: son capaces de sintetizar con pocos recursos problemáticas tan complejas como ésta, de la violencia, de la guerra". A la conversación se une su hijo Juan Ernesto.

La historia de Cachiporra como grupo es una historia de teatro-político, primero en la resistencia contra la dictadura y siempre en la acción de generar un teatro de reflexión y compromiso. ¿Qué desafíos les presenta el cruce con lo político como artistas, como grupo?
J.P.: En este tiempo se habla mucho y se escucha poco. La información es una especie de diluvio universal, donde se intenta asomar la cabeza con el único objetivo de respirar un poco. Por estas razones creemos que el arte, especialmente el teatro de animación, puede brindar un pequeño, un modesto espacio para la reflexión, arropados en el humor, la poesía y la ternura.

J.E.P.: Nosotros creemos que el arte es una herramienta de cambio. Estamos convencidos de ello, por lo que no es de extrañar que cuando el poder se siente “incómodo” lo primero que ataca es la cultura. El grupo nació en 1973. Fueron años difíciles; pero surgió por eso mismo, porque había muchas cosas para decir, y el títere tiene esa ventaja, que puede decir muchas cosas sin necesidad de decirlas. De cualquier manera se sufrió la censura y la persecución de todo ese periodo.

¿Qué identifican de especial el arte del títere, del teatro de animación?
J.E.P.: Si bien el títere es un arte que se sigue considerando “menor” y del que se piensa que solo es para niños, lo increíble es que cuando el público se anima y se acerca, queda maravillado, y no falta quien pregunte: “¿así son los títeres?”. El teatro de animación es un arte completamente interactivo, el títere es un objeto, un símbolo, y nosotros con la actuación le damos vida, pero cada espectador lo carga con sus experiencias, sus emociones. Es un juego de ida y vuelta entre el escenario y la platea; eso es lo que lo vuelve interesante.

¿De dónde viene el disparador de esta nueva creación de Cachiporra?

J.E.P.: Para nosotros, el disparador siempre es la realidad. Poder llevar una mirada crítica, diferente o de otra perspectiva, de las cosas que nos suceden a todos o casi todos. Ese es el objetivo principal de nuestro trabajo y casi diría de nuestras vidas. En este caso el centro es la gente, que se ve sometida a las decisiones y acciones del poder, un poder que es incapaz de visualizar el propio entorno y que piensa solo en sí mismo.

J.P.: El disparador de este trabajo puntual, de Historia sin desperdicio, se sitúa muy atrás en el tiempo. Tiene que ver con un titiritero argentino, Quique Sánchez Vera. Él hacía una pequeña historia con dos personajes que tenían un conflicto respecto a una flor. Nos gustó mucho la simpleza de ese recurso y ese fue uno de los objetivos básicos. Por eso elegimos introducirnos en una de las contradicciones más severas de nuestra civilización, de una manera tan simple que nadie pueda decir que no sabe de que estamos hablando.

J.E.P.: En la obra estamos hablando de la apropiación de los espacios y su destrucción, de las soluciones violentas a los conflictos y las salidas políticas cuando sus intereses estén en peligro. Son todaas situaciones que sufre buena parte de la población mundial. Y el gran desafío es el de llevar estos planteos al público infantil.

¿Cómo fueron desarrollando lo que se cuenta en Historia sin desperdicio?
J.E.P.: Como en todo proceso creativo, uno tiene una idea de cómo comienza pero no sabe exactamente adonde va a llegar. A lo largo de casi ocho meses de trabajo el espectáculo fue cambiando, transformándose, en un proceso donde las discusiones, el ensayo y el error fueron esenciales para que el espectáculo creciera. La historia -en principio- habla de unos animales que viven en un árbol, en armonía con la naturaleza y que eran despojados de todo por el advenimiento de la civilización. Luego de un tiempo nos dimos cuenta que la historia era la del árbol, como símbolo de equilibrio y sostén de la vida. Siguieron los ensayos hasta que apareció el verdadero protagonista de la historia, la semilla, pequeña y alada, que viaja en el viento y que es capaz de estallar para crecer y convertirse en un maravilloso árbol. Para nosotros la semilla simboliza la vida, la posibilidad de transformar, y a pesar de ser muy pequeña, carga con lo más importante, con la esperanza.

O sea que la investigación que hizo el grupo fue bastante ardua... 
J.E.P.: Fue extremadamente difícil darle, a una historia aparentemente sencilla, la trascendencia que pretendíamos. Muchas veces quedábamos en callejones sin salida y eso nos llevaba a replantearnos toda la obra. Se discutió mucho y se trabajó mucho más. Todos participamos en la dirección, y eso ayudó a tener diferentes visiones de cada momento, pero también complicó porque era difícil ponernos de acuerdo. Como suele decirse, hay que estar en “la cocina del asunto”, y esta obra fue hecha por completo en la cocina de casa, que es el espacio más grande que tenemos para ensayar.

¿De qué manera la creación plástica de los personajes genera y determina la tipología de los personajes y define la historia que se cuenta?
J.E.P.: Todo eso se da naturalmente en el proceso, en una evolución donde se generaron múltiples mutaciones en los personajes, sobre todo en los reyes, que pasaron de ser animaciones en pantallas de tv que se iban a desplazar por el escenario, a carritos de supermercado, a personajes que en su cuerpo integraban el propio castillo, hasta llegar a lo que son hoy. Respecto a la estética, la historia inicialmente se iba a contar con desperdicios, objetos de desecho con los que se construiría la escenografía y personajes, pero nos dimos cuenta que esto distraía la atención de la historia y aportaba poco. Uno de los momentos que nos presentó un gran desafío en la resolución fue la representación de la guerra, una de las cosas más terribles de la humanidad; teníamos que traducirla en imágenes pero que no perdiera su peso dramático y que fuera apropiada para niños. Experimentamos con teatro de sombras, con luz negra, con teatro negro, con imágenes más reales y otras más sugeridas, pero no dábamos con la esencia de la estupidez de destruirse y matarse simplemente por estar de uno u otro lado de una línea. Fue mirando un informativo, en el que vimos unas imágenes de desfile militar, que surgió la idea de mostrarlo casi como un juego, que parece inofensivo y divertido, hasta que los castillos se llenan de cañones para destruirse mutuamente.

J.P.: Y la 'historia' que en definitiva transcurre en el escenario es lo que nos brinda nuestro planeta. Hay una comunidad que actúa con naturalidad, solidaridad, alegría y disfruta de la poesía. Y hay otra, muy civilizada, que pone el énfasis en el poseer y en el poder sin límites, provocando con sus ambiciones la destrucción de todo. La comunidad vinculada a la naturaleza vive en un árbol que ama, porque tienen claro que sin él no tendrían refugio ni futuro. Y como dijo Javier Ernesto, conocen también el poder increíble de la semilla. 

En ustedes es muy fuerte la situación de que el teatro está íntimamente integrado a la vida familiar, y también a una comunidad como la cerrense...
J.E.P.: Hacer lo que nos gusta y poder hacerlo en familia es algo increíble. Ya está la tercera generación de titiriteros sobre el escenario y por supuesto todos somos del Cerro. Trabajar en familia claro que tiene sus ventajas; en casa se vive y se respira el teatro. No ha sido fácil en estos 46 años de trabajo ininterrumpidos, pero no nos imaginamos haciendo otra cosa.

((versión ampliada de artículo publicado en revista CarasyCaretas, 06/2019))

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