No
es necesario haber escuchado "Autopista", "El
rompeolas" o "Cadillac solitario" para disfrutar de la
lectura de Corre, rocker. Tampoco haber tomado partido por
Sabino o Loquillo en las interminables disputas creativas, o no tan
creativas, que los tuvo como protagonistas hasta la ruptura ocurrrida
en los tiempos del disco doble en vivo A por ellos, que son
pocos y cobardes. El libro trata de todo eso, pero va mucho más
allá de simples confesiones, ajustes de cuentas y dar una
versión sobre la historia de una banda musical que hizo historia en
la España posfranquista, con resonancias en sitios tal alejados como
Montevideo.
Corre,
rocker es un libro que
excede el campo de la 'autobiografía musical'. Sorprende al lector
por esa misma razón, porque no es un libro de rockero (lo más común
en los términos en que fue concebido y editado: las memorias de un
rockero) sino que es un libro de un escritor, de alguien que ama el
lenguaje y la literatura y quiere comunicar algo que no sabe bien qué
es, o vaya que lo sabe y que en este caso tiene que ver con la manera
en la que sobrevivió a unos años muy complicados emocionalmente,
bastante salvajes, sobre todo si se tuvo la fortuna de componer
algunas de las mejores canciones de rock en nuestro idioma (es
objetivo pensar eso de las canciones escritas por Sabino y cantadas
por Loquillo, ilustres páginas que enganchan a la perfección con
algunas de la primera época de Siniestro Total, de las de Jaime
Urrutia para Gabinete Caligari, de las de Nacho Canut para Alaska, o
más acá en el tiempo plumas como la de Miren Iza o de Christina
Rosenvinge, si nos remitimos al territorio rockero castizo). Es un
libro, el Corre, rocker, que
golpea bastante más de lo que se anuncia en la portada. Empieza de
manera algo engañosa y convencional, contando el relato de una banda
de niños rebeldes que consiguen convertirse en estrellas de rock.
Pero muy pronto, apenas Sabino nos coloca en el sueño conseguido de
salir del barrio y conquistar España, tiene la lucidez de desviarnos
a un intrincado laberinto de incomodidades, incorrecciones, malas
decisiones y la deriva de un guitarrista y habilísimo compositor que
se lleva a las patadas con su amigo cantante y sabotea los objetivos
grupales dedicándose a la lectura y a meterse sin aparente pasaje de
vuelta en la heroína. La filología lisérgica existencialista no parece tener puntos en común con un rock progre y cocainómano.
Cuando
termina todo -en la historia oficial, la despedida poco amistosa de
Sabino de Los Trogloditas- es cuando empieza a escribirse este libro,
como última canción, como necesidad, como catarsis y como relato de
cómo le fue posible a Sabino sobrevivir a los años 80 y salir del
infierno de la droga. Hay decenas de historias similares, y de hecho
la mayor parte de los libros de rockeros intentan contar más o menos
lo mismo, pero la gran diferencia es que Corre, rocker lo
hace con extrema valentía, y puede ostentar -sin temor a la
exageración- la resbaladiza posibilidad de la redención.
Corre,
rocker decepciona y mucho a los
enciclopedistas, a los que buscan verdades sencillas y
satisfactorias. Está escrito por alguien que tiene bien claro que
ordenar palabras para intentar comprenderse es un tanto absurdo, pero
al mismo tiempo sabe que obedece a la tradición ("desde Homero
a Chuck Berry, desde T.S. Elliot a Kiko Veneno") y por ello se
larga a hacerlo y no duda en afirmar que "sería deseable no
tener que escribir más palabras que las imprescindibles". Todo
esto hace difícil afinar un par de preguntas a la distancia -Sabino
reside en Barcelona-, con la intención de conocer la mirada del
escritor sobre algunos conceptos relativos a la recepción de su
libro a casi veinte años de su primera edición y más de treinta de
los hechos que se narran. ¿Escritura del yo? ¿Redención?
¿Autoconocimiento? ¿Memoria rockera? No tardó en llegar una
bienvenida devolución de Sabino Méndez, que complementa la lectura
contemporánea de Corre, rocker.
La
tentación de reescribirse
*
"No me convence la escritura como forma de redención. Es un
enfoque que ha estado muy de moda en los últimos cincuenta años,
pero no creo que la escritura pueda liberarnos de ningún dolor de
una manera determinante. Primo Levi escribió todo un libro sobre su
dolorosa experiencia y luego se suicidó igual. No creo que fuera por
haberlo escrito mal. Lo mejor contra el dolor es la distancia en el
tiempo y el olvido. La escritura es para mí una forma de placer y de
reto personal, no una forma de redención. Reto personal en el
sentido de la curiosidad de saber hasta dónde puedo desarrollar mis
potencialidades con el lenguaje, la comprensión del mundo que nos
rodea y la narración de ello. Estar ocupado en eso me distrae de
cualquier dolor, pero no lo elimina. El dolor emocional y el dolor
racional, sumados, son insoportables para el ser humano. Con el
placer intelectual al menos eliminamos uno de ellos y la cosa ya se
hace mínimamente soportable como para que la vida valga la pena".
*
"Sí que puede ser la escritura una forma de conocernos mejor a
nosotros mismos, si escribimos con la sinceridad necesaria, porque no
hay testigo más implacable somos quienes somos y cómo hemos sido
que nuestras propias palabras, escritas por nosotros mismos, años
atrás. Por eso hay mucha gente que escribe autobiografía con una
coquetería enorme pensando en el futuro. Reescribirse a uno mismo
puede servir a un escritor (de vida personal desconocida para el
público) para autojustificarse, porque el ser humano lo que busca
básicamente es tranquilidad y justificación. Pero no funciona mucho
con los actores y los músicos, porque el público nos ha visto
demasiado sobre el escenario. Yo, por mucho que pretenda
reescribirme, para el público español sigo siendo el guitarrista
bohemio, beatnik y juerguista de cazadora de cuero aficionado a las
motocicletas. No importa, ni nadie tiene en cuenta, los años que he
pasado disfrutando enormemente en las bibliotecas, las aulas de
filología o teoría literaria".
*
"La recepción por el lector actual de Corre, rocker ha
sido mucho más técnica que hace veinte años. Entonces se puso el
énfasis en la historia musical y en que no estaba escrito a la
manera de las confesiones o memorias de músicos. Ahora esa
diferencia se analiza más técnicamente a la luz del interés que
las teorizaciones sobre autoficción han despertado en los últimos
años".
((artículo publicado en revista Carasy Caretas, 01/2019))
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